Carta abierta sobre el (des)amor y el matrimonio

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Sé que me he mantenido a la distancia, sin embargo eso no significa que todos los días no piense en ti, en nosotros y en lo que fue nuestro matrimonio y nuestra familia. Es inevitable no hacerlo, tú estás en cada rincón de este apartamento y en mis recuerdos. Sé que tú prefieres hablar, ese es tu don. Yo prefiero escribirte. A mí se me hace muy difícil hablar, más bien comunicarte cosas que tantas veces me confunden y siento que me quebrantan el corazón.

Esto que te escribo es un genuino intento a que podamos entendernos mejor…  y a que pensemos en la posibilidad de dejar a un lado la confusión, la ira, el resentimiento, las culpas y los malos ratos. Según Marya Muñoz Vázquez (1987):

Las dificultades conyugales y el divorcio son el producto de una situación social compleja. Tienen su base material en la intersección entre la forma específica de organización familiar que enmarca las relaciones y las condiciones socioeconómicas que enfrentan los cónyuges y que son el resultado del modo prevaleciente de producción… El marco o forma de organización social es el patriarcado… Debido a estas condiciones opresivas es muy difícil lograr una relación de amor, afecto y comunicación íntima entre la pareja (p. 158).

En estos meses he estado muy angustiada, se supone que este año celebráramos nuestro decimoquinto aniversario. He pasado días en que me he tenido que obligar a salir de la cama. Si no lo hacía, sabía que allí me quedaría. Uno de esos días casi me arrastré hasta el gimnasio buscando distraer la mente. Decidí que me obligaría a correr en la trotadora con la meta de sentir ese runner’s high que puede ayudar a uno a escapar la realidad. Corrí unos minutos y me sobrecogió el cansancio. 

Usualmente los malos ratos me sirven de combustible. Suelen ser los días difíciles los que irónicamente funcionan en la mente para animar al resto de mi cuerpo a moverse. La mente me ayuda a combatir el cansancio que comienzan a sentir mis piernas y la falta de aire que experimentan mis pulmones. Esta vez no me sirvió de nada mi usual estrategia. Me convencí de que caminar en vez de trotar era suficiente.

Mientras le cuestionaba a mi mente por qué me había defraudado, llegó una señora con una linda sonrisa a la trotadora del lado. Nos hemos visto antes en el gimnasio y en ocasiones hemos hablado mientras entramos o salimos de la ducha y cuando nos vestimos en el baño. Esta vez nos saludamos y conversamos sobre los uniformes de la escuela que le acababa de comprar a su nieta, sobre cómo el verano se fue volando y sobre sus años de estudiante en la escuela superior en la década de los sesenta. Terminamos hablando (más bien ella hablando y yo escuchando) sobre su hijo y de cómo ella y su esposo le enseñaron a tratar a las mujeres con gran respeto. Estaba muy orgullosa de cómo le enseñaron a ser un hombre independiente en todo lo que tiene que ver con los quehaceres del hogar. Su hijo plancha, cocina, cose y limpia. A pesar de ser un hombre trabajador dentro y fuera del hogar, según su mamá, no ha tenido mucha suerte en el amor y ya tiene dos hijos con parejas diferentes. 

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Según Kristin Rowe-Finkbeiner (2004):

The statistics show a gradual trend toward men’s taking greater responsibility for home and family work. However, the data also demonstrates that progress has been slow, and that more change is needed to lift the double burden facing today’s women. The 2002 “National Study of the Changing Workforce” tellingly notes, “According to women in dual-earner couples with children in 2002, 77 percent take greater responsibility for cooking, 78 percent take greater responsibility for cleaning and 70 percent take greater responsibility for routine child care. From these findings one might conclude that mothers in dual-earner couples do indeed work a second shift that places demands not only upon their time, but their psychological energy as well (p. 139).

Aunque la música en el gimnasio estaba intensamente alta, ella no paró de hablar y yo no paré de escuchar. Tres millas más tarde, me habló sobre los 50 años que lleva de casada (pensé en tus papás y cómo ellos llevan más de 50 años juntos). Se casó a los 18, casi a los 19 años, cuando ya estaba en segundo año de universidad. Según Gail Collins (2009):

Even women who intended to have lifelong careers couldn’t escape the sense of urgency to marry… Once married, people were expected to stay that way. Divorce, though hardly unknown, was regarded dimly… Newsweek reported in 1960 that 60 percent of the young women who entered college dropped out before graduation, ‘most to get married’ (p. 37-38).

