El encuentro

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Llegó al aeropuerto la noche del miércoles 2 de mayo. El servicio de la aerolínea fue eficiente y conoció al Secretario de Educación durante el vuelo. Buen tipo el Rafael Aragunde, muy elocuente y simpático, me comentó de entrada. También expresó que si por él fuera viviría unas “vacaciones eternas” aquí en la isla. Al día de hoy ya visitó El Yunque, Piñones y su pequeño núcleo familiar. Recibió los estrujones típicos de sus dos hermanas mayores; y eso, ¡que ya no es tan jovencito! Las canas asomaron gradualmente y sus tonificados abdominales se fueron aglomerando en uno sólo, más abultado y blando. Su personalidad es ¿era? encantadora, un poco revoltoso para mi gusto, pero como se crió el benjamín de la casa tenía la chispa a flor de piel.

Me llamó varias veces la noche en que llegó, pero no respondí. ¡Qué cool oirte! Te siento tan cerca que ¡escucho el eco de tu voz! No será el roaming de tu recepción lo que causa esa duplicidad sonora, pregunté algo burlona. Lo cierto es que a mí también me dio mucho gusto escuchar su voz nasal, la ligereza de sus palabras como tonos en octava que resonaban en mi auricular. ¿Qué vas hacer esta noche? Ahora mismo no sé  –le respondí y miré el reloj del auto– estoy saliendo de unos talleres en Sagrado y ando cansada. ¿Sagrado?, preguntó extrañado. Síii, en la u ese ce, ¿te acuerdas? No pude contener el sarcasmo. Pero si cuando yo estudiaba no fuiste a visitarme nunca. ¡Pues ya ves! No estarás rompiendo cuna allí ¿o sí? Las explicaciones al contado y de frente… me despedí apresuradamente rumbo a las murallas de mi vecindad.

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Si él supiera que cada vez que camino por Barat Sur recuerdo las discusiones intrascendentales que tuvimos sobre nuestras almas máteres. Los Delfines versus Los Gallitos, la escuela de planificación versus el programa buho, las nenas bichas de sagrado en tacas versus los nenes peperos de Payton. Era habitual diferir. Pero sin duda la pasábamos muy bien. Lo importante era hablarnos, salvar el mundo, reír, llegar juntos…a todos los lugares, metafísicos y alucinados incluidos.

Me fui a la cama temprano. Tomé de la mesita de noche el punto de lectura de Yasunari Kawabata e intenté adentrarme en la trama suspendida la noche anterior. ¿Quién era Jiro? ¿Utako es protagonista? ¿Es hombre o mujer? Concentración nula. Así que decidí apagarme y hacer lo propio con la lámpara. ¡Qué va! No tengo sueño, no me puedo concentrar. ¿Estaré atrapada en la crónica que asignaron para el próximo taller? Esto de retomar estudios luego de “terminados”, ¡puf! Cada segundo de mi vida siento que alguien lo vigila. ¿Por qué me persigo? Estoy agotada eso es.

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¡Ya! Sé qué hacer. La mayoría de las veces me funciona; si ocupo mi cabeza en algo banal se disipa la ansiedad. Prepararé mi ropa y mis accesorios de mañana: pantalón marrón con blusa turquesa, zapatos de gamuza grises con la cartera de cuero lila, pantallas, collar y pulseras plateados, lápiz labial, rímel y polvo compacto. Ya está, todo empacado. Lista. A la cama de nuevo. Repetí el ritualillo de apagar la luz y de meterme bajo las sábanas, con cero resultados.

Encendí de nuevo la luz principal de la habitación, sentí las cejas arquearse por sí solas y me vi abriendo las puertas del armario. Durante minutos observé pieza por pieza hasta agarrar un vestido negro de manguitos. Nada del otro mundo: un básico en el guardarropa femenino. Lo miré detalladamente no fuera a tener un cohete por alguna cherry. Frente al espejo hice el ademán de llevarlo puesto, toqué su textura y lo posé junto al bolso mensajero del trabajo. Más resuelta, interrumpí la luz y me zumbé confiada de vuelta a las sábanas.

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Una mañana ajetreada, reunión a media tarde para complicar la secuencia y hora de cierre que se acercaba. El teléfono sonó reiteradamente. Contesto, apunto, entrevisto, escribo, me concentro... se me va el hilo, lo rescato y sigo con mi percusión en el teclado. Suena el aparato otra vez, pero esta vez es mi celular con un  estrepitoso aviso de mensaje de texto. ¡Venga la textpectation! Paso por ti entre seis y seis y media. Son las cinco y cuarto y me faltan dos párrafos para concluir esta nota. Si hay algo que amo y detesto, sin que prevalezca alguno, es trabajar bajo presión; sólo que a veces la presión ha sido sorpresivamente un argumento a mi favor.

