Vagabundos

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En la plaza de armas, al atardecer…

Uno de los bones importados del norte, flaco con chamarra militar y un largo mostacho (como el Sam Bigotes de los muñequitos), se tambalea en medio de la plaza. Carga nuestro Sam con una inmensa mochila, dos o tres matres de yoga enrollados como brazo gitano, muchas bolsas plásticas con contenido desconocido, un paraguas desnudo que funciona, mal, como bastón y una juma que nadie se la apea, que por más que se está quieto todo se le menea. Después de varios pasos en falso cae cuan largo es, pero con destreza de experto, es necesario destacar, que lo libera del guatapanazo que todos los que observamos anticipamos morbosamente.

En el suelo yace como cucaracha patas arriba desde donde trata, impotente, de levantarse. A pesar de los varios intentos infructuosos por erguirse, Sam Bigotes sigue tratando. Hasta que Míster Brown se levanta al rescate. Míster Brown —llamado así por la peste a mierda con la que anda siempre— es el más famoso de los sin casa sanjuaneros que con sus pasos cortos y dificultosos llega hasta su compañero caído. Como puede trata de levantarlo, mas aquél no suelta los motetes, lo que hace de la empresa una cuesta muy empinada de subir. Después de varios conatos lo logran, más o menos, y mientras Míster Brown regresa a su banquito, Sam se tambalea y vuelve a caer.

Míster Brown que con mucho trabajo había retornado a su “morada” vuelve al rescate, y tras levantarse, el Bigotes vuelve al suelo con su estilo más que ensayado. Se repite la escena en varias ocasiones y el apestoso samaritano, ya cansado de ir y venir le dice dos o tres cosas a Sam (cosas que, parapetado tras mi café, no puedo escuchar). La escena genera varios comentarios alrededor, pero ninguna acción de ayuda.

Al final, la estrategia de Míster Brown da resultado. Convenció a su compañero de soltar su pesada carga, que él lleva poco a poco y sin prisa, mientras que el Bigotes concentra sus esfuerzos para incorporarse. Hasta que, en continuo bamboleo pero con sus propios pies y escuálido bastón, llega al banquito destinado. Allí se sienta victorioso sobre sus pesadas pertenencias, con las piernas cruzadas y con pose de pachá que observa sus dominios. No mucho después, la borrachera vence el fronte. Se acuesta como puede y duerme tranquilo al lado de Míster Brown, su maloliente salvador, que devuelve su mirada a lo lejos.

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