Instrucciones sobre lo presentable: para ser presentable, para ser presentao, para estar presentable

I. Breves a modo de prólogo y presentación respecto a la autoría 
 

Bien pensado, uno no vale mucho si no fuese porque hay otros. Hacer referencias a otros es un acto de reconocimiento, es una forma de dialogar y responder. Ya Spinoza argüía que dentro de un cuerpo hay muchos, y su propuesta no es nada espectacular o exagerada. Ese "yo" que nos atribuimos es una ficción verosímil en tanto y en cuanto permite ubicar al sujeto en un lugar inmediato y discernible. Lo que no es verosímil, y no por ello ha dejado de proliferar, es asumir que ese "yo" es indivisible o irreductible, que es algo self-made. Uno es llamado, es parido, conferido y no pocas veces regañado. Para esto no se requiere mucha psicología ni sociología: cuando uno habla, escribe y camina, está pasando por donde otros han pasado. A veces se nos olvida esto, a veces parece que nos copiamos o imitamos, que reproducimos algo que percibimos como ajeno. Lo que se repite nunca es igual ni es algo general (es muy específico y particular sin por ello ser algo aislado o individual). Repetir es también una forma de recordar (no siempre consciente), y nada más fascinante que el hecho de que alguien nos diga "¿de-nuevo con lo mismo?" y frente a ello los amigos dicen "pues ni modo, fulano es fulano". Repetir no es recaer ni reproducir lo mismo. Repetir, exquisita paradoja, es el requisito para conocer, pues aprendemos (re)conociendo.

Llama la atención esa interrogante en medio de un diálogo: "¿Y quién dijo eso?". Hay veces que uno dice, con mayor o menor seguridad, que el autor fue Nietzsche, Freud, Merleau-Ponty; igual eso lo dijo mi padre, mi abuelita, el "tecatín" de la esquina, aquel personaje en una novela cuyo nombre se nos escapa. Hay veces que uno dice, torpemente, "pues lo dije yo" (y uno se siente así, nuevecito, original, propio y excitante) y en otras, con tono de certidumbre, "lo dijo Dios". Lo genial es cuando rebota, y alguien dice, "eso también lo he escuchado", y salen ahí, como si fuese un regalo, como si fuese la Caja de Pandora, otra ristra de nombres, lugares y espacios.

Obviamente, no se puede decir todo de una vez, y el arte del buen escritor, como el del buen corredor, requiere de acuerdo a Benjamin "no decir más que lo que piensa". Eso dicho, lo más que se puede esperar, en este primer ensayo, es no "sobrarse" (de más).
 

II. Espejo, presente y lugares verdaderos
 

Frente al espejo, que no pocas veces es imaginario o se localiza en la mirada de otros, nos topamos con nuestro doble, revertido y con cara de "presentao". Para aquellos seres a los que nos cuesta levantarnos, independiente de la costumbre, las leyes del ejercicio psicológico y todos los itinerarios calculados de refuerzos, este acto es doblemente violento. Algunos nos despertamos mudos y apenas ensayando los primeros gruñidos y vociferaciones de un pensamiento que gatea lentamente. Existen mañanas interminables cuya sombra arrastra un pasado pesado, un palimpsesto de imágenes y palabras difícil de traducir. Un poco de café ayuda.

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Los sueños recordados pueden complicar o iluminar el día que comienza, a menos que nos dediquemos a la ilusión de fijarlos, de escribirlos, de reconstruirlos, narrarlos y explicarlos o interpretarlos, para nosotros o para los demás, como hacía el grafólogo Walter Benjamin. Durante ese despertar mañanero creemos estar en un momento presente y en un lugar determinado. Presente es un regalo, pero también un momento, una huidiza porción de tiempo que camina inexorablemente hacia el futuro. El aparente presente, ese instante que ya no lo es porque, mientras enuncia el futuro, se convierte inevitablemente en pasado, puede ser regalado: presente dado para que lo transformemos en futuro, en otro devenir diferente, quizás mejor, como le canta Feliu Ventura. Puede que eso sea "perder el tiempo", regalar a otros o regalarse a uno mismo un presente, entender ese tiempo como algo cualitativamente diferente, especial  y único, en lugar de considerarlo como un mero eslabón en la cadena temporal, como algo cuantificable y, por tanto, transformable en dinero o en algún otro tipo de "provecho".   

