El cuerpo del delito,
el delito del cuerpo:
la literatura policial
de Edgar Allan Poe,
Juan Carlos Onetti, y
Wilfredo Mattos Cintrón.
Ediciones Callejón,
San Juan 2012
En su libro El cuerpo del delito, el delito del cuerpo: la literatura policial de Edgar Allan Poe, Juan Carlos Onetti y Wilfredo Mattos Cintrón (Ediciones Callejón, 2012), José Ángel Rosado nos propone dos hipótesis sobre el desarrollo de la novela negra: una válida para EEUU y los países del cono sur y la otra para Puerto Rico. En los primeros, el desarrollo de los folletines periodísticos, la nota roja y la propia industria editorial se encuentran en la base de la aparición de los primeros inicios de la novela negra, aunque matizado en EEUU por ese período tal vez algo bucólico del antebellum, mientras que en los países del cono sur, prima el desarrollo de la industria editorial de las revistas literarias y la urgente necesidad de crear un público lector masivo que pudiese rebasar el dominio de la letra escrita ejercido por las clases acomodadas. En Puerto Rico sin embargo, nos advierte Rosado, la vía ha ido por otro camino más ligado al desarrollo del estado colonial, particularmente al proyecto modernizador de lo que se llamó el Estado Libre Asociado, y al papel delictivo del propio estado al desarrollar su discurso criminalizador del independentismo, y el socialismo con su cauda de represión y crimen.
Rosado nos brinda una mirada particularmente incisiva de la historia cultural que cava profundo en los varios estratos del desarrollo de la literatura y su vinculación con la sociedad donde se desenvuelve. Su mirada nos permite atisbar elementos sorprendentes e innovadores en la comprensión de nuestra historia.
Para Rosado no se trata sólo de ver cómo se origina la novela negra en una sociedad determinada, sino también cómo se construye el consumidor de dicho producto socio-cultural, o sea el lector. Usualmente el análisis literario se centra en el género y en los autores, Rosado amplía esa perspectiva adentrándose en esa correlación entre el género y sus lectores. Ese punto de vista nos lleva a percatarnos de aspectos poco estudiados como el monopolio de la literatura por las clases acomodadas y todo el proceso de democratizarla a partir de los esfuerzos de la industria editorial por ampliar su base de consumo e integrar a hombres y mujeres de sectores recién escolarizados.
Destaca en ese esfuerzo el papel que cumplen las revistas y los periódicos -y para el caso de la novela negra-, la nota roja escandalosa que lleva el cuerpo del delito para exponerlo ante las masas. Si ese cuerpo antes estaba abierto a la inspección del público en las plazas donde el estado cumplía con el castigo, en las sociedades modernas, el mismo se sustraía de la exhibición pública monopolizada por la mediación del estado. La nota roja rompía ese monopolio pero estaba a su vez limitada tanto por la pobre alfabetización de las capas populares como por la débil incursión del delito en la creación literaria. El primer aspecto se va rompiendo en la medida en que los estados modernos capitalistas necesitados de obreros más diestros amplían su función alfabetizadora y se crea una gran masa de personas capaces de descodificar el lenguaje escrito; el segundo aspecto es abordado por los nuevos gestores de la industria editorial de revistas, periódicos y libros que tanto crean al escritor como a sus lectores.
De Poe en EEUU a Borges y Onetti en el cono sur, Rosado nos hace ver esa febril actividad que circula por revistas y periódicos y busca ancla en la nota roja para elevar la reflexión sobre el crimen y la cotidianidad a las esferas de la literatura. Hay, claro está, diferencias en unos y otros, producto de los distintos espacios histórico-sociales que habitan, pero es singular que no dan por hecho consumado la existencia del lector que deberá acceder a esa nueva literatura, gente que a su vez, deberá crear también los creadores de ella.
Ya algunos escritores como Balzac, Zola o Dickens se habían hundido en los bajos fondos de lo cotidiano, aunque siempre navegando con bandera de exterioridad, con héroes que poseían la cualidad superior de sumergirse en las aguas de albañal sin mancharse con ellas. El tema de lo concreto social sin embargo, aún no llega al tipo de crimen que luego de los eventos del Destripador de Whitechapel se convierten en la comidilla de la nota roja.
