Café y cigarrillos

“¿Qué es lo primero que piensas cuando te despiertas?” interroga Santiago mirando a Luisa fijamente a los ojos.

Es una de esas preguntas que se le hace a una amiga de muchos años. Con la confianza que tienen dos personas que han compartido un rato importante, fundamental en sus vidas. Para mencionar sólo tres: la cercanía de la muerte, un fin de semana de sexo casual y el amor por la misma mujer. Luisa esboza una sonrisa grande que le ocupa toda la cara y reconoce una de las preguntas existenciales a las que la tenía acostumbrada las pocas, pero no raras, veces que se encontraban. Por lo regular comparten café, cigarrillos, cervezas, pasto y la continuación de una larga conversación.

“¿Cómo que qué pienso?” dice culminando la sonrisa, “¿quién carajo es éste que tengo al lado?” Estallan en carcajadas estruendosas que atraen la mirada de los comensales que les rodean en el café de la plaza.

“Chica, en serio, ¿qué es lo que piensas cuando te levantas de la cama?”, la insistencia de Santiago devuelve la seriedad a la conversación.

Ella enciende un cigarrillo mientras se recuesta de la silla como respuesta al momento solemne. Con una enorme calada dice, todavía humeante la boca, “yo no puedo pensar hasta la segunda taza de café. ¿Y tú?”

“En estos tiempos, que la vida está muy aburrida, qué no sé para dónde ir ni qué es lo que hay que hacer, que los días se repiten uno tras otro y da igual si es sábado o miércoles”, responde resignado a no obtener contestación a su pregunta.

Una dilatada pausa tras la sentencia es interrumpida sólo con los sonidos del fumar, las conversaciones que los rodean y la música charra que amplifica las bocinas del café de la plaza. “Supongo que es cuestión del momento”, continúa por fin, para quitar algo de fatalidad, “pero la verdad el momento se está haciendo muy largo”.

“Quizá es el momento de viajar”, sentencia tras otro intérvalo, “no sé, cambiar de ambiente, entretenerme en las pequeñas diferencias de la misma mierda. Tú sabes, después uno regresa y todo se ve más fresco. Qué se yo”.

“Eso suena bien”, dice Luisa entusiasmada procurando cambiar el tono pesimista de la conversación. “¿Para dónde quieres ir?”

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“No sé”, responde con su mirada puesta a lo lejos, como si buscara un lugar utópico, algún Shangri-lá cercano y posible, “pero hace falta qué hacer, y a mí, como tú sabes no me interesa hacer casi nada. ¿O tú sabes de alguna fundación que le de ayuda económica a contempladores profesionales? Pero sin hacer informes porque se daña”. El rostro de Santiago se transforma mientras se entrega a la fantasía. “Quién sabe, a lo mejor me financian una estadía en París, o no, mejor en Amsterdam”.

“Tú quieres ir a Amsterdam por los hash-bars y las putas”, replica Luisa entre risas.

“Tal vez. Aunque también tienen flores muy bonitas y una excelente cerveza”, sostiene Santiago. “Además, por los principios que tengo ahora creo firmemente que no se debe pagar por bellaqueras. Para un caribeño en Europa es cuestión de sacarle partido al exotismo y bailar salsa; y en el viejo mundo yo soy un Roberto Rohena cualquiera”.

Ríen un rato, se toman otro café, se fuman algunos cigarrillos. Luisa le cuenta de sus viajes y Santiago de sus bizarras experiencias como bibliotecario de escuela secundaria pública. Se reconocen una vez más a través de los relatos que comparten mientras cae la tarde.

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“Oye, ¿sabes algo de Vanessa?” pregunta Luisa al fin.

El recuerdo cae pesado entre ambos, y otra vez los murmullos cercanos se apoderan de su ambiente. Santiago coge el último cigarrillo de la caja, y mientras lo enciende con la derecha, la izquierda hace de la caja un burujo. “No la veo hace como tres años”, respondió, “y la última vez ni siquiera quiso mirarme. Siempre llegan noticias vagas y hasta contrarias”.

“¿Cómo que contrarias?” interrumpe ella.

“Contradictorias”, replica él contrariado, “que si está bien, que si no lo está”.

“Y tú, ¿cómo estás?” pregunta Luisa.

“Estoy como puedo, cómo voy a estar”, reponde después de contemplar la bocanada, como si el sentido de la existencia fuera así de cambiante, de precario o de inútil.

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De nuevo un silencio, esta vez incómodo, invade el espacio de los amigos. Una patética canción de amores clandestinos ambienta la escena. Un tecato interrumpe con su lamento eterno, un murmullo continuo y automático. Trata de vender una flor hecha con las pencas una palma: “…una’yudita-místel-que-tengo-hambre-una-flor-pa-la-dama-bendito…” Santiago niega con un gesto molesto. El tecato hace como que se va, pero retorna con su voz de letanía: “…un-cigarrillo-místel-bendito…”

“¡No tengo!” dice exasperado enseñándole la pelota amorfa que fue caja de cigarrillos. El tecato se va finalmente recitando la versión inglesa de su monserga a una pareja de turistas que pasa.

“¿Nos vamos?”, pregunta Santiago después un rato.

“Vamos”, confirma Luisa con una sonrisa.

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Recogen el encendedor y demás bártulos. Cruzan la plaza, entre unos niños que corren para allá y para acá. Caminan el uno al lado de la otra, acompañándose como tantas veces.

“¿Para dónde quieres ir?”

“No sé, qué te parece Amsterdam”.

Lista imágenes:

Todas las imágenes son de Jean Michel Basquiat.
1. Cabeza, 1982.
2. Philistines, 1982.
3. Boy and Dog in a Jonhypump, 1982.
4. Not Painted.
5. Paramount (en colaboración con Andy Warhol, 1985l).
6. Ascent, 1983.
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