Orlando o el desvelo del sueño americano (parte1)

Asesinado por el cielo.
Entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.
-Federico García Lorca, Vuelta de paseo

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Proemio: La ciudad como lugar

Los humanos concebimos la ciudad como el hábitat definitorio de nuestra especie: es la que separa lo salvaje o primitivo de lo civilizado, lo racional, lo ordenado. Desde sus comienzos, la ciudad es amparo de la diferencia—albergue de barrios multirraciales (muchos de ellos con habitantes involuntarios); espacios ya bien sagrados o profanos; mercados y bibliotecas políglotas; territorios jerarquizados—que redundan en la plasticidad de la imaginación, las oportunidades creativas, las calles sucias y bulliciosas, las áreas de desamparo, el conflicto, la fricción, así como la magia, el deleite y la sorpresa. Consistentemente las grandes utopías (esos no-lugares) nos proponen ciudades amuralladas, coherentes, pacíficas, homogéneas, habitadas por comunidades que crean leyes por acuerdo y que resuelven conflictos por consenso.

Pero esas otras ciudades, las reales, son porosas, beligerantes y un poco ingobernables; hábiles para el que se quiere esconder a plena vista o para el que se quiere perder en sus recovecos; sorprendentes para el que descubre ángulos nuevos en sus desgastados edificios o anónimas para quien ansía un encuentro fortuito. La vida en la ciudad, eje de intercambios e interacciones, la convierte en una ciudad viva, cambiante, vibrante, pujante. Igual que la gente, las ciudades nacen, se desarrollan y mueren.

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Cuando Lorca escribió Poeta en Nueva York lo hizo desde el espanto de los rascacielos. Aplastado por el cristal, alejado de los despejados cielos de su tierra, no pudo soportar la mera escala de la Gran Manzana. Devela en su poética el lado oscuro del capitalismo y la tecnología, el rechazo hacia las minorías, la tiranía de una cultura ajena... las ciudades tienen múltiples facetas, complejidades y tejidos, algunos de los cuales preferiríamos extirpar como capas molestosas, pero lo que somos culturalmente se lo debemos a ellas.

Amo la ciudad, soy urbana empedernida. Vivo en una ciudad llena de vida, de historia, de conflictos, de magia y deleite. Pertenezco a mi ciudad como ella me pertenece, en rica reciprocidad. Desde este, mi yacimiento vital, escribo con la esperanza de que la ciudad no perezca... porque está bajo ataque.

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Diáspora prima: Nueva York

To El Barrio I went
In pursuit of low rent
In a five room apartment
Where by neighbors will be
Puerto Ricans like me
Dressed in tropical garments.
-Pedro Pietri, El Spanglish National Anthem

Los puertorriqueños que llegaron para asentarse en los barrios ghettizados del Spanish Harlem pueden también haberse sentido "asesinados por el cielo", pero no les costó más remedio que aculturarse hasta convertirse en "niuyorricans". (Con uno de ellos, me casé...) Llegaron con el primero de los sueños americanos: un trabajo estable que les permitiera mantener honrosamente a su familia. Esa ciudad mutable, la del falso "melting-pot", se convirtió también en ciudad amada de los puertorriqueños que allí desarrollaron sentido de pertenencia, conciencia de barrio, calles atiborradas de cachivaches y jugadores de dominó, cultura híbrida de ritmos caribeños (¡allí se "inventa" la salsa!), lecturas de poemas en centros culturales, graffitti multicolor en terrenos baldíos,  paradas bullangueras de orgullo boricua, no ya el de aquí, sino el de allá.

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Sin embargo, esa comunidad proletaria que plegó la ciudad a su imagen y semejanza al cobijo del Barrio se vio amenazada por el poderoso desarrollismo de Robert Moses, director de la Oficina de Parques y Recreos entre los años 1930 a los 60, hombre que detestaba la mezcolanza y los olores de la ciudad y favorecía su desalojo mediante la creación de grandes arterias hacia los suburbios. Racista y clasista, diseñó fronteras arquitectónicas para aislar a los afroamericanos y a los hispanos de las nuevas facilidades recreativas. Comunidad tras comunidad fue escindida y relocalizada, rompiendo sin miramientos viejos enclaves familiares de judíos, rusos, irlandeses, polacos, abriendo rutas de escape hacia Long Island, a donde fueron a parar cientos de familias de puertorriqueños en busca de un nuevo sueño americano: una casita propia.