Es singular que en el análisis del relato de Poe sobre el asesinato de Marie Rôget vemos surgir el mundo del investigador en el diálogo y la crítica de la nota roja. A diferencia de Los crímenes de la calle Morgue cuando el investigador Dupin descansa mucho en las reseñas de la nota roja, en el caso de Marie Rôget asistimos al alumbramiento de una nueva fase de la literatura cuando Dupin se distancia de los informes periodísticos y en su crítica va estableciendo uno de los puntales del canon del relato detectivesco: el del investigador que utiliza la observación ponderada y el razonamiento sistemático. La novela enigma da aquí sus primeros pasos.
En relación a esto, parece no ser casual que sea la novela enigma la que plante primero su bandera en este nuevo terreno literario. Todavía investigadores como el Auguste Dupin de Poe (previo a Whitechapel), el Sherlock Holmes de Doyle o el Ignacio Parodi de Borges se presentan más como jugadores de cierto ajedrez social propio de caballeros que resuelven rompecabezas en la cómoda sala de sus casas, y se hallan muy lejos de personajes ungidos de cierta sordidez y marginalidad como el Marlowe de Chandler o el Sam Spade de Hammet. En ese sentido, la novela enigma se instala en un terreno de transición que le confiere cierta respetabilidad literaria al hecho de descender a las alcantarillas de la ciudad para vadear entre la mugre del delito sangriento.
El paso de la novela enigma a la novela negra donde se atan finalmente la tradición de la crítica social con el desenvolvimiento del delito, particularmente el del estado, es ya otro problema que amerita reflexión. Rosado, cuando estudia las aportaciones de Poe, alude significativamente al hecho de que éste escribe en el período antebellum, o sea, ese período cuando EEUU aún no se sumergía en el estremecedor conflicto de la Guerra Civil y los profundos cambios que el mismo generó en la visión cultural de la sociedad estadunidense.
¿Cuánto de ese mundillo que aún no ha probado los horrores de una guerra fraticida y que todavía está contaminado de ruralismo y pastoralismo bucólico no estará presente en el optimismo de que es posible enmendar la transgresión y regresar a la seguridad de un mundo amable? Poe, nos señala Rosado, camina peligrosamente por el borde de ese precipicio que comienza a atisbar el peligro de que esa premisa no sea cierta. En Los crímenes de la calle Morgue, parece decirnos que tal vez no hay tal peligro pues todo ha sido un espejismo generado por un mono descontrolado pero su mirada en ese espejo nos inquieta y otro mundo se refleja ya en él pues ¿acaso no es el simio la metáfora del salvajismo que se oculta debajo de nuestra piel de ser creado, alegadamente, a imagen y semejanza de Dios?
De la novela enigma que adquiere cierta aura de respetabilidad en el mundo literario, aunque las más de las veces como literatura menor, se va marcando una travesía que tiene por derrotero al mundo más siniestro y asfixiante de la novela negra. Entre una y otra, la humanidad habrá de pasar por experiencias que apuntan a que la vieja felicidad del mundo rural mitologizado ya no será recobrable. Es una mitología alimentada más por los deseos de evadirse de una realidad cada vez más dura y desencantadora con los temas del progreso que por la realidad porque aquel mundo deseado distaba mucho de ser bucólico y mejor.
Pero, ahora, la humanidad tenía sobre sus espaldas una guerra mundial, una depresión que acabó con las esperanzas iniciales del capitalismo y una posguerra que se llenaba de voces extrañas ya por los dictadores fascistas o por los ecos de la Revolución Bolchevique. Sobre ese trasfondo histórico se trazará el camino literario de la novela del delito.
