Los miembros invisibles de nuestras familias

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Hoy en día, en muchos espacios se reconoce que la relación humano – animal produce vínculos emocionales importantes que enriquecen para muchos la calidad de vida (Risley-Curtis, Holley & Wolf, 2006). Sin embargo, aún en círculos académicos y profesionales, se ignora esta tan importante y significativa relación en nuestras propias vidas y las de otros.

Algunas de las posibles razones de porqué resulta tan sanador y beneficioso mantener relaciones cercanas con animales de compañía es que su aceptación es incondicional, no poseen la capacidad de opinar como otros miembros de nuestra especie, no poseen juicio moral parecido al nuestro y siempre están dispuestos a compartir con nosotros/as sin importar sus circunstancias. Esto, en cierta medida, nos permite desarrollar y mantener un espacio que nos garantiza una seguridad emocional que resulta en una apertura física, mental y psicológica muy íntima con  otro ser vivo y que no está mediada por los miedos e inseguridades que usualmente nos acompañan cuando se trata de relacionarnos con otros animales humanos.

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La inmensa cantidad de literatura presenta que esta relación tiene un impacto en varias dimensiones de nuestras vidas, indicando que no tan sólo trabaja a partir del ángulo emocional sino refleja beneficios en la salud física y psicológica en general. En los pasados años se han realizado investigaciones en las cuales se evidencian los efectos terapéuticos de mantener relaciones cercanas con nuestros animales de compañía. Se ha visto en una gama amplia de condiciones de salud y de conducta como: estrés, diabetes, convulsiones, problemas musculares, reducción de la presión arterial, depresión, autismo, problemas de conducta como la impulsividad e hiperactividad, problemas cardíacos, en la recuperación y rehabilitación de enfermos/as y en la disminución en el uso de medicamentos para el dolor, entre otros (Kraus,n.d.; Risley-Curtis, Holley & Wolf, 2006; Chandler, 2005; Salotto, 2001; Burch, 2003; Otterstedt, 2001).

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En general, los datos sugieren que las personas consideran a sus animales de compañía como parte integral de su familia. Se desarrollan vínculos afectivos importantes que no tan sólo benefician al ser humano, sino también al animal no humano. Mientras más compasivos podamos ser con otras especies, mayor será nuestro potencial de emitir conductas matizadas por la empatía, la compasión y dirigidas al bien social. Algunas de las posibles características que les atribuyen los/as cuidadores/as hacia su relación con los animales de compañía son tales como que: les proveen compañía y apoyo incondicional, generan un espacio para poder expresar sus sentimientos abiertamente y sin miedo a ser juzgados de manera negativa, y minimizan sentimientos de soledad e inutilidad (Phillips, 2002).

¿Por qué entonces hay tanta resistencia en aceptar que los animales de compañía son parte de lo que muchos de nuestros/as pacientes consideran como su familia? ¿Cuántos profesionales de la conducta toman en consideración las interacciones y, sobre todo, las relaciones que mantienen nuestros pacientes con sus animales de compañía?

Esta relación nos ofrece una oportunidad única en el trabajo práctico y clínico de los profesionales de la conducta. Nos permite trabajar desde un comienzo con la alianza que se necesita desarrollar con nuestros clientes y puede minimizar la resistencia hacia el proceso terapéutico, pudiendo utilizar esta relación no amenazante para desarrollar y fortalecer una relación terapéutica efectiva y luego mantenerla. También, podemos evaluar a través de la relación humano animal vínculos emocionales pasados y presentes, desarrollo psicosocial, estilos de cuidado, destrezas de manejo, relaciones familiares, habilidad de cuido personal y de otros, violencia y abuso, entre otros, mediante una relación que para muchos/as no presenta validez clínica alguna.

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Toda esta información tan necesaria y crítica la podemos recopilar y utilizar si reconocemos la existencia y la importancia de estos miembros de familias, que en ocasiones se les ha descrito como invisibles porque no se toman en consideración al evaluar y trabajar con nuestros clientes y sus familias. Si podemos comenzar a identificar y validar en que ellos son parte del espacio vital de nuestros clientes, podremos utilizarlos para provocar cambios no tan sólo individuales pero también sistémicos.

Finalmente, me parece vital destacar que no debemos asumir que nuestros clientes hablen de sus animales de compañía si no les preguntamos directamente por ellos. Debemos, además, evaluar nuestra capacidad de dejar a un lado nuestras propias ideas y prejuicios que tenemos sobre los animales de compañía y tomar en cuenta esta relación humano animal tan en serio como cualquier relación significativa que puedan tener nuestros clientes en sus vidas.

Lista de referencias:

Burch, M.R. (2003). Wanted! Animal Volunteers. New York: Howell Book House.

Chandler, C.K. (2005). Animal Assisted Therapy in Counseling. New York and Hove: Routledge.

Kraus. J.A. (n.d.). Stress in Pet Owners and Non-Pet Owners. Recuperado de: http://www.deltasociety.org/download/Jill%20KrausStressOwnersNonPetOwner...

Otterstedt, C. (2001). Tiere als therapeutische Begleiter, Gesundheit und Lebensfreude durch Tiere-eine Praktische Anleitung. Germany: Cosmos.

Philips, S. (2002). Can Pets Function as Family Members? Western Journal of Nursing Research24 (6), 621-638.

Risley-Curtis, C., Holley, L.C. & Wolf, S. (2006). The Animal-Human Bond and Ethnic Diversity. Social Work, 51 (3), 257-268.

Salotto, P. (2001). Pet Assisted Therapy: A Loving Intervention and an Emerging Profession: Leading to a Friendlier, Healthier, and more Peaceful World. Florida: D.J. Publications.

Lista de imágenes:

1. dangeri.away, "I've got a message for you", 2012.
2. dangeri.away, "8 together", 2011.
3. Foto tomada por Úrsula Aragunde Kohl.
4. Foto tomada por Úrsula Aragunde Kohl. 

Publicado en Política y Sociedad