Encontrando causas que le den sentido a la vida y a la esperanza*
… me doy cuenta que se ve ahora más bello el país.
Y se lo digo a Dora María que va a mi lado
Mirando también extasiada la patria liberada
Este sueño que todos estamos viviendo
Y del que jamás despertaremos.
Antes esta belleza estaba como emborrachada…
Qué bello se ve ahora el país. [1]
Hace unos meses tuve la dicha de que me invitaran a participar en un Intercambio Educativo y Cultural entre Puerto Rico y Nicaragua. Acepté la invitación casi de inmediato. Llegar hasta Nicaragua no sería tarea fácil. Semanas antes del viaje me perseguían pensamientos limitantes: ¿cómo una madre de tres hijxs pequeñxs, profesora a tiempo completo, mujer de comprometido presupuesto, (y de pasaporte extraviado), lograría tal hazaña?
Además, me aturdían los comentarios contradictorios de compañerxs de trabajo y de familiares: “¡Estás loca! ¿Para qué vas a ir a un país tan pobre, inestable y peligroso?”; “¡Excelente oportunidad! Nicaragua es un país de gente maravillosa y de paisajes exuberantes…”. La mentalidad insularista, (además del brainwashing económico e ideológico) que permea este país, promueve que le temamos a todo lo que no provenga de lo estadounidense. A pesar de estos obstáculos, logré emprender mi viaje al país centroamericano que Rubén Darío describió como un…
…Pueblo vibrante, fuerte, apasionado, altivo;
pueblo que tiene la conciencia de ser vivo,
y que reuniendo sus energías en haz
portentoso, a la Patria vigoroso demuestra
que puede bravamente presentar en su diestra
el acero de guerra o el olivo de paz.[2]
Me encaminé a Nicaragua, país de un gobierno con el perplejo lema de “Cristiano, socialista y solidario”, a compartir vivencias y conocimientos sobre el constructivismo, asuntos de género y de ecofeminismo. En Managua me esperaban tres compañeros de la Isla (Carlos Muñiz, Pedro Matos y Bernadette Feliciano) junto al coordinador del Intercambio, un boricua que hace labor comunitaria en dicho país hace varios años (Ramón Sepúlveda) con su esposa nicaragüense (Ada López).
Me esperaba una trasformación personal. Compartiríamos tiempo, espacio, ideas, canciones, córdobas (moneda nicaragüense), lágrimas y entusiasmo. Aprenderíamos de niñxs, monjas, indígenas, aves, plantas, artesanxs y cooperativas. Aprenderíamos en comunidades rurales de caminos largos y polvorientos, de noches de oscuridad absoluta, del silencio. Aprenderíamos en comunidades urbanas, todas en movimiento, organizadas, conscientes de sus realidades y de las posibilidades, (todas logrando grandes cambios con menos recursos económicos de los que se manejan en las agencias de nuestro país).
En un lugar donde el agua es a volcanes
y el tiburón hizo nido en agua dulce
el huracán pone un bosque en reverencia mortal
tiembla la tierra, tiembla el mar de este lugar.
Dale una luz a la gente que ha buscado
su libertad contra el cielo y contra humanos
dale una luz a este pueblo que ama tanto vivir
en Nicaragua… [3]
Una de las comunidades que trabaja arduamente por los valores de la solidaridad, que continúa vigilando y luchando por “su libertad contra el cielo y lo humano”, es la del Arenal en la zona rural del municipio de Masatepe. Allí visitamos al Grupo de Solidaridad del Arenal donde nos esperaba un grupo de jóvenes junto a dos de los líderes comunitarios Martha y Donald. Nos dieron la bienvenida, nos hablaron de su proyecto, saludaron a Ramón, a Pedro y a Carlos y compartieron recuerdos de su última visita.
Allí, como expresara Augusto Cesar Sandino durante la revolución nicaragüense, “la causa sigue viviendo”[4], se lucha contra las injusticias, se lucha porque lxs niñxs reciban una educación adecuada, porque sus maestrxs reciban un salario justo, por servicios de salud dignos, por la preservación de los valores culturales y morales, porque “el sol de la libertad” brille en las frentes de todxs.