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¡Voilà! La guardo y miro el reloj. Faltan cuatro minutos para las seis y todos mis chakras están fatigados. Aliso mi cabello con las manos y ensayo una sonrisa de sorpresa. Qué pocos dotes de actriz tengo. No me consta pero presiento una mueca falsa disfrazada de alegría. Temo que él no me vea igual. Hago disquisiciones fútiles sobre el encuentro y concluyo la dura realidad: han pasado siete años, nunca nos veremos igual.

Suena nuevamente el bendito aparato de la oficina y escucho a mi supervisora, la que tiene fama de lambeojo. Pregunta que si está lista mi asignación. Le confirmo. Pues disfruta la tarde y nos vemos mañana. Su despedida fue sentencia mágica. Disfruta la tarde, disfruta la tarde, ¡disfruta coño!

Seis en punto. Corro hacia el cuarto de baño y frente al espejo me aliso con mis manos, esta vez son las cejas, practico otro guiño simpático, eso sí; en esta ocasión no fue un visaje complaciente, sino que se asomó una sonrisa semiauténtica. Chica disfruta la tarde, balbucí al empapar mi rostro con agua fría. Del bolsito naranja charol saco los aliados y maquillo mi semblante. Poco a poco las comisuras de la boca cooperan para definir el rojo de mis labios, las ojeras se retiran y dan paso al protagonismo de las ennegrecidas pestañas. Acentúo los párpados también las mejillas y sello el culto a mi persona con un moño medio deshecho, desaliñado, por aquello de lucir un tanto natural.

Saco el trajecito de la mochila. Dudo. Sí quiero vestirlo pero no deseo hacerlo en los baños de la empresa. Vuelvo a mi oficina e indago con arte y disimulo las habitaciones contiguas, que en el pretérito fueron oficinas. Hoy día están deshabilitadas, desprovistas de computadoras y no las rondan seres visibles. O sea, son ideales para desvestirse en secreto y vaya a saber que otra diligencia.

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Me aproximo a uno de los interruptores de luz confirmando mi soledad. Observo que este salón tiene otra oficina más pequeña adentro con sillas y escritorio. Enciendo la luz del nuevo recoveco y lo prefiero. Husmeo que no exista otra puerta que conecte con algún despacho aledaño y me sorprendan in fraganti en menesteres íntimos. Todo parece indicar que estoy sola. Por fin llegó el momento del atavío. En determinados momentos de la psicología femenina (o de las múltiples psicologías femeninas, debo decir) llevar una prenda coqueta es un desafío agradable, una apuesta que se debe ganar; cuando menos en ese terreno de la psiquis.

Me quito un zapato, luego el otro. Desabrocho la cremallera de la pata izquierda y luego la de la derecha. Calibro mis movimientos, los fisiológicos y los del otro terreno. Disfruto este instante sin valorar. Me deshago de la blusa turquesa y con cadencia voy bajando mis pantalones marrones, con mucha gracia dejo una cadera al descubierto y empato la otra. El mantra disfruta la tarde me atrona. Tengo los pantalones medio muslo hacia bajo y alzo poco a poco la cabeza, como si alguien me estuviera interrumpiendo desde otra habitación y necesitara prestarle atención. De súbito siento frío. ¡Cómo es posible! Y yo que me sentía tan sola y a gusto. Tres segundos de perplejidad acto seguido la acción retardada de un fuerte portazo para bloquear la cámara de seguridad que estuvo espiando cada movimiento, cada decisión, cada selección desde el minuto uno que entré a la solitaria oficinita. Qué angustia, me sentí tan vanidosa, pero sobre todo ridícula y ¡observada!

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Al cabo de breves minutos largos, tras imaginar a todos los guardias de seguridad del mundo mundial viendo mi cambio de ropa en circuito cerrado, de visualizar a mi subjefa, y la suya, aleccionándome sobre modales adecuados, entré en el corto vestido. Recogí mis perifollos y los metí en la mochila. Con exagerada fuerza abrí la puerta y sonreí a la cámara. ¿Qué más podía hacer? Cinco segundos después sonó mi celular. Te estoy esperando acá fuera, justo al lado de la caseta de seguridad ¿estás lista? 

Lista de imágenes:

1. Marco Cazzato, A Memoria, 2011.
2. Marco Cazzato, Nel pieno della conversazione, 2011.
3. Marco Cazzato, Rizoma, 2011. 
4. Marco Cazzato, Nuda, ti ricordo, 2011. 
5. Marco Cazzato, Ballada in quattro quarti, 2011.
6. Marco Cazzato, Leslie, 2011.
7. Marco Cazzato, Abbraccio, 2011. 

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