En las recientes manifestaciones de la temporada, con la marca de Occupy, es perceptible la presencia de máscaras que se se han puesto de moda, es decir, en rentable objeto de consumo, gracias al filme V for Vendetta (2005). La careta es utilizada por el protagonista, que no tiene cara, ni nombre, pero le puedes llamar V. La máscara es la representación de un oscuro personaje de la historia inglesa, Guy Fawkes, extremista católico del siglo XVII que fue capturado debajo del Parlamento británico rodeado de barriles de pólvora con los que pretendía explotar el edificio. Fawkes y sus secuaces resistían a la represión ejercida contra los ingleses que no quisieron convertirse al anglicanismo oficial. El terrorista fue ahorcado como muchos otros católicos, extremistas o no, durante esta lucha por el poder en la Gran Bretaña enmascarada tras el adjetivo religiosas. Este evento dio paso a la tradicional fiesta Guy Fawkes day, efemérides en la que el pueblose divierte quemando y aporreando monigotes del más famoso de los conspiradores.
Esa es la breve historia de la máscara, pero más que el personaje histórico me interesa el ficticio, el que utiliza el antifaz como rostro, no en la aguada y cursi versión fílmica, sino el que tiene su origen en el cómic del mismo nombre escrito por Alan Moore e ilustrado por David Lloyd (DC Comics, 1988). En él se narra un futuro alterno; la isla de Inglaterra había sobrevivido la temida —durante la Guerra Fría— tercera guerra mundial con su inevitable apocalipsis nuclear. Europa y África quedaron devastadas. Del resto del mundo no se tienen noticias. Tras varios años de violencia y caos, el vacío de poder es suplantado por un gobierno totalitario de corte fascista llamado Fate.
En el camino eliminaron a todos los elementos considerados peligrosos: negros, musulmanes, homosexuales e izquierdosos. Hubo campos de concentración, tortura y experimentación con prisioneros. V, quien convierte en objetivo de su venganza personal la destrucción del gobierno responsable de su desdicha, fue uno de esos prisioneros. Abrazado a la idea anarquista, se embarca en la misión de hacer estallar los cimientos de este régimen. Así, mientras asesinaba a los responsables directos de su dolor, figuras prominentes del régimen, va sembrando la semilla del desorden. Será la incertidumbre, entiende V, lo que despertará al pueblo de su letargo. Quiere obligarlo a enfrentar el miedo que le ha despojado de su libertad.
La noche que V inicia su venganza revolucionaria, se tropieza con la escena de una joven que decide prostituirse, con la mala suerte de que al hombre al que se le ofrece es un fingerman (así le llaman a los agentes encubiertos, porque “señalan”). De repente la muchacha está rodeada por cinco de aquellos hombres dedos, que dicen la violarán y matarán. La joven ruega. Y es cuando entra en escena el enmascarado recitando a Macbeth. La rescata, la acoge en su refugio y la convierte en su pupila.
El aprendizaje de Evey Hammond incluyó una dura prueba en cuerpo, mente y espíritu. El maestro la llevó a lugares insospechados de dolor —físico, psíquico, moral— para demostrarle que hay cosas peores que la muerte. La preservación de nuestra integridad es lo que nos hace verdaderamente libres, o no; porque no es lo que pensamos, sino lo que hacemos (o no hacemos, o permitimos que hagan) lo que al final marca nuestro paso por la vida, y ésta es como cada uno la vive. Es necesario perderle el miedo a la muerte, porque desde allí es que se puede construir con amor. “Estás asustada porque la libertad es terrorífica,” dice el terrorista.
V adopta el anarquismo como filosofía y asume el papel con toda la teatralidad disponible de agente destructor, una suerte de ángel vengador, pues su venganza es la de todos; la caída de sus enemigos particulares destruirá el régimen que los oprime. En cierto momento le da un ultimátum al pueblo, pues los hace responsables de esta realidad que viven. Para ayudarlos destruye la capacidad de Fate de observar y escuchar a los ciudadanos, quienes poco a poco pierden el miedo y salen a la calle a expresar su furia irreflexiva. Surge el caos, la anarquía.
La anarquía como el teatro tiene dos caras, destrucción-creación, y al final Evey (Eva la primera mujer) pasa de discípula a encarnar la idea tras la máscara. Ella encarna la fase creativa del anarquismo, como le pidió el maestro, para que ayude al pueblo a crear una nueva sociedad en la que el verdadero orden venga de la voluntad de los individuos. Del mismo modo, eVe acoge a un nuevo discípulo y todo, como quien dice, vuelve a empezar.
La realidad es que nosotros, el pueblo, hemos abdicado el poder de defender nuestros intereses e ideas. A cambio de comodidad nos sentamos tras el televisor o la computadora a consumir mientras otros ejercen el suyo a su favor y conveniencia. Una vez nos sentamos en nuestra cómoda silla de nuestra burocratizada sociedad, nos convertimos en parte del problema. Por eso, personajes como éstos nos recuerdan el poder que cada uno tiene, la potestad de decir y de hacer, de ser responsables de nuestros actos. Tenemos la prerrogativa de vivir la vida como uno quisiera que fuera y la responsabilidad de dejar este mundo, aunque sea un poco, mejor de lo que era.
Así que habrá que preguntarse la próxima vez que veamos a algún manifestante con la careta aquí mentada, cuál será la imagen invocada. ¿La del extremista católico que quiso explotar el Parlamento británico, el personaje cool de la película que le robó un beso a Natalie Portman o la del muñeco apaleado y quemado durante Guy Fawkes Day?