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Me impactó (y agradecí) su franqueza al decir lo difícil que se le hizo adaptarse a la vida de casada. Compartió que estudió y luego trabajó como maestra en las escuelas públicas del país; que crió dos hijos; que tal vez estaría de acuerdo con la frase citada por Rowe-Finkbeiner (2004) “It starts when you sink into his arms and ends with your arms in his sink” (p. 139); y lo difícil que se le han hecho tantos otros momentos de su matrimonio. Abrió grande los ojos, como para hacer hincapié en los buenos tiempos; luego los abrió aún más, cuando habló de los malos tiempos. Según ella, gracias a todos esos “tiempos” se crea un amor diferente, una unión casi simbiótica. Así me describió la unión que tuvieron sus padres, quienes estuvieron casados por 62 años y murieron a los 98 años de edad. Su padre fue el primero que murió y aunque en sus últimos días se sentía listo para morir, no quería hacerlo por temor a dejar a su “señora” sola. No la quería dejar sola a pesar de que ella llevaba años sin reconocerlo (padecía de Alzheimer muy avanzado). 

Por 45 minutos estuve escuchando a mi compañera de trotadora. No logré emitir palabra alguna, intentaba procesar todo lo que me había dicho. Cuando finalmente quise hablarle, confesarle la situación matrimonial por la que pasaba y pedirle algún consejo, paró su trotadora, me tiró un beso y se fue del gimnasio (no sin antes decirme que pronto se iría de camping a Culebra sola con su sobrina). Quedé aturdida. No sabía si sentir inspiración por sus relatos matrimoniales o esperanza por que el nuestro tuviese remedio.

Yo elegí con quien me casé. Elegí por amor, por pasión, por amistad, por compañerismo y por espiritualidad. Pensé en el amor, y por un tiempo aguanté por amor, por compromiso, por lealtad, por mantener la familia. Según Mires (2009):

… en los albores de la modernidad el amor parecía jugar un papel bastante secundario en el matrimonio… Entre los sectores asalariados tampoco el amor parecía ser determinante en el matrimonio, pues lo que más buscaba el hombre era una mujer que fuese laboriosa, y las mujeres, alguien que tuviese un salario fijo. Todo lo demás parecía ser bastante secundario a los primeros proletarios. Muchos de los habitantes de los países pobres consideran todavía al amor como algo que existe solo en telenovelas” (p. 109).

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Me ha costado muchísimo renunciar por completo a la ilusión, a la esperanza, más bien por no darme por vencida… por no fracasar, por los quince años vividos. Según Rowe-Finkbeiner (2004), “Statistics show that regardless of who is getting married and when, chances are half of them will eventually divorce” (p. 143). Igualmente, Mayra Muñoz Vázquez sostiene que para fines del siglo pasado Puerto Rico ocupaba uno de los primeros lugares en el mundo en cuanto al divorcio (p. 158).

Quería preguntarle a la señora del gimnasio, a quien considero mi amiga aunque no hayamos compartido nuestros nombres: ¿Cómo sabe una cuando los malos ratos (que aparentan multiplicarse al pasar los años) son reparables? Quería que me diera su opinión utilizando sus experiencias, las de sus padres, las de su hijo… ¿Mi matrimonio es  irreparable?. Conseguí una respuesta en el capítulo titulado “The Changing Shape of Relationships” del libro de Rowe-Finkbeiner (2004):

The pressures of balancing life, kids, and career are different from our mother’s generation… Census statistics solidly show that divorce rates are increasing: “81 percent [of women first married between 1945 and 1949] reached their twentieth anniversary, compared with only 56 percent of those who first married in 1970 to 1974.” In other words, the data tells us what many of us already know – our mothers were more likely to get divorced than our grandmothers (p. 144).

No volví a ver a la señora de la trotadora, pero sus historias corrieron por mi mente por mucho tiempo. ¿Soltar? ¿Luchar?. Como dijo Ann Crittenden (2010):

… we end up with a lot of divorced mothers with children, and the economic changes that accompany divorce show that it is unmistakably a women’s issue. Divorce is very unfair. It manufactures poverty among women and children (p. 145).

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Si no hay causalidades en la vida, ¿qué debía aprender de ese encuentro y de su historia de vida? En mi búsqueda de estas y otras respuestas, me topé con el libro La Revolución que nadie soñó de Fernando Mires (2009). Este libro me lo había recomendado una mujer muy sabia, la profesora, feminista y escritora Margarita Mergal. Lo utilicé como parte de mi investigación doctoral, que ella dirigió, sobre historia de las mujeres e historia ambiental. En aquellos momentos leí sobre la revolución ecológica y la revolución feminista desde la perspectiva de Mires (2009) con una mente académica. Esta vez lo leí buscando otro tipo de información, buscando posibles respuestas a mis experiencias de vida. Esta vez leí a Mires (2009) bajo una revolución emocional  (y matrimonial) que me ha llevado a cuestionar las teorías feministas y de género aprendidas. Esta vez Mires (2009) me habló de cerca sobre el amor, el matrimonio y la mujer casada de la actualidad. Mires (2009), entre otras investigadoras aquí citadas, me ayudaron a poner los pies sobre la tierra:

el fundamento del matrimonio, así lo hemos aprendido desde niños, es el amor… el fundamento primario de nuestra cultura es el amor… Podría decirse, con cierto cinismo, que la esposa premoderna tenía menos trabajo que la actual, a quien se le exige que sea una santa madre, una digna esposa, una buena amante, demasiados trabajos para una sola persona (p. 108).