En realidad, pensando en "los tiempos perdidos" como una especie de inversión (que hoy en día es siempre una deuda futura), uno pierde mucho tiempo en los malabarismos de "ser presentable" y "estar presentable" ante la "Sociedad". Si "ser presentable" y "estar presentable"  lo concebimos como una noción que localiza dos instancias separables, que a su vez impone dos espacios discernibles (el "ser" ante la existencia y el "estar" como realización en el tiempo), esto nos remite al clásico enredo histérico-filosófico: qué es lo que es, independiente de cualquier "presente", y qué es lo que "se aparece" ante (o para) los presentes (asumidos como observadores privilegiados). Implica, asimismo, nociones de inmutabilidad y cambio, de tiempo y espacio, ilusiones de devenir y permanencia. Ser y estar, estar simplemente o ser en un lugar, verbos y nociones anexas o próximas y, en muchos sentidos (y/o lenguas), intraducibles (y/o indistinguibles).

Por poner solo un ejemplo curioso, la lengua árabe no solo no distingue claramente entre ser y estar, sino que el verbo no es necesario, se supone, siempre que no se trate de pasado, futuro o, en el caso del presente, de una negación. De algún modo, por tanto, se presupone el ser y/o estar en el presente, solo se usa el verbo en presente activo cuando esto se niega (no soy, no estoy), pero sí se necesita el verbo para expresar tiempos pasados (estuve, fui) o por venir (estaré, seré).

En cualquier caso, el estar, como se ejemplifica ejemplarmente en la expresión "estar de vuelta de todo" establece una escasa, cuando no nula, relación con el espacio. Sin embargo, estar realmente en un lugar, debiera ser ser en él, a través de él, gracias a él, e implica dejar de considerar ese espacio como algo vacío, intercambiable, mensurable —y, por tanto, explotable. Como el momento del verdadero y cualitativamente diferente presente, el lugar verdadero vive, se manifiesta, se expresa a través de nosotros, pero solo cuando lo entendemos y vivimos así, cuando pesamos en él, cuando ya no es superficie por la que nos deslizamos, un espacio que meramente recorremos a toda velocidad. En ese momento, no solo las sensaciones y las (verdaderas) experiencias toman un sentido diferente, sino que los nombres y las cosas, los lugares y los topónimos, pueden así adquirir nuevos, profundos y reveladores significados. El lugar, hasta una piedra que en sí solo puede ser única, corresponde con un nombre que lo designa únicamente a él y que a la vez le da sentido —o anuncia qué será—; los seres vivos se multiplican en múltiples nombres, en tipos solo reconocibles e identificables por el verdadero habitante, el campesino, que no entiende de clasificiaciones ni denominaciones científicas y, por definición, foráneas.

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Y están también las gentes, las personas, los seres que habitan ese espacio, que son parte de ese lugar o, al menos, de nuestra experiencia de él. Parte del lugar, las personas que verdaderamente lo habitan no solo configuran este, sino que lo cultivan y ayudan a que lo cultivemos, cultivo que debe ser entendido como vivencia intensiva y transformadora —en lugar de extensiva, cuantitativa y superficial—, implique o no la relación con las prácticas agrícolas (Perejaume propone el cultivo de la ciudad, incluso el cultivo de un libro). Como explica Borja Penalba, posiblemente son ellos, los habitantes verdaderos, tanto o más que el lugar mismo per se, los que nos llevan a fidelizarnos respecto a ese punto en la superficie del globo terráqueo. Fidelización ligada a aparente retorno, a supuestamente revivir las experiencias, a reconocer las (¿mismas?) personas, a repetir —pero nunca exactamente igual— el momento aquel y el (¿idéntico?) lugar con aquellas personas que quizás ya añoramos antes de marcharnos. Fidelizar que no es estrategia de mercado, sino que enlaza con la frecuentación que no se basa en el cálculo ni el provecho material, todo lo contrario: es lealtad a las personas y los lugares que no entiende de leyes, normas ni reglamentos. Lugares que no nacieron para ser destinos turísticos o vacacionados (como si estuviesen vacantes, y a la vez son prestados para gente que busca vacarse o evacuarse sus miserias narcisistas).
 

