Diseminados (parte1)

*"Diseminados" es una continuación del texto "Dos 9/11", publicado en 80 grados el 10 de septiembre de 2011. La pieza alude a la emigración antes y después del golpe militar de Chile, pero también a la dispersión de cuerpos vivos y muertos.

Dije una vez a Gonzalo Rojas que a nuestra isla de Puerto Rico llegaba cualquier marea, pero, en realidad, lo mismo podríamos decir de Chile y Nueva York. Esa apertura al mundo nos hace complicados y fluidos al mismo tiempo. En la sala de nuestro apartamento de la calle 106, entre Amsterdam y Broadway, Jaime y yo instalamos dos sofá-camas que formaban una “L” al revés, con el significado contrario al de aquella “L” en el pasaporte que impedía a los exiliados chilenos volver a casa.  

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Jaime Giordano y sus padres, Enriqueta Mirschwa Campos y Lucio Aníbal Giordano. (Chile, 1938)

Una vez, por el año 86, nos dijo una exiliada judía chilena radicada en Francia que con nosotros siempre se sentía como en su casa. Lo mismo diría en el 88 mi compañera palestina de Columbia. Lo cierto es que desde diferentes barcos, habíamos todos saltado de alguna ola que nos llevó a esa orilla neoyorquina, tierra de nadie y de todos.

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A finales de los años 60, cuando desde mi perspectiva infantil no podía comprender en Puerto Rico esa ardua competencia entre los “fans” de los cantantes Chucho y Lisette versus los de Lucecita y Danny Rivera, llegó Jaime Giordano Mirschwa a Nueva York con su hijo Pablo y su primera esposa, María Eliana Abufarue (árabe) Amstein (judío-alemán). A nadie le vaya a sorprender que los suegros de Jaime estuvieran divorciados. Venían de Chile en avión, pero sus antepasados habían dado más vueltas por mar y tierra que toda mi extensa parentela boricua. 

María Eliana Abufare Amstein y Pablo Giordano. (Concepción, Chile)

Giovanni Giuseppe Batista Giordano Fissore, el abuelo italiano de Jaime, había llegado a Buenos Aires por sus ideas anarcosindicalistas debido a las cuales el arzobispado de Turín no le había extendido la certificación necesaria para conseguir trabajo. En Argentina se casó con Rosa Cavagnino, una genovesa que literalmente había nacido en un barco.  Era artesano y se dedicaba a la tornería y al vidrio, aunque también pintaba y le ayudaba a terminar los retratos a un pintor en Buenos Aires apabullado de trabajo. 

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Daguerrotipo: Giovanni Giuseppe Batista Giordano Fissore, niño. (Torino, Italia)

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Daguerrotipo, frente y reverso: El bisabuelo Giuseppe en su uniforme de Garibaldi, en la Guerra de Independencia de Italia. (Torino, Italia)

La familia del abuelo Mirschwa Pohl había llegado a Chile en el Siglo XIX, cuando el Presidente Montt decidió poblar el sur con alemanes (como si los descendientes de Lautaro no fueran suficientes para crecer y multiplicarse, y llenar su propia tierra). Se les otorgaban tierras en Chile a los alemanes que presentaran un acta notarial jurando ser católicos y dedicarse a sembrar. En fin, aquellos rubios de ojos azules serían otro intento de conquista y colonización del Arauco no domado. 

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Daguerrotipo frente y reverso: La bisabuela Lucia Fissore, en Corso Piazza D'Armi. (Torino, Italia)

La abuela materna de Pablito era también de origen alemán, Amstein Mirschwa, y se había casado con un palestino de Belén que llegó en un barco como polizón con otro grupo de unos 50 jóvenes palestinos que se escapaban del reclutamiento en las fuerzas armadas de Turquía durante la Primera Guerra Mundial. Después de ser rechazados en Le Havre y en Río de Janeiro, el único puerto donde los habían aceptado fue Talcahuano y allí instalaron sus negocios. 

Tan pronto los Mirschwa pisaron Puerto Varas, se les olvidó que eran católicos, que venían a “sembrar”, a poblar y a “defender” grandes extensiones de terrenos. Decidieron dedicarse mejor a lo que realmente habían sido en Alemania: artesanos, fabricantes de muebles. En fin, que esta vez fue el Cid Campeador chileno, Manuel Montt, el engañado. ¡Imagínense que Don Rodrígo Díaz de Vivar hubiese invitado a Raquel y Vidas a abandonar su oficio de comerciantes para dedicarse exclusivamente a conquistar tierra de moros!

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Boda de los padres de Jaime, Lucio Aníbal Giordano y Enriqueta Mirschwa. La boda se llevó a cabo en la casa de la tía-abuela, Rosa Mirschwa. (Concepción, Chile)

Los Giordano Cavagnino llegaron a Santiago de Chile por una gansada que le hicieron a la abuela Rosa Cavagnino en Buenos Aires. Su marido había ido con un contrato de tres meses a supervisar la construcción de los hornos de una fábrica de vidrios del que su paisano Schiavi era dueño. Un vecino de Barracas convenció a la abuela Rosa Cavagnino que él en realidad debía tener una amante chilena. 