Moses hubiera saneado, a la manera del Paris del Baron Haussman, cada mínimo rincón de la ciudad si no hubiera enfurecido poco a poco a gente poderosa y si no se hubiera dado (cual bíblico duelo entre profetas) con la pensadora y activista Jane Jacobs, quien, a través de su influyente libro The Death and Life of Great American Cities (1961), pusiera fin a la "modernización" rampante de Nueva York. Allí afirma ella:

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"Echemos una ojeada a lo que hemos construido con los primeros miles de millones que tuvimos a nuestra disposición: los barrios de viviendas baratas se han convertido en los peores centros de delincuencia, vandalismo y desesperanza social general, mucho peores que los viejos barrios bajos que intentábamos eliminar; los proyectos de construcción de grupos de viviendas de renta media -auténticas maravillas de monotonía y regimentalización- sellaron a cal y canto las perspectivas de una vida ciudadana llena de vitalidad y dinamismo; los barrios residenciales de lujo, que teóricamente debían mitigar la sordidez de las ciudades, o intentarlo al menos, son hoy escaparates de una insípida vulgaridad; y no hablemos de los centros culturales, en los cuales es difícil encontrar una buena biblioteca; o los centros cívico-recreativos, cuidadosamente evitados por todo el mundo a excepción de los vividores de rigor, esos que no tienen tantos remilgos como los demás para escoger sus lugares de esparcimiento; amén de los centros comerciales imitación sin lustre de los supermercados suburbiales y de todos esos paseos que no vienen de ningún sitio y no van a ninguna parte, pero que tampoco exhiben a ningún paseante; y esas autopistas que destripan las grandes ciudades... Esto no es reordenar las ciudades. Esto es, simplemente, saquearlas".

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Ese mismo año el filósofo Lewis Mumford, neoyorquino y residente en Manhattan, publica su seminal The City in History, profunda reflexión sobre la historia, desarrollo y vida en la ciudad. De ambivalente amor por la urbe, Mumford, sin embargo, defiende la rica vida comunitaria en las ciudades frente a los planes desarrollistas de los suburbios. En su capítulo "Mass Suburbia as Anti-City" él advierte:

"Nuestros descendientes quizá comprendan la complacencia con que gastamos billones de dólares para lanzar una víctima sacrificial en una órbita planetaria si se percatan que nuestras ciudades están siendo destruídas por el mismo ritual religioso supersticioso: la veneración de la velocidad y de espacios vacíos". 

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El no lugar y los suburbios

Si un lugar puede definirse como lugar de identidad,
relacional e histórico, un espacio que no puede
definirse como espacio de identidad ni como relacional ni como
histórico, definirá un no lugar. La
hipótesis aquí defendida es que la sobremodernidad
es productora de no lugares, es decir, de espacios que
no son en sí lugares antropológicos y que
contrariamente a la modernidad baudeleriana, no
integran los lugares antiguos.
-Marc Augé, Los no lugares

Me crié en un suburbio, así que hablo desde la experiencia. El crecimiento de los suburbios en Puerto Rico es pura demencia: un modelo desarrollista continental en una diminuta isla. Es, como todo "sprawl", obsceno en su voracidad espacial. La literatura que critica el diseño suburbano es numerosa y aguda y coincide en relacionarlo con la estructura capitalista y su dependencia en el consumismo rampante para su reproducción y sobrevivencia. El suburbio consiste en la división de funciones vivenciales en nódulos independientes que se conectan a través de carreteras. Vives en un lugar (muchas veces de acceso controlado), compras lo que necesitas en otro, asistes a una actividad en otro, trabajas en otro y para llegar a cada uno de ellos, el automóvil es un artículo de primera necesidad. 

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Por contraste, la ciudad es un hábitat que mezcla distintas funciones en un mismo espacio: tienes farmacias y mercados, escuelas y restaurantes, iglesias y galerías de arte a corta proximidad de tu residencia. Esta cercanía estimula la vida peatonal o la transportación colectiva, la comunicación con el vecindario, la vida privada con la comunitaria. En cambio, todos sabemos cuán inalcanzable puede estar un lugar de otro si vivimos en los suburbios. Dependemos del automóvil para salir a comprar un litro de leche... problema insondable para el viejito que se puede quedar atrapado en su propia casa, de no contar con alguien que lo ayude.

Marc Augé, antropólogo francés, reflexiona sobre los nuevos espacios, productos de la modernidad, para alertarnos que la vida se nos va transitando de un lugar a otro (y atrapados en diarios tapones), consumiendo en lugares anónimos y monótonos, esperando en oficinas mientras leemos revistas chatarras... Realmente son espacios intermedios en los que llevamos simulacros de existencia. Pero pensamos que, paredes adentro, estamos en nuestro lugar, nuestro hogar... ¿Y qué hacemos una vez llegamos? Una dura reflexión debería revelar que allí también estamos en casi una "suspensión animada" —vemos televisión, consumimos comida insípida, hablamos cualquier babosería en el móvil, nos sentamos mecánicamente frente a los vídeojuegos. La vida de adentro se parece mucho a la vida de afuera.