III. Caminar, vag(ue)ar, pasear y perderse   
 

El acto de caminar no es para nada, aún en los paisajistas más despistados, un acto automático, mecánico o una simple reproducción de movimientos aleatorios. Caminar como pensar es un ejercicio, un ensayo —una tentativa o prueba, por tanto, como estas propias líneas—, y en ocasiones, nos guste o no, una promesa. También se camina para perderse (como lo hicieron tantos poetas y pensadores, como Nietzsche, Benjamin y Pessoa). Caminar, vagar, pasear, remiten todos esos verbos a acciones que son aproximadamente las mismas, mas la intencionalidad (real o supuesta) y la valoración son muy distintas. Socialmente, se considera el caminar como algo con un motivo o destinación concretos, con una dirección determinada desde el momento de la partida —la excepción parcial: el dar vueltas reiteradamente a una pista atlética o por un centro comercial, sea por indicación médica o por la necesidad de exhibir un cuerpo correcto, modalidad de traslación de la absurda cinta de correr. El vago vaguea, el burgués pasea(¿ba?), el caminar correcto es visto como un acto en la naturaleza ("real" o "domesticada") o, si se trata de trayectos cortos, en espacios muy delimitados y "seguros" en los ambientes urbanos. El uso por el caminante (o, en muchos casos, el ciclista) o, mucho peor, el que simplemente se queda o "requeda" permanentemente, de un espacio que es pensado esencialmente como superficie donde deslizarse, que sirve solo para desplazarse, normalmente motorizadamente, entre espacios cerrados de residencia, trabajo o consumo, es considerado altamente problemático, cuando no directamente delictivo, inapropiado, antiestético, peligroso o insalubre. Se trata de un uso del espacio público que se debe limitar, prohibir, eliminar, supuestamente por un bien común que acaba vaciando de contenido el teórico carácter compartido del mismo espacio.

Mención aparte merece el mero hecho de caminar, especialmente cuando nos sabemos observados, examinados por el otro, y tendemos a reproducir, con mejor o peor fortuna, lo que consideramos "caminar correcto" o "apropiado" para la imagen que deseamos que se hagan de nosotros.          

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Se fabrica entonces un "no-lugar", un "non-sense" impuesto racionalmente, y los caminantes se convierten en sobraos, presentaos, en seres nebulosos y ex-céntricos. Termina uno como trapero (lugar que le gustaba habitar Benjamin) y leguleyo (y pues no se puede ni discutir —Leguleyar no como dice La Fania). Hay varias formas de pensar el "no lugar", y pienso aquí no solo en las reflexiones respecto al espacio y el lugar de Michel de Certeau, Merleau Ponty y Marc Augé (entre otros), sino en las meditaciones y "presentamientos" de pensadores como Walter Benjamin, Perejaume, José Luis Pardo y Manuel Delgado (con sus curiosas intercalaciones con Clement Rosset), entre otros. Entrar en esto, con su debida elaboración, fuese ya objeto de otro ensayo. 
 

IV. Lo que retorna, lo que se repite y los fantasmas
 

Notemos cómo "los lugares verdaderos" que hemos mencionado no tienen nada que ver con los proyectos modernizantes ni con los mecanismos y métodos de las ciencias mainstream (sean naturales o sociales) que han logrado fabricar más los "no lugares", legitimar el sin-sentido (non-sense) e instaurar una concepción de "sociedad presentable" (tan operable que se ha vuelto intransitable) que se priva del presente (presente, que se nos presenta con una deuda impagable, que a la vez es cobrado con intereses). Asume que los vínculos son privaciones y posesiones reales (meritorias y de prestigio), abstracciones posibles que pueden cogerse absolutamente (como si por coger algo, desnudarlo y ponerle un nombre, bastase para determinar y agotar su potencia, su presentabilidad y presencia). Nos cuesta aún asumir que somos cogidos, que no solo somos lo que miramos sino que seremos lo que nos mira, que nos reflejamos en lo mirado y lo mirado no es privativo de nadie. Y no hay selfie, narcisismo ni onanismo que colme ni logre aún reproducir, aunque sea desde el ombligo, un Big Bang(ese otro delirio objetivista) en (o desde) un vacío.   