Aquella genovesa montó en cólera, le vendió el taller mecánico de su marido a este vecino que estaba tan preocupado por el bienestar de su familia, y se apareció en Santiago con sus dos hijos (Margarita y Lucio Aníbal, el padre de Jaime) a reconquistar al esposo que pensaba perdido. Después de casi morirse al enterarse que la maleta de Rosa no cargaba ni una milésima del valor de la casa ni su taller mecánico de Buenos Aires, decidió asociarse con el tal Schiavi, y a lo hecho pecho: se quedó en Chile a empezar de cero tal como había hecho al bajarse del barco hacía una década. Después, esta familia de emigrantes produjo su primer chileno: José, el tío de Jaime, nacido en Santiago. 

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Foto de familia: Boda Giordano-Mirschwa, el 31 de mayo de 1936. (Concepción, Chile)

Los Mirschwa Pohl no sólo no se dedicaron a sembrar la tierra ni a ir a misa, sino que permitieron que sus nietos se desligaran de la colonia alemana casándose con chilenas. Como la lengua casi siempre se mama de la madre, los descendientes Mirschwa Cabrera y Mirschwa Campos, al igual que los Amstein Mirschwa y los Abufarue Amstein, sabían tanto de alemán y árabe como cualquier vecino chileno; ya comían prietas (morcillas) con cerveza negra, hojas de parra con humus, y en perfecto castellano de “¡pucha la huevá, no te puo creeer!”, y eran buenos ‘pal trago’. 

La madre de Jaime, Enriqueta Mirschwa Campos, su hermana Carmen y sus dos hermanos, Juan y Carlos, quedaron huérfanos cuando eran muy pequeños y su madre, Cupertina Campos, se casó con un chileno de Lautaro, don Juan de la Cruz Soto Ferreira, del que las "malas lenguas" sugerían que el verdadero apellido de su madre era Huenchunao. 

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Los Giordano Cavagnino conservaron todas sus lenguas: italiano, genovés y piamontés. Pero como Enriqueta sólo podía darse cuenta de lo que decían cuando hablaban en italiano y quedaba totalmente excluida cuando cambiaban a piamontés, le hizo creer a Jaime que era mucho mejor hablar el castellano que era el lenguaje del cielo, o en el peor de los casos, el italiano. Esto no se lo podía negar, porque el niño había visto en los anaqueles del abuelo La Divina Comedia del Dante y no le hubiese creído que en el cielo no se hablara florentino. 

Enriqueta Mirschwa y su hijo, Jaime Giordano Mirschwa. (Chile, 1936)

Fuera de la variedad racial y lingüística, los unía a todos haber olvidado totalmente su religión originaria. El abuelo italiano, anarquista y agnóstico, no había tomado en cuenta que casándose con una italiana católica ya no tenía a qué convertir a su esposa que pronto se hizo pentecostal, coronela del Ejército de Salvación y, por último, bautista. Su única satisfacción fue que a ella le dio con meterse a luchadora sufragista. 

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Los alemanes eran sospechosos de tener ancestro judío. El polizón palestino nacido en Belén no era musulmán, pero católico nunca fue. El padrastro de Enriqueta había heredado algunos conocimientos de machi, pero desconocía los ritos religiosos de los mapuches y se consideraba insultado si alguien sugería que corría alguna sangre nativa en sus venas.  En fin, que como no habían pasado por Ellis Island, antes de pasar al crisol cultural homogeneizador (“melting pot”), aparecieron unos misioneros bautistas de Texas a añadirle sopas Lipton a aquel puchero. Lucio Aníbal Giordano, no solo se convirtió, sino que se hizo pastor bautista a regañadientes del padre.

 
Carnet de pastor de la Iglesia Bautista de Chile, de Aníbal Giordano.

Jaime nació protestante ignorando por muchos años su condición de "mischlinge" judío-alemán-italiano. No tenía muy claro para qué su abuelo asistía a las predicaciones bautistas de don Aníbal si después lo único que hacían era discutir acaloradamente en piamontés, caminando los dos de un lado para otro. El padre desmantelaba en la casa todos los sermones del hijo como si estuviera estudiando el Talmud.  

Como Jaime nunca había aprendido el piamontés por estar totalmente convencido que debía ser la lengua que se hablaba en los círculos del infierno, la madre se había quedado sin traductor posible y ninguno entendía aquellas endemoniadas discusiones. Como si estos enredos no fueran suficientes, don Aníbal se hizo también masón. Con los masones coincidía en creer fielmente en la separación de la Iglesia y el Estado, el respeto a los derechos del individuo y la libertad religiosa y política de todos los sujetos.

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Enrique Giordano actúa en una obra teatral de la escuela secundaria. (Concepción, Chile)

Dicen que hijo de gato caza ratón, pero en lugar de un bautista masón o un masón bautista, don Aníbal tuvo en Jaime Aníbal, un bautista revolucionario, además de poeta, y a Enrique Alejandro, un actor y dramaturgo cuya desafiante rebeldía era representada en obras teatrales abiertamente gay en el Concepción nada abierto de los años sesenta. No obstante, algunas hermanas de la iglesia bautista se repetían las obras de Enrique, y bastante que gozaban la escena erótica gay y el 'menage a trois' de “Juego a tres manos”.

Jaime recuerda haber escuchado por entonces, por primera y única vez, a su padre gritar un garabato respondiendo a una llamada anónima en el teléfono: “Mi hijo puede hacer con su poto lo que se le dé la gana”. Poco antes del golpe, Enrique abandonó los escenarios penquistas para irse a hacer un doctorado en la Universidad de Pennsylvania.

*La segunda parte de "Diseminados", será publicada el próximo lunes, 10 de octubre de 2011.

*Daguerrotipos y fotos originales, cortesía de la familia Giordano-Rabell.

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