El Caribe de Pedro Cabiya

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Pedro Cabiya. Malas hierbas. New York: Zemí Book, 2010. 
252 pp.

La novelística latinoamericana de los últimos treinta años comprende variadas tendencias estéticas entre las cuales sobresalen la narrativa policial en su vertiente de la “novela negra” y esa producción que Aníbal González ha dado en llamar “nueva novela sentimental”. Según el crítico puertorriqueño, la narrativa contemporánea de corte sentimental se caracteriza por un profundo desencanto ante la realidad social que, aparte de avivar el interés en la interioridad, activa la indagación en torno al amor como vehículo de transformación en las sociedades que le sirven de marco. Este afán por modificar cierto estado de cosas coincide con uno de los rasgos principales de la novela negra a la norteamericana: la crítica acérrima al sistema capitalista, cuyas taras se exhiben con crudeza a través de personajes atormentados. A pesar de la indudable primacía de estas vertientes narrativas en el contexto latinoamericano, lo que predomina es la mezcla de tendencias. En lo que respecta a Puerto Rico, y al Caribe en general, la producción de Pedro Cabiya (1971) es quizás la más iconoclasta y singular.

Desde su irrupción en el mundillo literario puertorriqueño con la publicación de “La madre”, la narrativa de Cabiya se ha caracterizado por recurrir a lo sobrenatural como su marca distintiva. Su producción, que comprende los relatos reunidos en Historias tremendas e Historias atroces, así como las novelas Ánima SolaLa cabeza y Trance, dan cuenta de esa particular predilección de Cabiya por lo especulativo y lo fantástico en su poética literaria. Malas hierbas (2010), su más reciente novela, no es una excepción en este sentido. Se trata de un texto verdaderamente impecable. El protagonista es un zombi galante y adinerado que ostenta varios grados científicos, y que se obsesiona con la idea de habitar el mundo como un ser viviente. Para ello se afana por encontrar la fórmula química que le permita acceder a esa dimensión proscrita. Su “resurrección” llega azarosa y fugazmente de la mano de tres mujeres que lo inician en los senderos de la pasión. La aparente candidez del asunto revela una historia de ribetes humorísticos, pretensiones sociológicas e incursiones en la materia religiosa que encara con crudeza la realidad social del Caribe del neoliberalismo.

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Cabiya, en el Media Tour de su texto La Cabeza.

La trama oscila entre una ciudad que a todas luces es Santo Domingo, un pueblo haitiano de la zona fronteriza y una ciudad que se puede identificar con el Viejo San Juan. En otras palabras, Cabiya presenta un cuadro arquetípico de la urbe caribeña con la idea de subrayar la uniformidad del daño que el desarrollo rampante del capitalismo de libre mercado ha significado para la región, particularmente en lo que respecta al individuo de clase media y baja que, aún siendo parte integral del sistema, está al margen del beneficio económico que ese modelo comporta. En ese sentido, el proyecto novelístico de Cabiya comulga con el de otros importantes autores caribeños de su generación, como es el caso de Edwidge Danticat (Port-au-Prince, 1969) y Junot Díaz (Santo Domingo, 1968). Con todo, si escarbamos un poco más en busca de filiaciones habría que mencionar la portentosa obra del martiniqueño Patrick Chamoiseau (1953), autor de Solibo Magnífico y Texaco, una referencia ineludible en la factura de Malas hierbas, especialmente en la importancia conferida en la novela a la memoria oral a través de la figura del griot o hablador.

En su importante estudio Consuming the Caribbean (2003), Mimi Sheller emplea la metáfora del zombi para describir la existencia del sujeto caribeño como “cuerpo disciplinado” presto a ser consumido por la cultura occidental. Cabiya revierte completamente esa visión a través de un texto que representa no sólo la mejor muestra de su artesanía en el manejo de la lengua literaria, sino la plasmación positiva de la única exigencia que el lector apasionado le exige a un novelista: que su historia sea, antes que cualquier otra cosa, entretenida, disfrutable de principio a fin. Esta condición básica está presente en Malas hierbas en proporción exponencial, hecho que asegura una experiencia memorable de goce estético.

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