El matrimonio y el amor no siempre han ido (ni van) de la mano. La primera corriente de la modernidad que se planteó hacer coincidir el amor con el matrimonio fue el Romanticismo. No es casualidad que el Romanticismo haya surgido paralelamente con el liberalismo económico. A partir del Romanticismo comenzó a establecerse una alianza entre amor y matrimonio. La noción romántica e individual del matrimonio se impuso sobre la estamental. Debe decirse que la fusión amor-matrimonio fue posible gracias a la eficacia de la reglamentación matrimonial del periodo premoderno, la cual logró insertar los moldes familiares en las personas de tal manera que la reglamentación social misma se hizo innecesaria, siendo posible, el surgimiento del amor romántico, o individual, en la constitución orgánica de la familia (Mires, 2009, p.110).

Desde entonces se supone que la gente se casa por amor, aunque según Mires (2009) faltan investigaciones serias que analicen esa masa de sensaciones que abarcan el concepto amor:

Normalmente se ama a quien “se debe” amar, en el marco de determinados contextos normativizados culturalmente… el matrimonio, en muchos casos, sigue siendo por conveniencia, con la diferencia de que la convivencia la deciden los propios esposos y no sus padres... Quizás, en muchos casos, el matrimonio no es sino una sustitución del amor, lo que no impide que funcione tan bien o tan mal como en los tiempos en que no existía el amor como condición de matrimonio (p. 111). 

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Añade que:

el movimiento feminista ya conoce… que si no existiera el amor, el trabajo que ejecuta la mujer en el matrimonio debería ser remunerado… las implicaciones del amor no son solo románticas, son también económicas… el amor es una de las condiciones de trabajo impago en la sociedad moderna, y las mujeres son las encargadas de trabajar por amor en el interior de sus hogares (p. 111).

Mires (2009) tiene razón, (y para mí ha sido un develamiento revolucionario) al plantearse que:

descorrer el velo de lo que se oculta en nombre del “amor” como “la única” condición para recuperar el amor en el matrimonio, ya que el amor que se cree le sirve de fundamento, se basa en relaciones de inequivalencia que son, definitivamente, las que hacen imposible el amor” (p. 111). 

No quisiera menoscabar las dificultades que experimentan los hombres al momento de separarse de su pareja. Reconozco, como plantea Muñoz Vázquez (1987), que debido a la ideología machista (de poder y control masculino) se sugiere que el hombre no debe de sentir/expresar dolor en estos procesos. Las dificultades que “enfrentan tanto hombres como mujeres en el proceso de divorcio son muy similares… en lo que se refiere a la crisis emocional”, sin embargo, “la mujer contrario al hombre, casi siempre adquiere una doble responsabilidad con los hijos… tiene que convertirse en madre, padre y proveedora” (p. 169).

En fin, tú has logrado rehacer tu vida (aunque dices que no se te ha hecho fácil). Yo también tengo que continuar mi vida sin ti. Esto que te escribo es parte de ese intento. Espero lo puedas entender así.

Lista de referencias:

Collins, G. (2009). When Everything Changed: The Amazing Journey of American Women from 1960 to the Present. New York: Back Bay Books.

Crittenden, A. (2010). The Price of Motherhood. New York: Picador.

Mires, F. (2009). La revolución que nadie soñó o la otra posmodernidad.Argentina: Libros de la Araucaria.

Muñoz Vázquez, M. (1987). La experiencia del divorcio desde la perspectiva de un grupo de mujeres puertorriqueñas. En A. Vargas (Ed.), La mujer en Puerto Rico: Ensayos de investigación. San Juan: Ediciones Huracán.

Rowe-Finkbeiner, K. (2004). The F-Word: Feminism in Jeopardy. California: Seal Press.

Lista de imágenes:

1) Ciara Phelan, "Married With Infidelities", 2011.
2) Sven Hagolani, "The Thing About Marriage Is... #1", 2011.
3) Ciara Phelan, "Original Sin", 2012.
4) Sven Hagolani, "The Thing About Marriage Is... #2", 2011.
5) Ciara Phelan, "Marriage, She Wrote", 2012.
6) Sven Hagolani, "The Thing About Marriage Is... #3", 2011. 
7) Ciara Phelan, "The End", 2012.