En el momento en que Elizabeth Robles me invitó a formar parte de este conversatorio, dije sí sin pensar en lo que ese hecho implicaba. A los pocos días, me percaté de la inmensa responsabilidad que acarreaba: decir algo inteligente sobre una obra compleja, “bellamente repulsiva” en palabras de Nelson Rivera, curador de esta exposición, y establecer la relación entre el arabesco y la escritura. El tema sugerido resulta demasiado amplio para abordarlo en pocos minutos. De modo que me limitaré a presentar algunas de las ideas y asociaciones que se me fueron ocurriendo durante el proceso.
Lo primero que me vino a la mente fue el grato recuerdo de un curso sobre literatura árabe que tomé, hace años, con la doctora Luce López Baralt. Entre las lecturas se encontraba el sublime texto de Abu Muhammad Alí Ibn Hazm, conocido como Ibn Hazm de Córdova, El collar de la paloma. Esta obra, escrita en 1022, es una risala (composición poética arábigo-andaluza) que trata sobre los diversos matices del amor. Según Ortega y Gasset El collar de la paloma es “el libro más ilustre sobre el tema del amor en la civilización musulmana”.
En el ensayo El ígneo amor: simbolismo amatorio en El collar de la paloma [1],Paulina Lorca destaca la coexistencia del amor humano, representado por el cuadrado, y el amor divino, representado por el círculo, en la obra de Ibn Hazm. Establece la presencia de los cuatro elementos (aire, agua, fuego, tierra) en las imágenes que utiliza el poeta para caracterizar el amor y se concentra en las alusiones al fuego, como veremos a continuación[2].
Son mis entrañas como seco herbazal
donde alguien arrojó un tizón ardiendo
***
Febril estaba su cuerpo; ardiente su corazón
***
Su hermosura puede suplir la de las flores,
como mi aliento puede suplir el fuego
***
Las estrellas en la noche son el símbolo
de los fuegos de amor encendidos en la tiniebla de mi mente
El fuego como metáfora de la pasión amorosa es una imagen recurrente en la literatura. Recordemos, por mencionar solo algunos ejemplos, el verso inicial de uno de los sonetos más conocidos del poeta español Francisco de Quevedo “es hielo abrasador, es fuego helado”; los gritos de Tisbea tras saberse engañada en El burlador de Sevilla de Tirso de Molina:
¡Fuego, fuego que me quemo,
Que mi cabaña se abrasa!
Repicad a fuego, amigos,
Que ya dan mis ojos agua.
…
¡Fuego, zagales, fuego! ¡Agua, agua!
¡Amor, clemencia que se abrasa el alma!
el desafío de Adela en La casa de Bernarda Alba de García Lorca:
No por encima de ti, que eres una criada: por encima de mi
madre saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado
por piernas y boca.
Vale recordar que García Lorca realiza una recreación poética del mundo árabe en su libro Diván del Tamarit. Los poemas de este libro se dividen en casidas y gacelas (formas poéticas propias de la Arabia preislámica). En “Poética De viva voz a G(erardo) D(iego)”, como preámbulo al Libro de poemas de 1921, Lorca dice: “Yo tengo el fuego en mis manos. Yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente, pero no puedo hablar de él sin literatura”. En el poema “Deseo” encontramos nuevamente la alusión al calor, a la luz.
Sólo tu corazón caliente,
y nada más.
Mi paraíso un campo
sin ruiseñor
ni liras,
con un río discreto
y una fuentecilla.
Sin la espuela del viento
sobre la fronda,
ni la estrella que quiere
ser hoja.
Una enorme luz
que fuera
luciérnaga
de otra,
en un campo
de miradas rotas.
Un reposo claro
y allí nuestros besos,
lunares sonoros
del eco,
se abrirían muy lejos.
Y tu corazón caliente,
nada más.
Lorca, en su conferencia Teoría y juego del duende, establece una distinción entre el ángel, la musa y el duende. Sobre el último afirma:
Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe
que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota,
que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe
los estilos…
Rosario Ferré en su ensayo La cocina de la escritura sostiene que la imaginación es “ese combustible misterioso que alimenta toda literatura” o todo arte y “La imaginación implica juego, irreverencia ante lo establecido, el atreverse a inventar un posible orden, superior al existente, y sin este juego la literatura (o el arte) no existe”.
Es en el juego irreverente que se inserta la obra de Elizabeth, en ese atreverse a inventar otro orden para ofrecernos imágenes que se crean y se transforman a partir del fuego, el fuego literal necesario para derretir la cera, materia fundamental de su escultura, y el fuego de la pasión visceral con la que se acometen las grandes batallas.
Notas:
* Presentado en el Conversatorio Arabesca x5 en el Antiguo Arsenal de la Marina Española, San Juan, el 9 de noviembre de 2013.
[2] Las citas de El collar de la paloma se encuentran en el ensayo citado.