En el caso de Puerto Rico, Rosado nos demuestra que el desarrollo de la novela negra se dio por otros caminos. No fue un producto del desarrollo de la industria editorial tanto de revistas como de los periódicos, sino de la actividad del estado en el proceso de criminalizar al independentismo y al socialismo. Que Puerto Rico se presente como una excepción en este terreno no debería sorprendernos: al débil desarrollo económico se ha de sumar la invasión de EEUU en el 1898 que trastocó muchos de los procesos socio-políticos de la isla al incrustar la formación social puertorriqueña en el espacio político de Estados Unidos.
Un ejemplo de esto es precisamente el particular desarrollo de las fuerzas que apoyaron la lucha por la independencia: en el resto de América Latina éstas fueron la confluencia de terratenientes y una burguesía con aspiraciones nacionales mientras que en Puerto Rico estos sectores no se elevaron al plano de las aspiraciones nacionales y prácticamente se mantuvieron bajo la protección y hegemonía, primero de España y luego de la nueva metrópolis, EEUU. El temor de las clases dominantes a las masas, primero esclavas y luego emancipadas y organizadas, particularmente después de la invasión del 1898, en el Partido Socialista, puso a estos sectores criollos a merced de la protección del estado.
Irónicamente, también esas mismas masas, que infundían el miedo en los de arriba, estaban a su vez atemorizadas de que éstos pudiesen conquistar el poder local y desde allí vulnerar el nuevo espacio de libertades sindicales que surgía del poder interventor y, por lo tanto, derivaron a un apoyo al mismo. El estado imperial fue, desde un principio el factor principal en el desarrollo de la isla.
Lo que nos apunta Rosado es que también en el terreno de la novela negra, el desarrollo del estado, en este caso su modernización por la vía del surgimiento del Estado Libre Asociado y su estrategia de criminalización de las fuerzas radicales opositoras, crearon el sustrato para que de allí emergiera la novela negra en su versión criolla.
Es de notar, sin embargo, que desde que plantó su bandera de conquistador en la isla, EEUU ya había iniciado el proceso de criminalización del independentismo. Del conocido libro de Aida Negrón de Montilla sobre la americanización del aparato educativo, obtenemos un pasaje muy singular que es parte de la política de vigilancia y castigo.
El comisionado de educación, Miller demostraba que una de sus funciones era disciplinar férreamente al sistema educativo en todas sus esferas, y particularmente en todo lo que tuviera relación con una impugnación de la presencia estadunidense en la isla. De hecho, para principios de 1919, un grupo de estudiantes universitarios le envía a la Cámara de Representantes una carta por medio de la cual le pedían a dicho organismo que solicitase una declaración de independencia para la isla. Al enterarse Miller de la petición, les pide a las autoridades universitarias una lista con los nombres de los firmantes con el propósito de impedirle el acceso al magisterio a aquellos de los firmantes que solicitasen ingreso a la profesión. En relación a la petición que le hicieran los estudiantes a la Cámara de Representantes, le decía Miller al decano St. John de la Universidad:
"Dado que esta petición ha sido hecha por ciudadanos americanos en un momento en que la nación ha estado escrutando cuidadosamente la lealtad de todos sus ciudadanos, por la presente le ordeno que envíe una lista de todos los miembros de la clase graduanda que tengan intención de entrar en la profesión de magisterio. No designaré ni aprobaré ningún nombramiento hecho por Juntas Escolares a favor de personas algunas cuya lealtad a los Estados Unidos esté en duda. Sírvase enviarme dicha lista".
La imposición de la ciudadanía norteamericana a los puertorriqueños dos años antes, se revelaba ahora como un medio para perseguir a quienes no la habían pedido y para criminalizarlos por rechazar lo que se les había impuesto.
Rosado analiza cómo esta política se retoma por las fuerzas criollas que impulsaban la creación del ELA, y que se empleó vigorosamente previo a la votación sobre la Ley 600 que habilitaba la creación del Estado Libre Asociado. Si bien el partido Nacionalista planificaba una insurrección para el día del referéndum, más que nada para lograr una intervención de la ONU, las fuerzas del estado que habían infiltrado la militancia nacionalista, logran a través de varias acciones, la precipitación de la insurrección de forma que para la votación pudiese haber un clima favorable a la aprobación de la ley 600 por un público atemorizado. La intervención de los activos del gobierno, que incluyó el empleo de la aviación de la Guardia Nacional, en una acción de derroche de fuerza contra los nacionalistas, pocos y mal armados, unida a una campaña masiva de represión y encarcelamientos de personas que habitaban sin saberlo las listas de subversivos, logró su propósito.
