Candela

Candela. Fuego por las cuatro esquinas de la Isla. Llamas de purificación, de destrucción, de mera actitud piromaniaca. 

fuego

Hay quien prende las fogatas porque le gusta el fuego. Hay quien enciende las hogueras porque odia las brujas. Hay quien quema evidencia. Hay quien enciende una ciudad y luego toca la lira mientras la ve arder. También hay quienes se prenden fuego para protestar. A veces hay quienes casi se sienten a punto de encenderse espontáneamente por la rabia interna que le provoca ver cómo nos quitan el país… y bueno, hay quienes lo único que sienten que se enciende es el deseo por otra persona. De lo personal, lo egoísta, lo filantrópico, lo político… de todo se puede escribir con letra de fuego.

Así somos. Seres de fuego. A veces nos llaman seres de luz… bueno, pero la luz no es fría y llegar a un estado de paz interna y de reconciliación con la realidad no es algo que se haga desde la indiferencia… si se hiciera desde la indiferencia sería enajenación. Así que está bien ser de fuego…  “¡No me llames IUPI, llámame Candela!”, coreaban estudiantes en la UPR en medio de las protestas. Yo creo que ya en la Isla somos muchas y muchos los que cantamos esa cancioncita mientras miramos y remiramos hacia dónde nos quieren llevar como sociedad… “No me llames Amárilis, llámame Candela”, y así, cada cual con su nombre y su causa.

Pero en Puerto Rico hay ahora mismo dos fuerzas elementales en pugna. La del fuego destructor y egoísta y la del fuego de la pasión por la justicia.

 

Cuentan algunos historiadores que el gran incendio de Roma fue provocado por Nerón para tener la oportunidad de reconstruir la ciudad a su gusto. A pesar de que la teoría es incierta, parece oportuna para esta columna. ¿Pues no tenemos en Fortuño y Rivera Schatz y sus secuaces no uno, sino muchos Nerones, quemando la Isla para construirla a su gusto y al gusto de sus iguales? Quemaron el Colegio de Abogados, quemaron las Comunidades Especiales, quemaron organizaciones comunitarias, quemaron la UPR… y ya tienen la gasolina y los fósforos listos para el Tribunal Supremo. ¡Y declaman mientras queman todo! Declaman sus justificaciones, sus excusas hipócritas, sus mentiras y sus palabras “bonitas”. Casi veo la lira en sus manos.

El resto del país está con el cubo de arena o con la manguera de agua en la mano tratando de apagar el fuego destructor que por ratos nos quema las pestañas. Abrir un periódico es arriesgado… una llama crepitante puede quemarte la cara.

¿Fuego mata fuego? En teoría, el fuego se extingue con uno de los siguientes métodos: con barreras, con sofocación, con agua o arena, con golpes de paletas. Sin embargo, este fuego simbólico que arrasa los derechos humanos del país, merece ser sofocado por un fuego aún mayor… el fuego de la palabra y de la acción concertada desde las cuatro esquinas y el centro de la Isla. No estamos en tiempos de tibieza de espíritu.

¿No somos los humanos pequeñas llamas de fuego en potencia? Emanamos calor y necesitamos calor. Y esa cualidad la compartimos con el fuego porque en todo proceso de combustión se emana calor. Siendo llamas de fuego en potencia, cada cual elige el color de su flama. Cada cual sabe si quiere ser un magnífico fuego azul como las estrellas más grandes y calientes del universo, o anaranjado e hipnotizante como las estrellas más frías. 

Causas combustibles hay muchas, pero si me preguntan a mí, yo haría un fogata que las una todas, que las alimente a todas y que las haga tan poderosas que sofoquen las palabras y eslóganes estúpidos con los cuales quieren distraernos. Mientras unos terroristas de estado destruyen nuestro futuro, sus redes de apoyo nos ponen en las manos pancartas rosadas para que pensemos que aislados, apagados y fríos somos capaces de salvar el día. Aceptar eso es validar la idea de que en la vida sobrevive el más apto. Una idea que va muy de la mano (nada invisible por cierto) de quienes opinan muy convenientemente -como Adam Smith- que persiguiendo el bien individual se obtiene el bienestar común. ¿Ha resultado esto cierto en la historia de la humanidad? Candela, candela… candela de la buena.

Cuando aceptamos nuestra responsabilidad en la debacle nacional, aceptamos a la vez nuestro poder para cambiarla.  Encendemos una llama. Nos convertimos en candela. ¿Quién quiere vivir apagada y al margen de la vida en común? La fogata ya está encendida en las cuatro esquinas, ahora hay que alimentarla para hacerla una.