Vengo del mismo pueblo que Alexandra. Por años caminé la misma Calle Comercio, comprando helados chinos o pantallas y pulseras baratas camino de la escuela intermedia. Desde la Barriada Delicias a la escuela superior Luis Muñoz Marín, me mojé en los mismos aguaceros que “Alexa”, como la conocía entonces. Y mi lugar favorito para “pijama parties”, la casa de mi titi Mildred, estaba ubicado a unas cuantas calles de la casa de los Pagán, en la misma urbanización.
Leer a Alexandra, por lo tanto, es siempre mucho más que diseccionar académicamente sus textos. Es remontarme. Es espejarme, y abrir heridas que aparentan sonrisas. Tocar el polvo del que se ha formado esta humanidad que hoy se hace llamar poeta o escritora o presentadora de libros; sentir ese sol implacable del sur resecando costras de niñez maltratada y dolida. Leer a Alexandra es recubrirse de emociones encontradas.
Esto se vuelve aun más intenso cuando recuerdo nuestro reencuentro después de años sin vernos. Fue en la librería Libros AC. Ella se preparaba para revisar su tesis doctoral recién defendida y yo me empeñaba en mencionarle referencias, muy pocas, muy vagas, desde mi distanciamiento de la Academia. Mientras, ella se empeñaba en recordarme como la primera actriz del teatro escolar de Yauco. Así, entre risas, se rompió el hielo y nos (re)conocimos. Más tarde en la noche, Alexandra me habló de su madre. Diagnósticos errados, incertidumbres, tristezas profundas aunque incipientes, giros pesarosos pero apenas sospechados o intuidos, ojos brillosos que miraban a lo lejos de vez en cuando y una boca entreabierta que sopesaba la espesura del no saber, de no poder saltarse esa etapa y volver al ritmo de respiración normal, antes de la hecatombe…
Del Alzheimer y otros demonios es una de las publicaciones más recientes de Alexandra Pagán Vélez. Su título hace referencia evidente a la novela de García Márquez, Del amor y otros demonios, aunque el diálogo intertextual entre ambos libros quizás no vaya más allá de la ternura que el epígrafe de la autora expresa por el ícono de las letras hispanoamericanas:
“En honor al Gabo, su demencia senil, y a todos aquellos que se enfrentan a estas terribles condiciones”. (9)
Debo corregir: la intertextualidad entre el libro paganiano y el de García Márquez se hace patente en el concepto de los “demonios”. En nuestro pueblo, de niña, vi cómo muchas veces se retorcían en el suelo de la iglesia (a veces en el de su estacionamiento) mujeres y hombres —pero sobre todo, mujeres— a quienes se pretendía exorcizar. El pastor de turno y algunos diáconos autorizados e inmunes a la posesión del maligno intentaban restringir los movimientos desacompasados y erráticos de aquellos seres que sufrían de alguna insondable descarga eléctrica a través de su sistema nervioso o acaso de algún empequeñecimiento de su masa cerebral. En el nombre de Jesús, te reprendo y te ordeno que salgas de este cuerpo. Sus órdenes e invocaciones se hacían cada vez más intensos, hasta que luego de un extraño tipo de éxtasis quedaban calmados y exhaustos. Los llamaban endemoniados.
En la novela del Gabo, como en aquel pueblito del sur de nuestro país, se nombra demoniaco lo indescifrable, lo inaceptable, lo apabullante, lo emocionalmente atroz. En el libro de Alexa Pagán Vélez se juega a desconocer lo obvio; las razones científicas para el padecimiento de Alzheimer ya se han dilucidado científicamente, no es eso lo que hay que descifrar, no es ese el misterio, no hay que lidiar con ese asunto. Es todo lo demás. El amor del título de aquella novela se sustituye aquí por el apellido que nombra, no solo una enfermedad o condición de salud, sino una experiencia atroz. Inaceptable el amor herético para la sociedad colonial en la novela; inaceptable el Alzheimer para la voz poética en este libro, al menos en un principio. Y esa experiencia no puede nombrarse más que demonio… y no puede traducirse más que en poesía:
“Ver a mi madre según se sumerge en el Alzheimer me ha llevado a construir una serie de teorías que en su mayoría solo las puedo expresar a través de la poesía o de la ficción”. (11)
Amor y Alzheimer solo pueden llamarse “demonios” en un guiño irónico, intelectual y condescendiente hacia la población que desconoce sus explicaciones estrictamente anatómicas o fisiológicas. Los otros demonios, los innombrables, los que no se retratan en tomografías computadorizadas ni microscopios de electrones, esos son los que pueblan las páginas de este libro. Tal y como aparece expuesto en la introducción de la autora:
