Pues son ésos los momentos en que algo nuevo, algo desconocido, entra en nosotros. Nuestros sentidos enmudecen, encogidos, espantados. Todo en nosotros se repliega. Surge una pausa llena de silencio, y lo nuevo, que nadie conoce, se alza en medio de todo ello y calla...
—Rainer Maria Rilke
Entre fines de los setenta y comienzos de los ochenta, viví en un campo de Trujillo Alto. En aquella época teníamos un solo auto y, por supuesto, su uso le tocaba a mi esposa. Yo cogía carro público entre la UPR y mi barrio de Quebrada Negrito. En una ocasión, se subió al carro un joven obviamente gay. Enseguida comenzaron las pitadas y los chiflidos. “¡Ay chus!”, por un lado; “¡cójanlo que va sin jockey!”, por el otro. Y las risotadas de muchos de los pasajeros no hacían sino alentar la lapidación verbal.
A pesar de ser corto de memoria, no he podido olvidar ni los chiflidos de unos ni el silencio abrumador de otros, entre los que me contaba yo. No hacía mucho que me había hecho miembro de una iglesia bautista, precisamente en el barrio Quebrada Negrito, y me sentía bastante seguro de que Jesús, en parecidas circunstancias, por lo menos se habría puesto en cuclillas y habría comenzado a escribir en el suelo.
Hoy, me llegan noticias de que una de las denominaciones cristianas en Puerto Rico, motivada, al parecer, por grupos a quienes les preocupa el creciente número de iglesias y otras instituciones que reciben a los homosexuales de brazos abiertos, han creado una comisión para explorar el asunto. Es interesante. En los setenta y ochenta, el dilema de las iglesias era la ordenación de las mujeres. Había grupos que se resistían a tener mujeres como pastoras en sus congregaciones y, abastecidos de versículos bíblicos, aseguraban que no era ése el lugar de la mujer en la iglesia. Hoy, tampoco faltan los versículos bíblicos que condenan la homosexualidad. No son muchos, pero están ahí; como están ahí las advertencias de Pablo sobre el papel de las mujeres en la congregación.
Yo no sé qué malabarismos intelectuales y espirituales hace la gente para sostener por un lado la infalibilidad de la Biblia y escoger, por el otro, las partes de las escrituras que van a seguir al pie de la letra y aquellas ante las cuales se van a hacer de la vista larga. Parecería que muchas iglesias se han reconciliado con el liderato de la mujer, en unos casos mediante una exégesis bizantina, en otros por medio de cierto pragmatismo espiritual. El caso es que le ha tocado a la homosexualidad ser el dilema del momento entre muchos grupos cristianos.
Nunca he suscrito la infalibilidad de la Biblia, sin que eso signifique que no encuentro en sus páginas sabiduría y belleza, así como muchos pasajes que parecen desafiar la razón de su tiempo para permitirnos atisbar un futuro que sólo se puede intuir proféticamente. Son tantos que vacilo en citar, pero no puedo evitar escoger algunos que siempre me han deslumbrado.
“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3: 28);“El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey; y el polvo será el alimento de la serpiente. No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová. (Isaías 65: 25); “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18); “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (I Juan 4: 7-8); “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (I Corintios 13: 12).
Lo que hace intrigantes y proféticos todos esos pasajes es que vislumbran una realidad cuya plenitud no conocemos aún. Es como si nos llegaran desde el futuro, llenos de promesas para ayudarnos a cruzar el desierto de una realidad insuficiente. Hay tantos otros pasajes en la Biblia, sin embargo, que están tan arraigados en el pasado que nadie en su sano juicio propondría hoy su cumplimiento. Baste con el siguiente ejemplo:
“Cuando en alguna de las ciudades que el Señor tu Dios te da se halle algún hombre, o alguna mujer, que haya hecho lo malo a los ojos del Señor tu Dios y que haya faltado a su pacto al ir y servir a dioses ajenos…, sacarás de la ciudad al hombre o a la mujer que haya cometido esta maldad, y los apedrearás, y así morirán” (Deuteronomio 17: 2-5).
Y, por supuesto, hay también muchos otros pasajes, digamos sobre la justicia y la equidad, que no se cumplen en casi ninguna congregación sin que las denominaciones se sientan moral y espiritualmente conminadas a crear comisiones de estudio. Baste también con un solo ejemplo:
“Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, ve y vende lo que posees y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme” (Mateo 19:21).
Lo que hace excitantes y prometedores aquellos pasajes que desafían la razón y la cultura de su tiempo es precisamente que nos invitan a vivir bajo la autoridad de un futuro que sólo podemos entrever oscuramente, y a resistir la autoridad de cualquier pasado o cualquier presente reconciliados con la injusticia, con la crueldad, con el desamor. Para guiarnos por el camino nos invitan a abastecernos meramente de amor y de compasión.
Pero, la preocupación por el “peligro” homosexual no se vale solamente de argumentos sacados de la Biblia, sino también de ciertas nociones de lo natural para concebir la homosexualidad como un pecado contra natura.
Francamente, a pesar de ser amante de la naturaleza, ya estoy hastiado del adjetivo “natural” que hoy se usa lo mismo para vender productos de belleza o alimentos, que para despotricar contra las vacunas y no sé cuántos otros adelantos científicos. ¿Qué es precisamente lo natural en la experiencia humana? Si hay algo que parece caracterizarnos como especie, es nuestro creciente distanciamiento de “lo natural”; distanciamiento que es hoy tan ordinario y cotidiano que ni siquiera lo percibimos.
Natural es vivir en cuevas o en árboles, andar desnudos, comer animales crudos, caminar a pie, dejar atrás a los más débiles. Natural es la supervivencia del más fuerte o del más apto. Natural es hacer lo que sea con tal de sobrevivir y de perpetuar los genes. Natural es la guerra entre las especies y hasta entre los miembros de una misma especie. Natural es que a mi bisabuela se le hayan muerto siete de sus once hijos de enfermedades infecciosas.
Lo que no es natural es el amor. Lo que no es natural es el amor de una pareja homosexual que conozco que, ante el deterioro físico y mental de la madre de una de ellas, convirtieron su hogar en un hospicio y rodearon a la viejita de amor hasta que se murió y ellas quedaron en bancarrota. Lo que no es natural es ese amor asombroso que nada tiene que ver con la compulsión biológica de perpetuar los genes; lo que no es natural es ese amor desinteresado que, en términos de la edad del universo y del proceso evolutivo, apenas comienza a asomar su cabeza tímidamente.
Porque el amor, el perfecto amor que nos permiten vislumbrar los pasajes más atrevidos y proféticos de la Biblia, pertenece al futuro:
“ Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Marcos 12: 30-31).
Ese amor sigue siendo una visión, un sueño contra natura bajo la autoridad del futuro.
* Todas las imágenes corresponden a la serie Gasa blanca por Robert Mapplethorpe, 1984.