La criminalización de esas fuerzas opositoras es uno de los principales motores que hacen derivar a las fuerzas del estado en las décadas de los sesenta y los setenta contra el movimiento estudiantil universitario. Años después, en el 1978, esa cultura de crimen de estado, nos advierte Rosado, se expresó en los asesinatos del Cerro Maravilla.
Es evidente que tales actividades de vigilancia, persecución y castigo han creado una cultura propicia a la violación de derechos civiles y a una mentalidad en el seno de las fuerzas represivas del estado en contra de toda oposición que se instale bajo banderas que cuestionen sus políticas. Volvimos a ver los efectos de esa cultura en la reciente huelga del 2010 de estudiantes de la Universidad de Puerto Rico.
José Ángel Rosado nos hace ver brillantemente cómo de esa matriz de crimen de estado es que nace la novela negra puertorriqueña.
Esto contrasta con el camino formativo de la novela negra en el cono sur donde observamos un primer momento parecido al período antebellum de EEUU y en donde figuras de la talla de Borges se sumergen en la actividad editorial para impulsar el relato policial particularmente en su variante del enigma, y luego entroncarse con otras contribuciones como la impactante aportación de Onetti y la introducción de la figura siniestra del estado criminal. Como Puerto Rico carecía de una actividad editorial ágil, más allá de la periodística, la isla tuvo por necesidad que darle la vuelta a esa primera etapa. Sin embargo, la propia producción literaria dominada por el tema identitario subrayado por el hecho colonial, tendía ya un canal por donde podían discurrir las turbulentas aguas del crimen de estado.
Ahora bien, el problema de crear al consumidor, soslayado por la débil industria editorial boricua, es uno que posiblemente asumió la universidad. Creo que han sido los programas de español y de literatura quienes han tenido que llenar ese espacio de la creación de la figura del lector. Es un aspecto que valdría la pena estudiar más a fondo. De todas formas, luce que, por un camino u otro, toda sociedad moderna genera desde su interior, al alcanzar la masa crítica necesaria, los elementos propicios para el surgimiento de la novela negra como una forma crítica de mirarse a sí misma.
Cuando prevalecía en la sociedad el suplicio como castigo, algunos condenados no podían resistir la tentación de mirar sus cuerpos mutilados. Es lo que nos relata Michel Foucault en su libro Vigilar y castigaracerca del frustrado regicida Robert-François Damiens. La novela negra es también la forma en que la sociedad mira su cuerpo vulnerado. La sociedad misma es el cuerpo del delito y su mirada va descubriendo el itinerario de esa relación entre el cuerpo y el delito.
Es una mirada que evoluciona, que se inicia en el terror y el espanto, pasa al rechazo, luego a la moralización para aparecer entonces como discurso intelectual despegado y al final abocar en la comprensión del entramado total que une a todos los agentes sociales: se llena de discursos letrados nos habrá de recordar Rosado una y otra vez. En El cuerpo del delito nos narra la evolución de esos discursos codificados como literatura; una mirada que culmina en la novela negra como su fase más inquietante y profunda pues la sociedad finalmente accede al hecho de que al mirar su cuerpo mutilado, descubre también el delito de ese mismo cuerpo.
Lista de imágenes:
1. Bullet Proof Blonde, Rob Morán, 2010.
2. Noir Illustrations 1 for Sketchy Pictures, Ryan Boyle, 2013.
3. Film Noir Comic, Andrew Fogel, 2006.
4. Noir Illustration, Derek Schroeder.
5. F is for Frances, Jeremy Coutier, aug 2012, for Frances LeMoine noir short stories.
6. Noir Illustrations 2 for Sketchy Pictures, Ryan Boyle, 2013.
7. Fashion Illustration for Noir, Christopher Morries, 2011.
8. Window Noir, John H. Murphy, 2009-2013.