1. Estamos conectados
La Batalla del Puente de Brooklyn dejó una impresión indeleble en nuestra memoria colectiva, mientras el movimiento Occupy Wall Street gana un momentum sin precedentes en estas últimas dos décadas. Su presencia y continuidad ha evidenciado la viabilidad de su poder. Los reportes noticiosos de la noche del primero de octubre apoyaron, como era de esperarse, la línea oficial de los informes policíacos por encima de los recuentos de cualquier otro testigo presencial de los arrestos en el puente. Ahora, tras investigar y entrevistar testigos, y gracias a las acciones anti-media en YouTube y otros medios sociales, el movimiento se ha empoderado al presentar evidencia sustancial de lo que ocurrió en el puente de Brooklyn. De esta menara se brinda acceso sobre la información de los eventos, conectando así a los participantes del movimiento a través de la nación, creando conciencia de los eventos reales del mismo.
Hay más de setecientas historias del arresto en masa más numeroso en los dos meses de historia del movimiento. Setecientos testimonios de ese día, setecientas voces de todos aquellos que por una razón u otra fueran arrestados. Setecientos niuyorquinos se manifestaron ese día, aquí está la historia de uno de ellos:
Mi nombre es Dion Mucciaccito y soy actor, director, maestro y activista en pro de la juventud urbana de alto riesgo de la ciudad. He trabajado como maestro-artista, ensenando auto empoderamiento en los centros urbanos de Nueva York, Nueva Orleans, Sur África, San Diego y el sur de la Florida. Fui parte de la Batalla del Puente de Brooklyn en octubre primero. Este es mi testimonio de los eventos.
Marchábamos hacia el puente de Brooklyn y comencé a caminar en el carril peatonal a mitad de la marcha. Miré a mi derecha y vi a los policías de camisas blancas en una línea caminando en dirección a Brooklyn en la vía automovilística del puente, frente al brazo de manifestantes que habían tomado esa vía. Entendí por esto que la policía iba a escoltarnos a través del puente, así que me les uní.
Según caminábamos, nos percatamos de que había policías marchando también tras nosotros. Entonces, la marcha se detuvo y fuimos encerrados por barricadas tanto en la vanguardia como en la retaguardia. El pánico comenzó a apoderarse de nosotros y la gente empezó a escalar la pared de quince pies para tirarse al carril peatonal. Una chica a mi lado comenzó a llorar. Dos mujeres a mi otro lado, de más o menos cincuenta años, estaban muy preocupadas por lo que podía ocurrir. Nos enlazamos de brazos e intercambiamos nuestra información y nombres, pues éramos desconocidos. Pareció, entonces, como si la policía estuviese dejando ir a la gente por una apertura tipo embudo en la retaguardia, cerca de donde me encontraba. Les pregunté a las mujeres junto a mí si debíamos aprovechar para salir y me contestaron que sí. Tratamos de salir, pero se formó un embotellamiento de cuerpos y no pudimos avanzar.
Luego supe, por el oficial que me arrestó, que varios individuos en la boca del embotellamiento habían rehusado moverse cuando se les dio la opción de marcharse. Al éstos rehusarse, los policías dieron la señal de arrestar a todos por conducta desordenada. Un monje, de unos sesenta años, se sentó a meditar para protestar pacíficamente y fue arrastrado por los policías. Luego compartiría mi celda con este hombre. Muchos se sentaron y fueron cargados hasta el camión de la policía. La policía me señaló y ordenó que me moviera para ser arrestado. Me esposaron y me metieron en el camión policía junto a nueve más.
El oficial que me arrestó fue un hombre en extremo gentil y cortés, que se comunicó conmigo de forma respetuosa y amable. No usó fuerza excesiva y me pareció ser una persona compasiva y de buen humor. Ojalá hubiera más como él.
Fui de las primeras quince personas en ser arrestadas en la retaguardia de la protesta. Éramos diez en la parte trasera del camión policía, todos esposados con nuestras manos en la espalda, sudando en lo que esperábamos en la oscuridad. El hombre a mi lado necesitaba orinar, pero no le fue permitido hasta 45 minutos después de llegar a la estación y luego de que el primer camión fuera procesado. El hombre frente a mi tenía un hombro lastimado, desde antes de la marcha, y estaba sufriendo muchísimo de dolor por tener sus manos esposadas tras su espalda.
Finalmente me condujeron a la estación y me procesaron luego de una hora de estar esperando bajo la lluvia con los policías. Me encerraron en una celda grande de detención junto con veinte manifestantes más. En poco menos de dos horas la celda se había llenado de más de cien hombres. Cada vez que llegaba un manifestante a la celda era bienvenido con aplausos. Lo mismo pasaba en la celda de las mujeres. De inmediato, extraños se hicieron amigos y en esta masa de gente de diversos orígenes, razas, creencias, orientación sexual y edades empezamos a dialogar y a conectar unos con los otros en solidaridad.
Allí estaba un pastor afro-americano de Brooklyn que fue el primero en ser arrestado pues, como explicó luego, como un hombre de fe no podía ser testigo pasivo al ver gente maltratada y abusada. El monje de unos sesenta años, que fue arrastrado mientras meditaba, no llevaba identificación consigo; por esto lo amenazaron con detenerlo por tres días. El grupo votó por si hacer una huelga de hambre o no para presionar para que lo dejaran salir antes. Los que estuvieron de acuerdo con la huelga de hambre no merendaron los sándwiches de mantequilla de maní y jalea, con leche, que se nos dio. Los que no estuvieron de acuerdo con la huelga de hambre comieron en paz.
De repente me convertí en el que le servía agua a la gente. Nos trajeron dos candungos de cinco galones de agua cada uno con vasos desechables. Eran tan pesados que requerían de dos personas para servir agua. Ésta se convirtió en mi labor, que hice gustosamente, durante las próximas cinco horas. Me dejaron salir a las 12:45 del edificio 1 Police Plaza y ahí procedí a llamar a mi familia y amigos, que estaban preocupados por mí. Llegué a mi casa a las 2:30.
¿Cómo fue que esta comunidad se convirtió en criminal? Un artista maestro, un pastor, un monje, todos fueron procesados como criminales. Esta acción por parte de la policía de Nueva York ha sido ineficaz; sólo consiguió crear lazos más fuertes y perdurables entre los manifestantes. Consiguió dar razones poderosas para continuar la resistencia y el movimiento.
El día siguiente al evento, Dion se hizo mi amigo por Facebook, luego de ver mi video y mis escritos. Todavía estaba conmocionada por lo ocurrido. Tuve que compartir mi experiencia con alguien puesto que había ido sola. En aras de reconstruir este evento para entenderlo mejor, pedí que compartieran conmigo historias y testimonios del arresto en masa. Ahí descubrí que en aquel momento me encontraba tan solo a unos pasos de Dion cuando fue arrestado. El monje del que hablaba estaba justo frente a mí. Estábamos conectados.