Nadine Gordimer o el arte tras apartarse y comprometerse

Recuerdo haberme topado hace poco menos de un año, entre los anaqueles rodantes repletos de libros que cubren la acera de la librería Strand, en Nueva York, una antología titulada Telling Tales, que reunía en sus páginas a 21 escritores de reconocimiento mundial. Aquel libro me impresionó de inmediato: allí estaban Chinua Achebe, Woody Allen, Günter Grass, Gabriel García Márquez, Arthur Miller, Kenzanburo Oe, Amos Oz, Salman Rushdie, José Saramago, Susan Sontag y John Updike. Pero entre todas estas personalidades literarias, el nombre de su compiladora, Nadine Gordimer, me trajo gratos recuerdos.

Mi relación literaria con Gordimer sucedió para la época de los 90, cuando fui devorado por el gusto irresistible de la narrativa corta. En esos años leía un cuento boricua todos los días; costumbre que adquirí después de haber leído con igual intensidad todo lo posible e imposible que cayera en mis manos de escritores como Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Guy de Maupassant. Entonces, para esa misma época, fue que me topé —quizás en la librería Thekes— con un volumen antológico de esta escritora.

Bucear en sus interesantes cuentos y pasajes narrativos me permitió sumergirme paulatinamente en los entornos en donde era habitual la segregación racial. Antes de toparme con Gordimer había conocido a la Rusia del siglo XIX por Tolstoy, o mi propia historia con los ‘episodios nacionales’ que representan la novelística de Enrique Laguerre (había tenido el entusiasmo suficiente como para leer de corrido diez de sus novelas); experiencia que tendría lustros después en los relatos de Saadat Hasan Manto con respecto a la historia de India durante la primera mitad del pasado siglo. Pero gracias a Nadine Gordimer y su gran capacidad narrativa, fue posible degustar de inmediato algunas de las mejores historias apalabradas que me había encontrado como lector, y también fui conociendo esa aberración social que fue el apartheid en Sudáfrica.

Nelson Mandela y Nadine Gordimer

De la mano firme de quien tiene convicciones claras y que, a su vez, está consciente de las dimensiones esenciales del arte literario, fue posible contemplar los desmanes extremos de la minoría blanca que trataba a sus conciudadanos negros —la mayoría de la población—, como menos que humanos. Y es que Nadine recreaba en sus cuentos el escenario en el cual creció: un pequeño pueblo sudafricano donde los negros trabajaban en condiciones extremas en minas de oro.    

Leía a Gordimer por el placer que me daba hacerlo. Ajeno estaba en aquel momento a que había recibido importantes reconocimientos internacionales y que, de igual manera, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1991. Con el tiempo, sin embargo, fui conociendo esos y otros detalles de su trayectoria. De su biografía no pude menos que admirar su valentía de apalabrar su experiencia en un lugar donde la represión era lo cotidiano. Ante tales circunstancias, y en diversas ocasiones, algunas de sus colecciones de cuentos y novelas fueron prohibidas. Pero nada le hizo desistir de su continuo compromiso cívico y creativo.

Por eso no me extrañó que aquella antología gestionada por Gordimer tuviera como objetivo, después de superado el apartheid, recaudar fondos para ayudar a la población sudafricana víctima del SIDA. Y es que en escritoras como Gordimer, ser fiel a sí misma era inevitable impulso aún cuando eso representaba abandonar las zonas de confort que inmoviliza a muchos; esto en lugares donde los derechos humanos son apenas respetados, en los que se persigue a quienes se atrevan a defender la inclusión, la diversidad o la libertad de expresión. Por ser consecuente a esos principios que le llevaron a combatir el sistema de segregación así como la censura, Nadine estuvo vinculada a entidades globales como el PEN CLUB o Amnistía Internacional. Gordimer ejemplifica la magnitud de su huella en la sociedad sudafricana. Ella una de las primeras personas con las que Nelson Mandela quiso reunirse después de haberse convertido en el primer presidente negro en la historia de Sudáfrica, tras 27 años de cautiverio por su acción política.

Precisamente en el tiempo que circulaba la antología antes mencionada, Telling Tales, se ocupaba de promocionar su colección de cuentos titulada Saqueo, en la que hacía alusión a víctimas de dictaduras —como los arrojados al océano desde aviones—, a mujeres que buscaban en su gesta el desarrollo del continente africano, así como a amores truncados por conflictos bélicos. Su pasión por el cuento, aunque en vida publicó 15 novelas, le llevó a manifestar que la narrativa corta era el género de nuestra época. Convicción evidente en sus 21 libros dedicados a este género. También cultivó el ensayo e incursionó en el guión cinematográfico.

Como apunté en un artículo anterior sobre Nadine Gordimer, ella comenzó a escribir desde niña, aunque su compromiso fue creciendo gradualmente, pues fue durante su etapa universitaria que comenzó a tener contacto directo con la realidad de sus conciudadanos negros. Sin embargo, siempre tuvo claro la línea fina que deslinda la verdadera obra artística del mero panfleto:

La vida, las opiniones, no son la obra, porque es en la tensión existente entre apartarse y comprometerse donde radica la imaginación que transformará ambas.

En días como los actuales, en los que vemos a varios escritores boricuas lanzar manifiestos, organizarse para abrazar poéticamente a los árboles, convocar a un encuentro en la barriada o pronunciarse en las calles contra el cierre de escuelas… E inclusive más allá de nuestro archipiélago, son estos tiempos en que los grandes medios de difusión masiva doraron de forma continua la píldora informática. En palabras del poeta Ángel González:

sobre todo, cuando
la guerra ha comenzado,
lejos —nos dicen— y pequeña
—no hay por qué preocuparse—
cubriendo de cadáveres mínimos distantes territorios,
de crímenes lejanos, de huérfanos pequeños…

Vale la pena recordar, entonces, las palabras que Nadine Gordimer lanzó al mundo y dirigió a los escritores cuando recibía el Premio Nobel de Literatura en 1991: 

Pasamos nuestras vidas intentando interpretar a través de la palabra las lecturas que hacemos de las sociedades, del mundo del cual formamos parte. En este sentido, en esta participación inefable e inextricable, la escritura es siempre y simultáneamente una exploración del yo y del mundo; del ser colectivo y del individual […] Esta empresa estética nuestra se convierte en subversiva cuando los pequeños secretos de nuestro tiempo se exploran con profundidad, a través de la integridad de la conciencia del ser del artista que manifiesta la vida que hay a su alrededor; y es entonces cuando los temas del escritor y sus personajes inevitablemente se forman por las presiones y distorsiones de esa sociedad tal como la vida del pescador está determinada por el poder el mar.

 

Lista de imágenes:

1) Portada de Telling Tales (Picador), 2004.
2) Louise Gubb/CORBIS SABA, Nelson Mandela y Nadine Gordimer, 1993. 
3) Adrian Steirn, Nadine Gordimer: 21 Icons, 2013. 

Categoría