Luego de participar en dos encuentros feministas de América Latina y el Caribe en Bogotá, regresé a Puerto Rico convencida de que las mujeres feministas debemos hablar más entre nosotras. Sí, hablar. Supongo que muchas personas se sorprenderán de mi convencimiento, porque si de algo las feministas no tenemos fama es de quedarnos calladas. Sin embargo, algunas sí que lo hacemos, sobre todo cuando se trata de desnudar nuestras inquietudes más íntimas a otras mujeres feministas. No hablo, por supuesto, de nuestras mejores amigas (quienes puede que se consideren feministas, o no) sino de otras mujeres activistas, proveedoras de servicios y defensoras.
Ya se ha estudiado que es vital para las mujeres que trabajamos con otras mujeres en situaciones de vulnerabilidad, que nos reconozcamos nosotras mismas como objeto de violencias, y en algunos aspectos, gestoras y transmisoras de prácticas que nos encadenan a paradigmas patriarcales que nos violentan y que podrían conducir, por ejemplo, a relaciones amorosas lesivas.
En su valioso libro Espacios de Libertad: Mujeres, violencia doméstica y resistencia (2011), Diana Valle valida las voces de víctimas de violencia doméstica, para abrirnos las puertas de sus vidas y, de muchas maneras, combatir el mito de la pasividad de las víctimas y sobrevivientes. Asimismo, nos guía a las mujeres que trabajamos con otras mujeres en situaciones de desventaja sobre qué estrategias resultan más eficaces a la hora de hacerlo. Particularmente, nos dice Valle:
[P]ara poder intervenir, para poder acompañar y facilitar el proceso de empoderamiento y liberación de las mujeres sobrevivientes de violencia, es preciso conocer, reconocer, sentir y experimentar la opresión contra nosotras mismas. Si bien es necesario conocer los conceptos de sexo, género, patriarcado, opresión, resistencia y las teorías feministas y de género que explican la violencia, es indispensable reconocer la expropiación histórica que se ha hecho de nuestros propios pensamientos y afectos. Es esencial sentirlo en carne propia, tomar conciencia de las prácticas sociales y culturales que nos restringen, las barreras a nuestra emancipación así del poder nuestro para cambiar. Para acompañar y facilitar los procesos de concienciación y empoderamiento sobrevivientes de violencia, necesitamos concienciarnos nosotras solas o en compañía.
[…]
Conocer y experimentar la opresión, así como el poder para cambiar individual y colectivamente, es esencial en el acompañamiento de las mujeres sobrevivientes de la violencia. Conocer, creer y validar nuestras experiencias, acciones, sentimientos así como el de las mujeres con quienes trabajamos, reconocer que ellas son las expertas de sus propias vidas; escucharlas, apoyarlas, facilitar y respetar sus decisiones son elementos esenciales para el abordaje del trabajo con mujeres sobrevivientes de violencia. (Valle, págs. 108-109)
Si partimos de lo anterior, me parece importante rescatar aquellas reuniones tipo “grassroots” que tanto nutrieron al movimiento feminista en la década de los setenta, sobre todo en estos tiempos de tanta incertidumbre e inseguridad. Nos vendría bien hablar sobre cómo vamos a mejorar las circunstancias de vida de todas las mujeres, incluyéndonos.
Con eso en mente poco a poco un grupo de amigas y yo hemos ido formalizando (relajadamente) “reuniones feministas” (a las que les deberíamos poner algún nombre más interesante) en las que pretendemos hacer feminismo a través de la amistad. En una de las reuniones, decidimos cocinar, beber, escuchar música, ver Antonia's Line y luego hablar. Esa noche nos centramos en las negociaciones sobre métodos anticonceptivos con nuestras parejas y sobre la necesidad de replantearnos nuestra sexualidad de manera tal que podamos tener más control sobre ella.
El miedo de estas defensoras del derecho al aborto a quedar embarazadas sin desearlo fue más que evidente. Las reuniones se siguen dando, tenemos la meta de reunirnos una vez al mes aunque no siempre todas coincidamos. Queda en agenda intentar averiguar si existen “maneras feministas” para superar una ruptura amorosa; balancear la agenda entre el activismo y la vida personal sin que nos arrope el sentimiento de culpa; y enfrentar el conflicto de que, en efecto, algunas prácticas patriarcales no sólo nos atraviesan sino que a veces hasta nos convocan.
Con las reuniones, ya lo hemos experimentado, afianzamos nuestro compromiso por la equidad y justicia de todas, mientras acogemos con amor, respeto y solidaridad las historias de cada una. La apuesta es que con el hablar y el escuchar tejeremos una red fuerte que nos sostenga en momentos de debilidad y nos brinde inspiración para seguir aportando al mejoramiento de las mujeres de nuestro país.
Lista de imágenes:
1. Fotógrafx desconocidx, Women's Liberation Movement: Lesbian Feminism, 1960.
2. Fotógrafx desconocidx, A group of female friends and swimmers occupy the male only University of Wisconsin-Madison swimming pool, 1960.
3. Fotografx desconocidx, Music & Liberation: Women’s Liberation Music Making in the UK, 1970-1989, 1977.
4. Armand Borlant, Le féminisme hier et aujourd'hui, 1968.