El día 28 de octubre de 1957, la madre habló:
—El perro se va.
El niño abrió los ojos bien grandes y los clavó en los de su padre. El padre lo miró brevemente y le comunicó por medio de una señal casi imperceptible que haría lo posible por evitar el destierro.
Los argumentos del padre no valieron de nada. La madre aclaró el dictamen:
—O se va el perro o me voy yo.
Por medio de otra señal imperceptible, el padre comunicó que la causa estaba perdida. Pero una vacilación de nanosegundos significó también que había mucho de tentador en la amenaza de la madre.
Los días siguientes fueron un suplicio. El perro —se llamaba Simón— era el único amigo verdadero del niño. Tenía compañeros de escuela, algunos vecinos, primos, pero sólo Simón lo comprendía cabalmente. Sólo Simón daba brincos de gozo cuando el niño lo soltaba del árbol de acacia y lo llevaba a caminar por la urbanización. Sólo Simón nunca le reprochaba nada: que no quisiera comerse las habichuelas, que se orinara en la cama, que no quisiera jugar pelota, ni baloncesto, ni voleibol, ni nada que conllevara la necesidad de sudar detrás de una bola.
¿Cuántos años tenía Simón? El niño no estaba seguro; todavía no medía la vida en años. Los tenía todos, todos los años necesarios para espantar la melancolía que siempre rondaba al niño.
Hasta que un sábado se lo llevaron.
El lunes siguiente, precisamente el 4 de noviembre de 1957, la maestra de ciencia anunció que los rusos habían puesto un segundo satélite en órbita. A diferencia del primero, éste llevaba una pasajera: una perra llamada Laika.
La noticia cayó sobre el niño como un cocotazo inmerecido. Sólo eso faltaba. Ya sabía que los rusos eran comunistas. Decía el cura que ensartaban niños en sus bayonetas. Y ahora resultaba que también montaban perros en proyectiles y los mandaban para la luna donde no les quedaría más remedio que morirse de tristeza.
Una idea se le espetó en la mente. ¿Y si a Simón lo montan también en un cohete? ¿Y si lo mandan para la luna? ¿Y si se muere de pena?
—Misis, ¿qué va a pasar con Laika?
—Pues, que la van a sacrificar en nombre de la ciencia. Porque no hay manera de que esa perra regrese a la tierra con vida…
Esa tarde cuando llegó de la escuela, se fue al patio y se sentó en uno de los bloques de cemento desde donde solía velar las gallinas que estaban a punto de empollar. Allí se quedó hasta que el padre llegó del trabajo.
Cuando vio que el padre se acercaba, todavía vestido de gabán y corbata, corrió a abrazarse con él y rompió a llorar. Cuando por fin pudo, balbuceó:
—¡Que los rusos van a montar a Simón en un cohete y lo van a mandar pa' la luna!
***
Casi sesenta años más tarde, aunque sólo sea de vez en cuando, el hombre tiene el mismo espejismo. Ve una nave espacial que se aleja de la tierra. A pesar de la creciente distancia, puede percibir, a través de la escotilla, un par de ojos atemorizados. A veces son los de Laika, a veces, los de Simón. Pero, a veces… a veces son los ojos de su padre.
Lista de imágenes:
1. Web, "Laika Sputnik".
2. Sohpie Oiseau, "Laika go fetch", 2015.