En una sociedad que cada vez más se jacta de ser libre, no deja de sorprender cuánto exige en términos de permisos, solicitudes, reconocimientos y avalúos —concepto por lo demás groseramente económico, cuantificable y ligado al pornográfico costo-efectivo. Se refleja aquí una sociedad que se sostiene a partir de promesas y devenires asegurados, de profecías y mesianismos galvanizados (un "mesianismo zombie"). Una sociedad obsesionada con la auto-ayuda y toda suerte de privaciones idiotas en nombre de la autonomía y la libertad. Mirada bien en el espejo, se cuelan sus "dobles" y le hacen una broma pesada. Esta sociedad se ha fijado en lo que no es y ha fiado su futuro a la pura especulación y a los artificios necios. El doble recuerda, refracta y se ríe. El doble remite a la repetición y a lo singular.

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Por esa razón, resulta más pertinente (por no decir fascinante) fijarse no ya en "lo que cambia" sino en "lo que se repite", en lo "diferente como singular" y no en lo "diferente como signo de una evolución progresiva y universal"; en lo "común y cotidiano" y no en lo "individualista y exitoso" (aquel que sobre-sale: éxit-o). Éxito identificado como provecho económico o reconocimiento social —los ricos y famosos que tienden a confluir o confundirse. Todo aquello que hemos tendido a calificar (o descalificar) como inútil, como meras ficciones y fantasmagorías en nombre de un ideal "práctico" de progreso, es justamente lo que se repite y define las prácticas políticas y los actos humanos en su exquisito patetismo. Desde muchos puntos de vista, y por mucho que nos empeñemos en pensar lo contrario, no hemos progresado, no hemos ido mucho más allá, quizás todo lo contrario. El "¿cómo todavía esto es posible?" es una pregunta que no merece contestación, como ya advirtió Walter Benjamin. Sin olvidar que fantasmas, traumas irresueltos, herencias y proyectos frustrados (que, paradójicamente, pueden ser promesa de futuro), reaparecen y renacen, si es que alguna vez murieron.

El dilema yace en asumir ese doble mal-entendido que asume por un lado que las cosas "están acabadas" y "están terminadas", y, por el otro, "están predeterminadas" y por ende "están por realizarse" (por medio de un solo camino delineado, predeterminado, del cual es imposible desviarse). Agamben (2007) ya destacaba esto al exponer, a partir de una interpretación de Aristóteles mediada por Averroes (ese fantasma del pensamiento filosófico y político occidental), que el hombre es un ser argós (sin obra e inoperoso), lo cual implica un "ser de pura potencia, que ninguna identidad y ninguna vocación pueden agotar" (p.421). Esa potencia no es algo hecho, terminado o exitoso desde el principio, sino algo contingente, discontinuo y que parte de un hacerse, de un imaginarse. Al no ser algo determinado, perfecto en sí mismo y que pudiese privarse del contacto con sus derredores, sus condiciones de posibilidad requieren de relaciones, de las multitudes. Como el flaneur de Baudelaire, que Benjamin encarnó en sus viajes, que busca perderse en la multitud, y así hallar otra "soledad" que le permite pensar, apercibir y pasearse con el devenir. 
 