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Pensadores desde Dionisio el Aeropagita hasta Gaston Bachelard advierten del poder de los espacios. Afirman que los edificios tienen la facultad de provocar que ciertas cosas pasen e impedir que otras sucedan. Los espacios construidos son metáforas espacializadas. Literalmente erigimos conceptos. La importancia del edificio se refleja en su tamaño, su centralidad, el plante de su eje. (No es casualidad que en la edad media eran las catedrales los edificios más grandes y ahora son los bancos...)

Los espacios suburbanos están contruidos en torno a unos principios reveladores de nuestro imaginario de clase media, heterotopias que "espejean" un mundo imaginado, a salvo de toda carestía, peligro o dolor. Los reconocerán como obvios:

(a) homogeneidad— solo el que es igual a mi tiene derecho a ser mi vecino
(b) privacidad— la invisibilidad del otro es esencial para mi comodidad
(c) control/orden— los espacios están reglamentados y diseñados reticularmente
(d) seguridad— servicios de alarmas, rejas, compañías suplementarias de guardias privados ya que la irrupción del otro es motivo de constante preocupación
(e) predictibilidad— uno de los requisitos del control ya que lo inesperado es anatema
(f) conformismo— una función de (a), (c) y (e)
(g) ausencia de conflicto— quizá la mas utópica, pero también la más insidiosa, ya que se entiende como esencial en el sueño americano que plantea el bienestar como tranquilidad.

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El arquitecto Nikos A. Salingaros, miembro del CIAM (organización lidereada en sus comienzos por Le Corbusier, padre de la arquitectura modernista) critica el ethos de este diseño y lo culpa del desacierto contemporáneo que transforma lo que fue vida pujante en puro simulacro. En su artículo Hacia una nueva filosofía urbana él afirma:

"Las fantasías arquitectónicas "high tech" separan emocional y físicamente a la gente de las superficies y de todo el entorno construido en general. No podemos resolver la presente crisis hasta que aceptemos que la arquitectura y el urbanismo del siglo XX ha tenido como finalidad principal el aislamiento de las personas tanto de los edificios como unos de otros. Admitirlo requiere aceptar algo aun más difícil, que los ídolos del modernismo fueron falsos dioses y que varias generaciones de planificadores y políticos fueron engañados en la destrucción de nuestras ciudades al implementar principios urbanos inapropiados".

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El filósofo de la arquitectura Christopher Alexander, ideólogo principal del movimiento contramodernista, ha escrito profusamente no solo en son de crítica, sino también con una propuesta concreta. En su premiado ensayo A City is not a Tree él analiza la estructura controlada y esquemática del árbol (en el sentido en que hablamos de un "árbol familiar", por ejemplo) que predomina en las ciudades artificiales diseñadas por especialistas en diseño arquitectónico desde Chandigarh hasta Brasilia y en el desparrame suburbano. La contrasta con el modelo del "semi-lattice", que responde a una superposición de funciones recíprocas, como las estructuras vivas que se dan en la naturaleza y en aquellas ciudades que tienen un profundo sentido de lugar, de historia, de tradición y de estímulo a la convivencia. Allí nos advierte "La ciudad es un receptáculo para la vida. Si el receptáculo cercena la madeja de hebras que la contiene, porque es un árbol, será como un tazón lleno de navajas en las orillas, listo a destruir la vida que contiene".

Lista de imágenes:

1. Lisa and Eric Klove, New York Madness, 2011.
2. Norbert Woehnl, Looking at Tokyo, 2011.
3. Eric JP, When it Rains..., 2011.
4. Didier Ruef, Spanish Harlem Swimming Pool Friends: Carlos (C) and his friends at the open-air swimming pool. Carlos and his Puerto Rican family lives below the poverty line and receives public assistance (AFDC, Home Relief, Supplemental Security Income and Medicaid). Spanish Harlem, also known as El Barrio and East Harlem, is a low income neighborhood in Harlem area. Spanish Harlem is one of the largest predominantly Latino communities in New York City, 1986.
5. Trey Ratcliff, Sunset Picnic in Paris, 2006.
6. Trey Ratcliff, The Abandoned Harrods in Buenos Aires, 2009.
7. Didier Ruef, The Colosseum: Two tourists carry on their back pingouins and photo cameras. The Colosseum, or the Coliseum, originally the Flavian Amphitheatre (Colosseo), is an elliptical amphitheatre in the centre of the city of Rome, the largest ever built in the Roman Empire. It is considered one of the greatest works of Roman architecture and Roman engineering, 1991.
8. Ville Miettinen, Lisbon Tram, 2007.
9. Bill Owens, Suburbia 11, 1972.
10. Bill Owens, Suburbia 57, 1972.
11. Bill Owens, Suburbia, 1972.