La coyuntura histórica del 1898 significó un cambio fundamental para los puertorriqueños, al dar inicio a una complicada relación entre dos sociedades disímiles, y que, a pesar de la redacción de varias leyes orgánicas y una constitución, todavía se lucha por una “definición”. La larga historia de la “relación política” entre la isla caribeña y el continente del norte ha sido de constantes esfuerzos criollos y desinterés metropolitano. La negociación política entre países con poder tan desigual es muy difícil, da la impresión de que no hablan el mismo idioma. Y no me refiero solo al inglés, si no, a todo un lenguaje político de gestos y posturas. Pero, ¿cómo fue la primera mirada del americano a los puertorriqueños?
La publicación de textos escritos por estadounidenses en los que se describen las islas del Caribe transcurre durante todo el siglo 19, mas aumentó considerablemente durante la última década cuando los intereses azucareros estadounidenses invirtieron en Cuba y República Dominicana. Estados Unidos aprovechó la inestabilidad producida por la guerra de independencia en Cuba para consolidar su control en la región y evitar la influencia de otras potencias europeas.
Estos libros dieron a conocer los nuevos territorios, sus posibilidades de inversión y discutieron las estrategias para su gobierno. A través de ellos se desarrolla una retórica colonial en la que se busca naturalizar la relación colonial, es decir convencer a los ciudadanos de la “Gran República del Norte” y a los isleños tropicales que ésta es conveniente y deseable para todos. Expresan además, de manera variada el discurso colonial estadounidense y su particular idea sobre lo americano y la americanización, que significaba a grandes rasgos y al mismo tiempo, la expansión de los intereses (económicos y militares) americanos, la adopción del idioma inglés y los principios liberales que los facilita.
Las sociedades imperialistas, en su retórica se autorepresentan como portadoras de un gran legado y responsables de transmitir sus “formas avanzadas” a los pueblos que consideraban inferiores. Así, imponen sus criterios e intereses sobre ellos, pero con la justificación de que lo hacen por su propio bien.
Hace rato sabemos, y tal vez sea necesario reafirmarlo en este texto, que son las personas detrás del control de las fuerzas económicas las que suelen imponer sus intereses en el orden político. Sin embargo, en el desarrollo político de la humanidad también ha quedado plasmada la fuerza de las ideas, digamos que filosóficas o éticas, en las acciones de los individuos miembros de éstas. En este juego de múltiples intereses mediados por ideas sobre cómo debe funcionar el mundo se buscan distintas estrategias de persuasión para dirigir a su favor la opinión pública y adelantar las distintas metas ideológicas que convergieron durante la Modernidad.
La escritura de viajes durante el siglo XIX en el contexto imperial cumplió parte de esta importante función ideológica. Estas narraciones acercaron a los ciudadanos del imperio a la “realidad” que se vivía en tierras exóticas, lugares abundantes y atrasados cuyos primitivos habitantes no disfrutaban de los frutos de la civilización. Mary Louis Pratt, en su importante libro Imperial Eyes: Travel Writing and Trasnculturation (1992), sostiene que la escritura de viajes en el contexto de la Europa imperialista del siglo XIX constituyó un importante mecanismo de integración.
Desde esta producción cultural –generada en libros, revistas, lecturas públicas o conferencias– la empresa colonial fue representada de manera que le dio al público europeo un sentido de apropiación y familiaridad con las tierras exóticas que sus naciones exploraron, invadieron y colonizaron para invertir en ellas. Estos textos ayudaron a la formación del “sujeto doméstico del imperio”, pues era necesario identificar a sus miembros con el proyecto imperial y hacerlos parte de él.
A esto es a lo que me refiero cuando hablo de tener en perspectiva la fuerza y el arraigo que adquieren ciertas ideas en el comportamiento de los individuos, sociedades y, a la larga, Estados. Los países industrializados de finales del siglo XIX, inmersos en las ideas racionalistas y humanistas, no aceptarían la burda ocupación de territorios y la esclavización de sus habitantes. En la medida que las ideologías democráticas imperaban en las metrópolis era cada vez más evidente la contradicción de las ideas igualitarias y la cruel estructura de dominación y exterminio en las colonias.
A pesar de ello, el acelerado crecimiento del capital en plena revolución industrial impulsó a los estados más poderosos a expandir de manera agresiva sus intereses económicos e influencia política. Es desde la perspectiva fucoultiana de la constante reconfiguración del discurso del poder que Pratt entiende que de la competencia –no sólo militar y económica, sino discursiva– entre las potencias europeas encontraron nuevas y “mejores” razones paras las intervenciones imperialistas. Éstas tenían que tener un propósito que estuviera a la altura de las ideas superiores con las que entendían ellos organizaban su civilización occidental.
En este complicado proceso donde coinciden multiples intereses que son parte del desarrollo ideológico del siglo XIX. Las ideas racionalistas y humanistas de la Ilustración propiciaron cambios paradigmáticos coincidentes con el surgimiento de la sociedad industrializada. Tras una insaciable búsqueda de información, los poderes imperiales auspiciaron expediciones en las que botánicos, cartógrafos y naturalistas acumularon y sistematizaron la información acumulada sobre los organismos vivos que habitan la Tierra.
Éstas eran parte de la competencia entre estas naciones que nutrió –y se nutrió de– la expansión territorial. Del mismo modo, y desde su propia perspectiva, nombraron, catalogaron y adjudicaron valores morales a los pobladores de esas tierras. La “objetiva” ciencia le rindió un importante servicio al interesado Capital, pues validaba y justificaba las acciones que tomaba para mantener su propio crecimiento.
