Mientras que en el lenguaje popular una persona antisocial es pasiva, apática, aislada y poco sociable; en el lenguaje clínico es transgresora y violadora de los derechos ajenos. Según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV-R), el trastorno antisocial es un trastorno de la personalidad permanente, donde existe un desajuste en la “estructura interna de la persona” que trae como consecuencia la conducta psicopática criminal.
Resulta de interés el prefijo “anti” (opuesto) para significar la palabra anti-social como fenómeno contario u opuesto al orden y la función social. ¿Pero realmente el trastorno antisocial se manifiesta de forma adversa al orden social? De primera instancia, una respuesta afirmativa sería lo único que se esperaría de esta pregunta. No obstante, dentro del conocimiento crítico dicha respuesta cambia radicalmente. Según Munné, el prefijo “anti” ha sido utilizado por el pensamiento crítico del siglo XX para aproximarse a los movimientos intelectuales antipositivistas y de contracultura que han retado a la ciencia y a la cultura occidental moderna.
Desde una postura crítica, podríamos decir que el comportamiento antisocial no es adverso al precepto social, sino que históricamente ha sido producto de éste. Examinando la historia, Marzioni refiere que Nietzche encuentra que la violencia de los poderosos sobre los débiles siempre ha sido la base de las instituciones para la construcción del control, del bien y el mal y de la justicia e injusticia. De hecho, según Nietzche en Marzioni, en los orígenes del derecho el castigo no se representaba como modificador de acciones ni mucho menos como una manera de entrenar al desviado, sino como estrategia para que “un poderoso tuviese el derecho natural de manifestar su coraje y su violencia sobre un débil”. Por lo que la fuerza está escondida detrás de toda institución de autoridad, “desde cualquier sistema jurídico hasta la misma idea de Dios”.
Por la línea nietzcheniana, Marzioni expresa que Foucault “considera la guerra como aquello que determina al Estado, a sus instituciones y a la misma historia de la humanidad”. A su vez, el mismo autor refiere que el poder Estatal regula cuál violencia es legítima o no, censurando al individuo violento “en tanto que éste hace uso de la violencia para sus propios fines y atenta contra la prerrogativa del Estado”.
Al igual que Nietzche, Freud entiende la violencia como una manifestación que produce placer. De ahí que las sociedades construyen un núcleo cultural restringido a través de sus instituciones para adquirir o atribuirse el exclusivo aprovechamiento de la violencia. Por ello la necesidad de una masa excluida y sobrante, para que ese núcleo privilegiado pueda descargarle toda su violencia y encontrar su satisfacción. Ahora bien, desde un plano más individual, Freud presenta al Yo como aquel configurado por las civilizaciones; un Yo enmarcado dentro de una estructura social definida y ordenada a la hora de entrar en cualquier relación interpersonal. De ahí que los valores morales van moldeando la supuesta personalidad y, por ende, la percepción que se tiene de sí y de los otro(a)s. Es precisamente mediante esta ecuación yoica vehiculada por las civilizaciones, que se crean las diversidades humanas y la violencia entre y contra éstas. En otras palabras, todo movimiento que juega al mantenimiento del orden y del control social, manufactura al sujeto criminal para que, en su deseo excesivo de vulnerar la ley, quede prisionero de la misma.
En cuanto a la violencia institucional, quisiera presentar algunos ejemplos sobre esta realidad en Puerto Rico en los últimos tres años. Recién entrando al poder el nuevo gobierno, el primer Secretario de Educación de ese cuerpo rechazó incorporar en el currículo escolar una agenda de perspectiva de género porque, según él, esa propuesta en lugar de educar para la prevención de la violencia contra la mujer, de la homofobia y de los crímenes de odio, más bien se prestaba para la creación de estudiantes homosexuales.
Por otra parte, meses más tarde escuchamos a varios funcionarios del gobierno alabando al ejecutivo por despedir a 30,000 empleados públicos y utilizarlos como conejillos de indias para supuestamente cuadrar el presupuesto público. Seguido a esta atrocidad, escuchamos al gobierno y a reconocidos analistas políticos, felicitar a la fuerza de choque que con disparos, descargas eléctricas, macanazos, patadas, gas pimienta y tocándole las partes íntimas a algunas de las estudiantes, mantuvieron la “ley y el orden” en la Universidad de Puerto Rico. La lista de otras atrocidades legitimadas por el quehacer institucional en Puerto Rico es extensa, pero por razón de espacio no la puedo continuar.
Además de ser un reduccionismo, resulta también en una violencia institucional asociar el trastorno antisocial meramente a un bajo status socioeconómico y a un factor de herencia genética (tal y como presenta el DSM-IV-R). Aceptar esa premisa es caer en ese arcaico esquema de responsabilizar al/la antisocial de sus acciones criminales, absolviendo el contexto histórico de toda culpa. Sin embargo, aunque nuestra sociedad se empeñe en disfrazar al/la antisocial de forastero/a, ahí ya lo/a tenemos bien presente como un obsequio de nuestro orden social. Un orden orquestado por diferentes instituciones que, como sabemos, producen todo un aparato teórico – filosófico, moral y científico- de legitimación que se difunde a través de las funciones políticas, económicas y culturales de una sociedad, regulando y configurando así el comportamiento de los individuos.
Por ende, las inconsistencias institucionales, sus imposiciones hegemónicas directas e indirectas y lo quebradizo de sus sistemas de declaraciones y afirmaciones son fenómenos que el ser humano personifica, los lleva consigo y los materializa en acciones poco ordinarias y excesivas, en este caso, en el comportamiento criminal. De esto ser así, habría que reemplazar el prefijo “anti” por el “pro” para crear el trastorno pro-social, como un trastorno de continuidad de acción, proyectivo y de espejo reproductor de nuestra sociedad.
Lista de referencias
Marzioni, A. (2007, 6 de diciembre). Historia, derecho y violencia: Benjamin, Foucault Nietzsche y Said. [Entrada de blog]. Recuperado de http://alejandromarzioniensaystica.blogspot.com/2007/12/historia-derecho-y-violencia-benjamin.html