Siracusa de ida y vuelta

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La anécdota es bastante conocida e involucra a dos importantes filósofos alemanes. Se cuenta que Martin Heidegger pronunció en la Universidad de Heidelberg un encendido discurso de apoyo y adhesión a Hitler. Karl Jaspers estaba en el auditorio atónito con respecto a su amigo ahora flamante rector hitleriano de la universidad. Días después cenaron juntos y Jaspers no pudo guardar la compostura y le dijo que no comprendía su inclinación por un hombre tan ignorante e inculto como Hitler. Heidegger estaba como iluminado y sólo atinó a decir: “Amigo Karl a quién le importa la cultura. No has visto sus manos, observa sus maravillosas manos”.

Este deslumbramiento de un filósofo tan determinante como Heidegger siempre me ha intrigado. Aunque si uno le da un vistazo a la historia siempre detrás de cualquier poderoso se encuentra algún incondicional inteligente tratando de sobrevivir y pasar el mal momento.

Jaspers y Heidegger tomaron caminos separados tanto en filosofía como en política. Después de aquello su amistad también se fracturó para siempre. Javier Cercas asegura que en todo intelectual vive agazapado un tiranuelo feroz. En los regímenes fuertes muchos escritores y poetas la hacen de comisarios del partido y de cantores del líder supremo, y eso del poeta eres tú comandante da al traste con todo intento poético serio al margen de modas políticas o culturales.

A uno que le siempre le han dado mala espina los uniformes y las sotanas sabe que el poder es ante todo ceremonia y sangre, pompa y cadáveres en el closet, grandes discursos por un lado y campos de concentración por el otro lado para encerrar los discursos contrarios al discurso oficial.

 

Si las manos de un hombre determinan la suerte y sufrimiento de millones de seres humanos, algo está torcido en el mundo. Si a los grandes pensadores le bastan unas manos bonitas para decidir su rumbo político, la filosofía y la inteligencia no sirven de mucho.

Se cuenta que también Platón creía en esa utopía del gobernante filósofo para que el pueblo alcanzara la mayor cuota de bienestar y felicidad posible. Platón, para darle carnadura práctica a su teoría, se fue a Siracusa para acompañar a un tirano que gobernaba en esa localidad y quería ser su discípulo. En los primeros años todo marchó color de rosa, pero después el tirano se volvió paranoico y veía enemigos en todos lados, sin contar que le importaba un pepino el bienestar del pueblo. Platón escapó con vida de Siracusa de pura suerte.

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A Heidegger no le fue mejor, y vencido por las intrigas del poder tuvo que alejarse de la política por completo y concentrase en su trabajo filosófico. Un colega de la universidad lo vio sentado en el vagón de un tren que lo llevaba fuera de Alemania. Aquel colega del filósofo le observó el semblante desencajado y en la mirada ese brillo pasajero, pero inconfundible de la desilusión. Quizá hubiera querido gritarle, escupirle, pero se limitó a decirle: “Profesor de vuelta de Siracusa”. 

Lista de imágenes:

1. Heidegger (sentado sobre la marca x) en un mítin del partido, en 1934.
2. Karl Jaspers, 1945-46.
3. Heidegger en su cabaña ubicada en Black Forest.