Para entender la dominante mirada occidental sobre la zona tropical del globo terráqueo, hacia donde se dirigió el deseo del expansionismo capital, es necesario escudriñar el código que le dio sentido a las representaciones del “mundo natural”. Para la historiadora Nancy Stepan en su libro Picturing Tropical Nature (2006), el trópico es “a place of radical otherness.” Con el desarrollo del discurso científico, en expansión como el capital durante este siglo, los europeos definieron a los habitantes de las tierras calientes como miembros de una civilización inferior.
Con este determinismo climático y geográfico establecieron una relación entre la abundancia de la naturaleza tropical y su supuesta escasez cultural. El trópico se convirtió entonces en el reverso de las supuestas virtudes de la imperial Europa, y en ese ejercicio discursivo se construyó la validación de su pretendida superioridad con el lenguaje científico.
Este determinismo geográfico y climático será la piedra filosofal de la inferioridad tropical, y será retransmitida por el discurso científico de la época. Se valida la idea de la degeneración tropical que vinculaba la fertilidad abundante de la naturaleza, el calor tropical y el mestizaje con la supuesta incapacidad de sus pobladores, quienes eran vistos como vagos atrasados e incapaces de alcanzar la civilización occidental. Este discurso de inferioridad tropical se expresó en particular a través del discurso antropológico influenciado por el darwinismo social y el discurso médico de la medicina tropical.
La vertiente del tropicalismo médico fue un componente importante en el racismo científico. Validó la premisa de las varias “razas” humanas y de sus diferencias “naturales” más allá de las fenotípicas, y de un hábitat geográfico específico para ellas. Se presentaron estadísticas y mapas que validaban la concepción de que la “raza” blanca era superior y fijaba en las tierras más calientes, donde personas más oscuras y atrasadas en la escala de las civilización cohabitaban con peligrosas enfermedades tropicales.
Mientras que con el darwinismo social se establece una división entre razón y pasión, cultura y naturaleza, y muchos de los clichés imperiales en su visión del otro que resultaron justificaciones para su dominio. Se partió de un determinismo geográfico donde se piensa que las zonas templadas del mundo eran lugares de cultura y razón, mientras que el trópico lo era de naturaleza y pasión.
Sin embargo, es necesario aclarar que el llamado darwinismo social estuvo alejado de los postulados de la teoría de la evolución y estaba más influenciado por otros pensadores ingleses que intentaron justificar filosóficamente el modelo victoriano de progreso y liberalismo económico basado en el libre comercio y la competencia como dinámica fundamental de la vida. Y a pesar de que hoy día queda muy feo aplicar las ideas biológicas descritas por Darwin en la evolución en la dinámica social por las consecuencias perversas y catastróficas que ha tenido en la historia, hay que tener en cuenta el peso que han tenido durante estos años y las muchas ramificaciones que ha tenido.
Los autores que firmaron todos estos textos transmitieron una mirada occidental a los miembros de sus sociedades, y todos –tanto el imperialismo europeo como el estadounidense, con sus diferencias metodológicas– partieron de las mismas premisas de su propia superioridad. Es por eso que ya fuera a través de la historia natural o la medicina tropical y sus propias nociones de progreso calificaron a los pueblos que les tocó “civilizar”. Lanny Thompson en, Imperial Archipielago: Representation and Rule in the Insular Territories Under U.S. Dominion After 1898 establece una relación entre las diferentes estrategias para administrar las distintas islas conquistadas y las maneras en que las (d)escriben.
Puerto Rico, por ejemplo, considerada la más blanca de las Antillas, era representada con potencial americanizable, mientras que descalificaron a Filipinas, por que en ellas cohabitan pueblos en distintas “etapas evolutivas” entre los que abundan los “salvajes”. Así criterios racistas, económicos, militares y científicos se confunden en estos textos.
En la próxima entrega, y a la luz de todo esto, evaularé la visión sobre la isla de Puerto Rico y sus habitantes que expresaron tres escritores americanos justo después del cambio de soberanía. En estos textos se discuten las posibilidades productivas de la isla, y al definir al puertorriqueño desde sus carencias, prestaré atención a su propia autoconcepción de lo americano y las maneras de americanizar.
La segunda parte de esta serie se publicó el 8 de octubre del 2012.
Lista de imágenes:
1. "School Begins" de Louis Dalrymple, en la revista Puck, 1899.
2. "How Some Apprehensive People Picture Uncle Sam after the War." Detroit News, 1898.
3. J.S. Pughe "Declined with thanks", revista Puck, 1900.
4. Editorial del Boston Globe, 28 de mayo del 1898, "Well, I hardly know whish one to take first!".
5. Tío Sam y Emilio Aguinaldo. Austin's Hawaiian Weekly, 23 de septiembre del 1899, página 7, imagen 7.
6. "Goddess of Liberty" autor desconocido, 1898. La libertad anunciándose a Cuba, las Filipinas y Puerto Rico.
7. "Knocking at the door". Chicago Tribune y Marshall Everett, ed., Exciting Experiences in Our Wars with Spain and the Filipinos (Chicago: Book Publishers Union, 1899), p. 326.
8. The Boston Sunday Globe, 5 de marzo del 1899, portada.
9. Minneapolis Tribune, 1898.
10. Udo Kepler, 'It's "up to" them', Puck, noviembre 20, 1901. Tío Sam da la opción de un soldado o una maestra a los nativos.