Better People

Estalló una goma de la minivan blanca que me regaló mi papá, la que en un principio me avergonzaba manejar por su terrible huella ambiental. De camino a Maunabo, en las faldas de las montañas de Yabucoa, en una carretera de un solo carril, la tuve que alinear. Me estacioné cerca del esqueleto de una refinería con sus chimeneas mohosas y silenciosas, en un puente, justo encima de un platanal. Éramos cuatro niñxs y dos adultas dentro de la minivan. 

Lágrimas se deslizaron por mi rostro, paralizando el tiempo, mi cuerpo, mi mente y mi espíritu. La goma de respuesta, de emergencia, la que se supone que este ahí cuando yo la necesite, no se podía sacar. Me sentía sola… sola en el puente, sola en el platanal, sola frente a las chimeneas que parecían torres tan grandes y yo tan inútil y pequeña. “¿A nombre de quién está el número de teléfono que necesita asistencia en la carretera?”, preguntó la operadora de la compañía de mi celular. “Lo lamento señora, si no está a su nombre no la podemos ayudar”. A esa operadora le quise reclamar: “¡Usted no entiende! Yo soy la que suele pagar la cuenta. Yo soy la que cuido a lxs hijxs. Yo soy la que mantengo el hogar. Yo soy la que estoy aquí, con una goma vacía. Sola en el puente. Sola en el platanal. Sola frente a las chimeneas que parecen torres…”.  

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El sol quemaba. Las montañas mantenían su perfecto verdor. El viento soplaba. Soplaban los carros que pasaban y veían la guagua blanca con cuatro niñxs y dos adultas, una con lágrimas. Intenté la llave que aseguraba la goma de respuesta, pero no se movía la tuerca. Me senté en la valla que servía de frontera entre mi cuerpo y el platanal que quedaba abajo, muy abajo. “Cuidado con las hormigas”, me advirtió mi hermana, la otra adulta que andaba en la guagua blanca. Pasaron muchos carros. Paró uno. Se bajó un señor de pelo riso y de espejuelos gruesos. Llevaba puesto un mahón muy bien planchado y una camisa mitad roja y mitad azul. Caminó hacia mí en silencio. Traté de esconder mis lágrimas. “¿Necesitan ayuda? ¿La guagua es suya?”, preguntó. “Sí”, le contesté detrás de mis gafas que me servían de vallas para esconder las lágrimas que se acumulaban en aquel puente arriba del platanal. “No pasa nada, Roxanna”, me dijo mi hermana. El señor de mahón con filo auscultó la goma que tenía un desperfecto y que hace varios meses mi papá me había dicho que podía estallar. 

Yo pensé que la goma aguantaría, porque era mía, como yo he aguantado, un poco más. Pero la llanta me traicionó, en el momento menos pensado, reventó. Como la goma, yo también dejé salir el aire, salir el llanto, allí, arriba del puente junto a las torres que son chimeneas de una antigua refinería que están mohosas, que ya no sirven. El señor se tiró al piso, se metió debajo de la guagua blanca, no tan blanca como sus medias que se veían bajo su pantalón. Asomó su cabeza, le vi una mancha en su camisa mitad roja mitad azul. Me preguntó: “¿Me dijo que esta guagua es suya?”. “Sí”, le contestó mi boca porque mi cuerpo estaba concentrado en respirar. Como la goma, temí que estallaría. Pasaron los carros. Una guagua marrón tocó bocina. Por ahí venía mi padre, el que me dijo hace unos meses que esa goma ya no aguantaba más. Por mi mente pasaron las veces que le pedí a la goma que (me) soportara un poquito más. El puente se alargaba cada vez más. El señor buscó sus herramientas. Su esposa se bajó del carrito azul, el único carrito que se paró. Ella llevaba una falda de mahón mejor planchada que el pantalón de su esposo, que ahora tenía pedacitos de tierra y brea por tratar de sacar la goma de respuesta que no quería salir en esta emergencia. 

Llegó mi padre. Temblé y me sentí más pequeña, como cuando era niña. Me sorprendió con una sonrisa: “No pasa nada, Roxanna”. Le dije con voz entrecortada: “Yo sé que tú me dijiste que esa goma no aguantaba más…”. Mientras le explicaba y justificaba el porqué de tanto aguantar, la tuerca finalmente cedió, el señor sacó la goma de respuesta, sacó la otra (la que ya no pudo más). “Cuidado con las hormigas”, le dijo mi hermana, la que me entiende, la que me cuida. Lxs niñxs, aún dentro de la guagua, miraron al señor trepar la goma que ya no servía (como las torres que son chimeneas), recoger sus herramientas y caminar hacia su carro. Yo lo seguí, aun con lágrimas que se colaban detrás de mis gafas, para ofrecerle un dinero (uno de los veinte que tenía contados).

Le acerqué el billete como intercambio por haberme ayudado cuando todxs lxs demás pasaron y no se pararon (a sacar la tuerca que al principio no quería dar vueltas para soltar la otra, la de respuesta, la que está ahí para una emergencia). Él me respondió con las manos negras y la camisa que antes era limpia y ahora estaba sucia, que los favores no se cobran ni se pagan. “¿Cómo es posible? Usted paró, que a lo mejor es padre y hoy, en el día de los padres, iría a compartir con su familia (con su mahón almidonado); es lo menos que puedo hacer…”, le contesté. Miré a su esposa que me respondió lo mismo: “Mi’ja, los favores no se cobran, ni se pagan”. Con la mano y voz temblorosa le di las gracias, le deseé un lindo día, le ofrecí una botella de agua para que al menos se pudiera limpiar las manos negras de la goma (la que ya no pudo más). No me atreví sacudirle la tierra que se le pegó en la espalda, ni el hollín que ahora tenía la parte azul de su camisa. Caminé cabizbaja hacia la guagua blanca, agradeciéndole al universo por el favor que me acababa de hacer aquel señor. Me demostró que en el mundo, en nuestra Isla, en aquel puente, frente aquella antigua refinería, me puedo cruzar con gente humilde… 

Entendí que, a veces, no hay que aguantar hasta estallar.

Lista de imágenes:

1) Un platanal en el Valle de Yabucoa, Enciclopedia PR.
2) iRoberto, Central Roig en Yabucoa, 2010.
3) Carretera en Maunabo, Enciclopedia PR.
4) Toyota Blog, "Changing a Tire."