Sin ganas de comer: las niñas y la depresión


I

 

"Luna no tiene nada”, me dijo el pediatra mientras leía los últimos resultados de sus laboratorios. Imposible. “Doctor, le duele demasiado la cabeza, no come nada porque todo lo vomita. Entonces, ¿qué es lo que le pasa?”, le pregunté. No tuve respuesta, solicitó que le hicieran más pruebas. Mientras esperábamos por el CT Scan, verifiqué que el tercer suero estuviese bajando bien. La observo acostada en la camilla, aún no ha cumplido sus doce años. Está más alta que yo. Le ha crecido el pelo que apenas un año le cortamos. Se le escapan los rizos que ella suele esconder debajo de su bandana amarilla neón. Está acostada en la única camilla que hay en el área de pediatría de la sala de emergencia de este pequeño hospital.

Horas más tarde regresó el doctor con más resultados en mano, “el CT salió bien, el CBC también, los glóbulos blancos… la hemoglobina…”. El doctor sigue hablando, mencionando números y conteos. Hago un recorrido mental de lo que puede estar afectando a mi hija para poder entender cómo es posible que los doctores encuentren que todo está bien con ella, y ella insista que el dolor la domina y que no se puede casi ni mover.

Hace un año que Lupita N’nongo se convirtió en una de las mujeres más bellas del mundo (según la revista People), al mismo tiempo que Luna estrenaba (sin querer) su pelo corto.

Hace dos años que su papá se fue de la casa, primero por un tiempo y después para siempre.

Hace casi un año que yo finalmente acepté que no regresaría.

Hacía un mes que Luna había accedido a visitarlo y se montó en varios aviones solita hasta llegar a donde él.

“Siga dándole el Renglan, eso ayuda a prevenir que la niña vomite… pero aquí yo veo todo bien.”, comentó el doctor antes de darla de alta. Esta era la segunda vez que estábamos en la sala de emergencia de este hospital. El infante que estaba en la cuna del lado vomitó por todo el piso. Un líquido transparente cubría todo el piso. Luna y yo no reaccionamos. Luna lleva vomitando por tres semanas líquidos de diferentes colores y texturas. El líquido que el niño expulsó se secó en el piso, poco a poco. Le pasamos varias veces por el lado para poder ir al baño. La enfermera lo pisó cuando vino a cambiarle la bolsa del suero a Luna. Cuando finalmente lo vinieron a limpiar dieron de alta al niño.

En un momento que Luna se durmió aproveché para salir al pasillo a comprarme un dulce. De regreso a la sala de emergencia me encontré al doctor de turno. Le pregunté si daría de alta a Luna pronto. Él repasó las pruebas que le habían hecho y como todas salieron negativas entonces me preguntó si le había pasado algo en la escuela o alguna otra situación. Me dijo que los niños somatizan cosas fácilmente y se enferman de dolores de cabeza y del estómago[1]. Le aseguré que estaba investigando eso para descartar cualquier situación que pudo haber ocurrido y que yo no me había enterado.

Luna no se mejoró[2]. Una semana más tarde, las pruebas de sangre y el CT scan aún apuntaban a que Luna no tenía nada. Sin embargo ella no se levantaba de la cama y no quería ni comer. Lloraba y se quejaba de dolor de barriga y de cabeza. Le rogaba que comiera, le exijía que tuviera una mente positiva para que se mejorara. Le rezamos a Dios y le pedimos a nuestros ángeles de luz que la protegieran. Hicimos afirmaciones positivas todas las mañanas y le agradecimos al universo todas las cosas buenas en nuestras vidas. Los días continuaron pasando sin señales de cambio. Finalmente admitieron a Luna en el ala pediátrica del mismo hospital. La niña estaba deshidratada y con mucho dolor de estómago, de cabeza y de garganta. Ya había rebajado quince libras. No quería hablar con nadie sobre su tristeza y su dolor. Solo a mí me confesó lo sola que se sentía[3].

II

Una endoscopia

Un MRI

Diez laboratorios de sangre

Cinco pruebas de orina

Tres sonogramas

Cita con neuróloga pediátrica

Cita con una psiquiatra y tres psicólogas

III

Una amiga me recomendó llevar a Luna a recibir terapias de reiki con una master de reiki reconocida dentro y fuera del país. Conseguir una cita no fue tarea fácil, pero lo logré. La primera cita era para mí, para conocer a la niña a través de mí. Tan pronto entré a la casa de esta master sentí paz. A pesar de estar ubicada en plena ciudad, lo único que se escuchaba era la brisa que acariciaba las ramas de los árboles que la rodeaban. La cabina o habitación donde los pacientes reciben reiki tenía muchas ventanas cubiertas con cortinas de tela blanca que danzaban con el viento que cruzaba la habitación.