“[…] fue el inicio de un largo camino de reproche, rencor, resignación, búsqueda, encuentro y entendimiento, que bien sigue dándose de forma aleatoria, pero lastimosa”. (12)
El libro Del Alzheimer y otros demonios es un relato de viaje. Breve e intenso. Laberíntico. Pero sobre todo, inconcluso. Domina en él la imagen del espejo enfrentado a otro y multiplicado en él, acaso metáfora brutal del tan temido enfrentamiento de cada hija con su proyección en los ojos, en las manos y en los desvaríos de su madre:
“Mami tiene demencia senil y la sentencia no es muerte, es locura, […] tengo demencia senil como ella y la sentencia no es muerte, es locura”. (13)
Palabras que aunque idénticas, repetidas con respecto a madre e hija producen significados y dolores distintos. Si bien el tema se presta para ser elaborado románticamente, en un relato desbordado de nostalgias imaginadas e impuestas por el ideario del amor maternal, en este libro se presenta con la crudeza de una voz que ha tenido una madre real, no romantizada, que ha cometido errores, terribles y lacerantes errores en su crianza y aun así, hay que cuidarla, protegerla del mundo del que cada vez más se aleja, y también de sí misma:
“[…] tengo que pensarte
callarte, limpiar la mano que ensució sonrisas” (14)
“[…] aunque por las rendijas lo que me salga sea odio, tengo pena, tengo miedo, tengo demencia senil como ella […]”. (13)
“Verse en un rostro descompuesto
¡verse!
Meterse en las cuencas de ese abismo
y perderse
¿Cómo me explico lo fútil?
¿Dónde equilibro tantos intentos de tiempo?
¿Dónde me coloco ante este derrumbe?
Soy el derrumbe
lo siento
Soy el terrible espanto
de ver(se)
saber(se) […]”. (19)
El viaje que se relata en el libro podría traducirse en las etapas que la psicología moderna identifica para aquellos casos en los que el individuo se enfrenta a situaciones traumáticas. Todos lo hemos escuchado alguna vez: negación, coraje, reflexión, aceptación… En medio de las etapas, un inmenso torbellino de interrogantes e hipotéticas respuestas. Se recurre a la pregunta, retórica y también obsesiva, como planteamiento filosófico, existencial, así como artificio poético y performático. En el segmento 2 de la pieza titulada “Las mil y una preguntas que no salvan la vida” se percibe una confusión de voces, aquellas perdidas en el reflejo de un espejo enfrentado a otro espejo; no se sabe si es la madre o la hija quien habla:
“Ya las preguntas desaparecen y los reclamos se vuelven monótonos. ¿Quién eras? ¿Qué fuiste? ¿Qué pasó?” (18)
Más adelante, las preguntas se multiplican después de frases tan sencillas como lapidarias:
“Cuando perdemos el sentido perdemos el recuerdo
¿Por qué nos aferramos a ciertas memorias?
¿Dónde se colocan los recuerdos buenos?
¿Por qué a veces los malos recuerdos
son los que más sentido tienen? (20)
Y casi al final, la proliferación de preguntas, dolorosas, desgarradoras, elaboran artísticamente el ojo de un huracán a punto de virazón, en la pieza titulada “La más sencilla resolución, el acuerdo más simple”:
“La resolución no tiene efecto, se escondió. La censura tuvo efecto. ¿Cómo llegué aquí? ¿Cómo llegué aquí? ¿Cómo llegué aquí? ¿Cómo llegué aquí? ¿Cómo llegué aquí? ¿Cómo llegué aquí? ¿Cómo llegué aquí? ¿Cómo llegué aquí? Todos y cada uno se preguntaban […]”. (25)
En este texto se dibuja la escena de un hogar, de un cuido o de una sala de espera donde cada personaje es una isla en su propia demencia. Vuelve a repetirse la pregunta. No se sabe si de la hija que acompaña a la madre y observa con una mezcla de espanto y ternura a cada paciente a su alrededor, o de la madre que en medio de su demencia experimenta un rayo de lucidez, o acaso se trata de la voz individual de cada uno de los pacientes, que retumba en el recinto aséptico y cerrado de un hospital. Al final del texto se trasluce una salida, pero se vuelve aún más confusa que el inicio del recorrido:
“La respuesta a la verdadera pregunta es volver al principio, encontrar los rastros, el hilo, hacer un mapa de vuelta. De vuelta, ¿a dónde? ¿Volver el rumbo a dónde? ¿A dónde? ¿A dónde? ¿A dónde? ¿A dónde? ¿A dónde? ¿A dónde? Sencillamente seguir el rastro y volver, pero antes hay que matar al minotauro. ¿Cómo se mata? ¿Cómo se mata? ¿Cómo se mata? […]”. (26)
Y se repite esta pregunta veinte veces más, como en un episodio de posesión demoniaca, como en una convulsión histérica, como en un trance de disociaciones neuronales, hasta que se olvida la pregunta original; hasta que la pregunta se vuelve, literalmente, realmente: ¿Cómo se mata?