V. Otra vez, los sobraos
 

Ya son de esperar las objeciones. Hoy estamos mejor que antes. Antes se cazaban brujas (aún resuena el "somos las nietas de las brujas que no lograron quemar"), mataban herejes y expulsaban a los deformes. Peor aún, algunos debatirán que tales "supersticiones" o "pseudo-ciencias", como la "eugenesia negativa", han sido superadas. Justito ahí empieza la lista de logros, distanciamientos y economías justas respecto al "allá": en los países retrasados, sub-desarrollados en donde no hay derechos, se matan mujeres y niños, hay fanatismo religioso, perviven enfermedades fatales y tercermundistas (o con resonancias "medievales"), no ha existido el "Renacimiento" ni la "Ciencia", no hay tecnologías, etc. No es este el espacio para entrar en estos detalles. No obstante, vale mencionar algunos puntos, a modo de no dejar el asunto completamente en suspenso.

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"Todo cambiará" y "lo mejor está por venir" convive cómodamente con otros eufemismos como "Such is life", "aquí no pasa nada" y "Puerto Rico lo hace mejor". En otros lares prefieren el patriotismo barato del tipo "somos una gran nación" o la idealización del presente y del pasado a partir de categorías vacuas o meros estereotipos elevados a categorías o esencias estéticas o hasta filosóficas (de la historia plurisecular compartida al clasicismo, novocentismo o pactismo razonable). Cuando se tranca el bolo, nada más típicamente mediático que repetir, en un acto ambiguo que fluctúa ente amnesia y determinismo histórico: "la culpa es de los otros". Los típicos chivos expiatorios, o bien llamados "palitos de mear"[1], los tecatos, las putas y los vagos en la calle, los maricones, los inmigrantes (representado en el "dominicano bruto" y "sucio"), los loquitos y entre otros (porque la lista no es para nada corta) los estudiantes de educación pública (incluyendo la UPR). Pero como sucede en los "oscares", no se puede mencionar a todo el mundo. 

 


Notas:

[1] En este contexto me gusta la frase "palito de mear" más que chivo expiatorio, aún contiene la misma riqueza histórico-conceptual. Doy dos razones breves (y para nada exhaustivas): 1) remite a un acto ordinario, cotidiano y que es visto como vulgar pese a ser practicado aún (lo suficiente para ser reconocido por cualquiera); 2) destaca el acto de expiar las inmundicias de uno sobre el otro (que uno puede percibir inclusive como algo que "está abajo" y es más "débil") sin por ello desterrarlo o eliminarlo inmediatamente (se necesita un palito de mear para las emergencias o cuanto el camino es largo).


Lista de referencias:

Agamben, G. (2007). La potencia del pensamiento. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editores.

Benjamin, W. (1992). Cuadros de un Pensamiento. Buenos Aires: Ediciones Imago Mundi.

Benjamin, W. (1991), Gesammelte Schriften, IV. Frankfurt: Suhrkamp.

Deleuze, G. (2002). Diferencia y repetición. Buenos Aires: Amorrortu.

Delgado, M. (22 de septiembre de 2015). A propòsit de l'espai antropológic en Merleau Ponty. Recuperado dehttp://manueldelgadoruiz.blogspot.com/2015/09/a-proposit-de-lespai-antropologic-en.html.

Delgado, M. (29 de agosto de 2015). La novela y el cine policiacos como modelos para una antropología trágica o negra [Mensaje de un blog]. Recuperado dehttp://manueldelgadoruiz.blogspot.com/2015/08/la-novela-y-el-cine-policiacos-como.html.

Delgado, M. (27 de junio de 2014). Lo Real y lo urbano [Mensaje de un blog]. Recuperado dehttp://manueldelgadoruiz.blogspot.com/2014/06/lo-real-y-lo-urbano-nota-para-emilio.html.

Perejaume. (2011), Pagèsiques. Barcelona: Edicions 62.

Perejaume. (2014), Mareperles i ovaladors. Barcelona: Edicions 62. 

Spinoza, B. (1999). Ética. Tratado Político. Av. República Argentina: Editorial Porrúa.


Lista de imágenes:

1. Paco Pomet, "El Domador", 2015.
2. Paco Pomet, "Los últimos días", 2007.
3. Paco Pomet, "El recreo", 2007.
4. Paco Pomet, "Monsieur Mourier", 2005.
5. Paco Pomet, "Sunday", 2012.
6. Paco Pomet, "La culpa es de los otros", 2014.