A la señora le narré lo que estaba sucediendo con Luna en esos últimos meses. Sin lágrimas, pude contarle que su papá se había ido y no tenía planes de regresar, que la niña sufre y ya no tiene deseos de comer. Le hablé sobre todas las pruebas que le han hecho diferentes tipos de médicos y que no encuentran que tenga nada. La niña se queja todo el tiempo de dolor y vomita cualquier cosa que coma. Además, se queja de estar tan mareada que ya casi ni camina; se pasa el día acostada, en cama. No ha ido a la escuela hace semanas, sin embargo cumple con sus tareas. No le interesa leer las cartas que le escriben sus amigos y amigas de su salón. Todas las noches llora, no me deja casi ni dormir. Yo acabo de empezar un trabajo nuevo y soy el único sustento. La he tenido que llevar varias veces al hospital, quedarme con ella y luego, al otro día, conseguir alguien que la cuide para yo poderme ir a trabajar.

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La reiki master me escucha, se compadece y nos da varias citas corridas. Me explica que la niña necesita sesiones de reiki intensivas, me dice cuál es el costo. Es mucho dinero, pero no me importa. Haré lo que sea porque la niña se levante de la cama, quiera bailar y reír otra vez.

IV

Aceite bergamota en el pecho (para la ansiedad nueva)

Aceite de lavanda en la boca del estómago (para la ansiedad digerida)

Aceite de menta en el resto del vientre (para problemas digestivos)

Aceite de limón en la cabeza

V

Ya han pasado tres meses. Aún Luna está en cama. Ni sus hermanos ni yo podemos más. El pequeño se enferma, tal vez porque es alérgico o tal vez del cansancio emocional. Termina con ataques de asma que requieren que lo hospitalicen por una semana. Ahora sí que no me queda de otra. Tengo que decirle, pedirle, exigirle a su papá que venga a Puerto Rico. No doy para más.

Luna sigue en cama sin querer comer. Me turno con amigas, con mi madre y con mi tía que ya es anciana, entre Luna y el hospital. Luego de unos días, su abuela viene de Santo Tomás a cuidar a Luna en la casa para que yo me pueda quedar con su hermano en el hospital. Eventualmente su padre llega, le da cariño y le prepara baños y un té de plantas medicinales. Le asegura que la quiere y que la va a cuidar. Al principio ella lo resiente y saca fuerzas desde donde no las tiene para hablarle sobre su sufrimiento y para llorar. Sin darnos cuenta, ella logra tenernos todos en un mismo lugar. Nos obliga a enfrentar el dolor del abandono, al igual que el amor que tenemos que aprender a redefinir. Yo estoy exhausta. Tan pronto al chiquito lo dan de alta, me voy por unos días sola a descansar.

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Luna y sus hermanos se quedan con su papá. En mi ausencia Luna se levanta de la cama y decide que va a comer. Cuando regreso Luna está caminando y sonríe de vez en cuando. Al próximo día regresa a la escuela. Una vez más repone todo el material y unas semanas más tarde se gradúa de sexto grado con altos honores. Desde la silla donde la veo subir al escenario del teatro a recibir sus medallas y reconocimientos, me salen las lágrimas que me he aguantado por tantos días porque no me podía dejar colapsar. Sé que tendré que estar en alerta de que esto que le pasó a Luna no le vuelva a pasar y que ambas, ella y yo necesitamos saber identificar cuáles son los triggers que podrían reactivar un episodio similar. Me apena que mi hija, siendo tan solo una niña, haya pasado (y nos haya cargado a nosotros) por este trayecto o rito de paso tan monumental.

VI

Coloca un vaso de agua debajo de la cama de Luna.

Dale baños con salvia, cascarilla y perfume.

Deja que una jicotea camine por su cuarto para que recoja todo lo malo.

Ella está en su desarrollo espiritual… Necesita ayuda espiritual y material; es muy sensible y carga tristeza.

Haz la oración del Santo Cristo de los Milagros, mantén el velón encendido.

 


Lista de referencias:

[1] Según el artículo titulado “Depresión en niños y adolescentes: Información para padres y educadores”, algunas de las características de la depresión durante la niñez son: quejas de dolores físicos vagos, no específicos (dolores de cabeza, dolores de estómago); ausencia frecuente de la escuela; negativas de asistir a la escuela o ansiedad de separación excesiva…” (p. 55).

[2] “Antes de la adolescencia, los niños y las niñas padecen de depresión con aproximadamente la misma frecuencia. Pero en la adolescencia, las niñas tienen más probabilidades de padecer de depresión que los niños. Las investigaciones señalan a varios motivos posibles para esta desigualdad. Es probable que los cambios biológicos y hormonales que ocurren durante la pubertad sean las causas del fuerte aumento en los índices de depresión que se observa entre las niñas adolescentes…”

[3] Según Ralph E. Cash, “las investigaciones indican que en el transcurso de la vida, la depresión comienza, en la actualidad, más temprano que en décadas pasadas…” (p. 1).


Lista de imágenes:

1. Sarah Ann Loreth, The ghosts of all my sins forgotten
2. Sarah Ann Loreth, When the decay calls to the past
3. Sarah Ann Loreth, White sheets and dirty mattresses
4. Sarah Ann Loreth, Haunting Imagery
5. Sarah Ann Loreth, On bruised wings we fly