El texto mejor elaborado del libro Del Alzheimer y otros demonios, en términos artísticos, puede ser el titulado “La persistencia del tiempo”, texto que se encuentra justamente en el centro del libro. En él se maneja de forma muy rica el concepto de “tiempo” como un personaje, amante, compañero, traidor, y compañero otra vez. La pieza en sí misma es el boceto de un alucinante cortometraje en el que se utiliza, como en el resto del libro, el lenguaje más cotidiano y más sencillo para plantearse los pensamientos más insondables y las imágenes más lastimosas:
“Nunca pensé que el tiempo pasara por su casa
le revolcara las gavetas y quemara el arroz
siempre me parecía que se quedaba tomando café
dándose una que otra cervecita
El tiempo era mío, lo único que tenía
(a las pobres solo se nos regalan ciertas cosas)
El tiempo era el mundo
y lo ingería golosa y lo vomitaba y lo tragaba […]
Corrimos juntos y
solo así descubrí al tiempo bailando con ella
solo así vi que el tiempo nunca es fiel
los sorprendí bailando
abrazados
el tiempo estuvo más con ella que conmigo
Llegamos corriendo a donde ella
leía en el sillón
El tiempo se fue con ella y leyó
El tiempo se fue con ella y la abrazó
El tiempo me hizo poner de rodillas
La infiel era yo” (22-23)
Casi al final del libro aparece una pieza en la que parece dominar el sentimiento de aceptación que correspondería a dicha etapa en los análisis psicológicos. La voz poética promete cuidar a la madre, dejar de enfrentarla, de exigirle lo que ya no es capaz de dar, en fin, seguirle la corriente y estar en paz. Lo interesante es que el título de la pieza, como casi todos en el libro, encierra, a la vez que sugiere, un dejo de ironía y amargura. Se titula “Prearreglo funeral” en clara referencia a ese servicio creado y hábilmente mercadeado en años recientes en este país. Con este gesto, la autora vacía de significado y rellena se sensibilidad dicho concepto, a la vez que se muestra rendida, sus brazos caídos ante la impotencia: su madre, imbuida en el Alzheimer, viva aún, ha muerto. Internarla en un hogar donde la cuidarán es llevarla al cementerio; traspasar el umbral del cuido es embarcarse hacia la laguna Estigia y permanecer ahí, hermanada con la muerte, olvidar a Gladys, a aquella Gladys, a esa, la otra.
La travesía en Del Alzheimer y otros demonios, a pesar de este aparente cierre, permanece inconclusa. El texto “Misceláneos y otros asuntos administrativos” relata la absurda odisea de enfrentar a las agencias de gobierno encargadas de los asuntos de familia. Dichas agencias no hacen sino entorpecer, de las maneras más burdas e insensibles, el traumático proceso de adaptación de las familias a la presencia de la enfermedad de Alzheimer en sus vidas. Con esta última pieza del libro, el peregrinaje individual ha culminado; el camino que se vislumbra adelante es el exorcizar los demonios de la ineptitud y el cinismo que poseen a los cuerpos sociales, públicos y privados, en todo lo relacionado con la salud y el bienestar general; también el demonio de la desigualdad evidente entre distintas clases sociales, y que necesariamente se manifiesta en las situaciones más dolorosas que se ve obligado a enfrentar el individuo asalariado y pobre.
Del Alzheimer y otros demonios es un libro difícil de leer, aun en su sencillez lingüística y estructural. Se necesita una inmensa fortaleza emocional para enfrentar inmunemente esos demonios; sobre todo si nos unen a aquel padecimiento lazos sanguíneos o de amistad, lo cual resulta prácticamente inevitable en nuestra sociedad en los últimos años. En ese caso, Del Alzheimer y otros demonios, en una extraña e inusitada, podría servirnos de bitácora y de exorcismo.
Lista de imágenes:
1) Portada de Del Alzheimer y otros demonios de Alexandra Pagán Vélez, 2104.
2) Phillip Toledano, de la serie Days With My Father, #8.
3) Phillip Toledano, de la serie Photographs of Dementia, #1.
4) Phillip Toledano, de la serie Days With My Father, #2.
5) Phillip Toledano, de la serie Days With My Father, #5.
6) Meredith Farmer, My Demented Mom.
7) Phillip Toledano, de la serie Days With My Father, #1.
8) Phillip Toledano, de la serie Days With My Father, #6.
9) Phillip Toledano, de la serie Days With My Father, #28.