Cuando el nombre de Jorge Luis Borges es invocado en los salones de la academia literaria, usualmente lo acompañan términos como "infinito" y "recursivo", que lo posicionan en las más altas repisas de la filosofía, o sino otros como "espejos" y "bibliotecas", que lo encierran en las inaccesibles bóvedas del academicismo. En Comienzos para una estética anarquista, Luis Othoniel Rosa devuelve a Borges al colectivo y a la política, al reencontrarlo con Macedonio Fernández, y se atreve —más de lo que el título sugiere— a proponer una forma de entender y de producir el arte desde el anarquismo.
Este libro propone como argumento principal que las innovaciones en teoría literaria de los escritores argentinos Macedonio Fernández (1874-1952) y su "discípulo” Jorge Luis Borges (1898-1986) están directamente relacionadas con la tradición anarquista, identificando en los textos de Borges y Macedonio tres pilares de la filosofía anarquista: la participación que elimina las jerarquías; la concepción de individuo como resultante de las fuerzas colectivas; y la denunciación de la propiedad privada como robo. Para la estética anarquista el texto es siempre un proceso colectivo, ayoico e inacabado, que no pertenece sino a la colectividad que naturalmente lo produce y reproduce constantemente.
El primer capítulo, en la primera sección dedicada a Macedonio, comienza por contextualizar la literatura de Macedonio en el ambiente represivo-hostil hacia el anarquismo de Argentina a principios del siglo XX, y la describe como una escritura participativa y antiliteraria, que se burla del estado en forma de una “guerra contra la representación literaria” (76) y reconoce los lazos que guarda con la vanguardia europea, principalmente con Duchamp y Marinetti. La siguiente sección se enfoca en el contexto del ascenso de Perón, el cual Borges critica. A modo de respuesta contra el autoritarismo, surge la idea de la autonomía de la literatura: "autónomos", ‘propias reglas’. La literatura de Borges ocurre a la sombra de Macedonio, según Rosa, pues ambas toman posturas opuestas a la acumulacion de poder, pero en formas distintas: Borges hace a sus personajes ejecutar la “acción directa” (106) del arte, en lugar de hacerlo él mismo como Macedonio. Finalmente, la tercera sección se inserta en el debate Marx-Bakunin, tomando la posición antiestatista del anarquismo contra la dictadura del proletariado marxista. Rosa argumenta que esta posición se encuentra presente en las literaturas de Borges y Macedonio, al mostrar el colapso de la expansión del “monstruo absorbente” (114), que es el Estado de Rosa, el Zapallo de Macedonio o el Mapa a escala 1:1 de Borges.
El segundo capítulo dirige el argumento en contra del concepto de "autor", comenzando por el ataque al concepto de "individuo". El ataque al individuo comienza por sugerir la idea de la literatura ayoica, la emoción sin sujeto, que no representa ni el estado emocional del autor ni de los personajes. Ambos autores atacan la concepción del individuo burgués desde un punto metafísico; sin embargo, Rosa admite el uso del "yo" burgués en Borges, y lo excusa como un método de resistencia en el ambiente político autoritario. Para esta postura anarquista que Rosa identifica en Borges y en Macedonio, el individuo —así como el autor— es el resultante de una creación colectiva. La siguiente sección dilucida la posición ayoica de Macedonio contra la concepción liberal de individuo de la cual hasta los límites físicos del cuerpo son negociables. El individuo que percibe “es solo una subjetividad percibida por otras subjetividades, una sensibilidad ayoica, o antes del yo, que percibe” (134). Esta subjetividad ayoica es una manifestación del concepto de "acción directa", de la eliminación de la representación, o sea, del autor y del personaje como representaciones de la sensibilidad. El lector se convierte temporalmente en el autor cuando se entiende la literatura como acción directa, y, aunque este concepto pasa cerca de la muerte del autor Barthiana, continúa por una ruta alterna a la del posestructuralismo, pues no asigna el rol privilegiado individualista (que ha sido extirpado del autor) al lector. La tercera sección expone cómo se puede entender el concepto de "resultante" en estos escritores, quienes crean versiones literarias de sí mismos y modelan sus “yo” reales con base en sus “yo” literarios. Esto, para Rosa, es el individuo resultante de la acción directa del arte. La última parte del segundo capítulo introduce la idea de propiedad privada como un robo a la colectividad, que es el punto central del tercer capítulo. Esto se traduce a la literatura siguiendo la fórmula de Macedonio, quien dice que “no es el segundo inventor, sino el primero, quien comete el plagio” (163). Considero que, tal vez, uno de los aportes más importantes del libro es identificar que el “lenguaje es un medio de producción, es como la tierra, un bien colectivo que mezclado con nuestra labor puede producir” (165).
El tercer capítulo se dedica al ataque a la propiedad privada en general y a la propiedad intelectual en particular. Rosa identifica esta arremetida por Macedonio en “La Santa Cleptomanía” y por Borges en “Pierre Menard”, donde los argentinos atacan la propiedad intelectual del autor, partiendo de la crítica marxista y proudhoniana de la propiedad privada como “instituciones de acumulación” (180). La conclusión de este argumento es que la estética anarquista no busca la eliminación de la propiedad, sino la del propietario; la eliminación del autor y no de la obra. Según el anarquismo, la obra, pues, debe ser entendida e interpretada como la producción colectiva que es. Esta creación colectiva es atemporal, no porque sea postmoderna o posthistórica o fukushímica, sino porque no tiene principio ni fin; es eterna e inacabable. El incompleto eterno del arte colectivo se visualiza, según el cuarto capítulo del libro, en la forma del fractal, donde todo está relacionado y se repite, a diferentes escalas, infinitamente. Finalmente se aclara que la literatura de estos dos autores no es la perfecta ejecución de la estética anarquista, sino la manifestación de un deseo de llegar a ella. Este cuarto capítulo, que funciona como conclusión, es una metáfora increíblemente rica, pero inconclusa. Podría leerse como una carencia en la teoría o como una genialidad performativa del libro.
El libro de Rosa presenta una fuerte teorización del anarquismo como estética, sustentado por un marco teórico e histórico que llena un vacío de la crítica aún entrabada por y enraizada en la noción dépassée del autor como "genio". Presenta una visión materialista que tiene cuidado —por momentos, demasiado— de no caer en la trampa teleológica del marxismo soviético aplastante ni en los globalismos aplanantes, generando así herramientas útiles para entender la literatura como producto local, múltiple, variante. Sin embargo, este "demasiado cuidado" que se toma para alejarse del marxismo, por momentos, parece deberse a una concepción, un tanto injusta, que hace Rosa del marxismo como monolítico y exclusivamente estatista (Anderson). En fin, la conclusión principal de la obra, en mi opinión, recae en las ideas expuestas en los primeros tres capítulos: que el lenguaje (y la literatura) no pertenece ni es producto de uno mismo, sino de muchos otros.
Lista de referencias:
Anderson, Kevin. Marx at the Margins. University of Chicago Press, 2016. Impreso.
Rosa, Luis Othoniel. Comienzos para una estética anarquista: Borges con Macedonio. Santiago, Chile: Editorial Cuarto Propio, 2016. Impreso.
Lista de imágenes:
1. Pablo Kontos, Generación zapping
2. Editorial Cuarto Propio