Allí tuvimos la oportunidad de ver al grupo de baile Quetzalcóatl ensayar, grupo que ha viajado el mundo compartiendo su talento, su orgullo patrio y su folclor. Lxs chicxs bailaban en el centro cultural Guardabarranco, entre citas de Fidel y murales de Sandino y del Ché. Calentaron con música del reggaetonero boricua Don Omar, luego sacaron sus faldas y sus sombreros y nos dieron una muestra de sus bailes típicos.
Esa noche nos quedamos en las casas de las familias de los y las jóvenes del grupo. A Bernadette y a mí nos esperaba Elmer con su sobrino, Leo, de cinco años. Alumbrados por una linterna, nos llevó hasta su casa. Caminamos en la carretera entre piedras y barro, confiadas, bajo una oscuridad profunda, guiadas por las estrellas intensas del Arenal. Elmer vive con su hermana, Leo y otro hermano. En la parte de atrás de la misma casa vive Mariela, con su esposo y sus dos hijas. Saludamos, hacía tiempo nos estaban esperando. Llevamos nuestras mochilas al cuarto que nos prestaron. Entregamos la bolsa de frijoles y arroz como intercambio. Nos esperaba un plato de gallo pinto[5] y tostones en la mesa.
Nos sentamos en las únicas dos sillas que habían en la casa. Mientras comimos vimos a los Simpson en un pequeño televisor posado en el único mueble de la habitación, (al lado de un arbolito artificial de navidad). Nos sorprendió la programación estadounidense que transmitía la señal de la empresa Claro, (plato decorativo en los techos de las chozas más humildes del país, parte del paisaje nicaragüense).
Salí de la casa, alumbré el camino con una diminuta linterna en busca de un baño. Había dos letrinas. No sabía cuál usar. Me asomé en ambas, destapé una, linterna en boca y rollo de papel de inodoro en mano, logré la maniobra. Me lavé las manos y la cara en la pileta bajo el palo de naranjas. Regresé a la casa. Videos de reggaetón en la tele, Leo hacía su tarea en el piso. Practicaba silabas recortadas en trozos de papel; ta, te, ti, to, tu. Nos miraba con una sonrisa. Formaba palabras; tato, teti. Su madre se mostraba muy orgullosa. Lo tomó en su falda y lo meció en la sillita de juguete (Bernadette y yo ocupábamos las sillas de adulto).
Todos estábamos cansados. Nos dijimos buenas noches, aprendimos a cerrar la puerta de nuestro cuarto (quedaba fuera de la casa) con un clavo. Auscultamos las camas, y el resto del cuarto con las linternas. Las paredes y el techo no se encontraban, por ahí se colaba el frío y la etérea luz de la noche. Pedimos en silencio que no se colara ninguna otra cosa y nos rendimos al sueño.
La mañana siguiente escuchamos a lxs niñxs corriendo y gritando de madrugada, “¡Corre que nos deja el bus…!”. Cuando salimos, ya Leo se había ido rumbo a la escuela. Luego del ritual de la letrina, cubitos de agua bajo el palo de naranja para lavarnos los dientes y la cara, desayunamos frijoles, queso, pan y café negro. Salimos al patio para mirar aquel místico lugar bajo la luz del sol. Llegaron unxs sobrinxs a la casa con la noticia de que habían cancelado la escuela. “¿Y Leo?” preguntó su madre. Lxs niñxs no sabían de su paradero. Nos miramos preocupadas por Leo. ¿Se habría quedado jugando en el camino? Mariela nos dijo que la escuela quedaba a media hora de la casa caminando. Pasó una hora. Leo no llegó. Su madre salió a buscarlo.
Nicaragua sabe a nacatamal, huele a sacuanjoche y suena a marimba.
Nicaragua tiene sabor a agua de coco, a tierra mojada y a carnita asada de la esquina.
En la mañana, gallopinto con tortillas y una taza de café con leche y en la noche atol con güirila.
Es un buen pedazo de queso ahumado con tortilla … [6]
Mariela regresó con las compras del día, frijoles y una papaya gigantesca. Aun no eran las ocho de la mañana. “¿En qué te ayudo?”, le pregunté. “A separar los frijoles”, me respondió. ¿Y cómo separo frijoles?, pensé. Usé mi sentido común, saqué los frijoles de la bolsa plástica rosada, y los examiné uno a uno mientras caían entre mis dedos al plato que Mariela me había asignado. Se despertó María Fernanda, la bebé de la casa. Mariela se mostró contenta y a la vez algo estresada. La niña interrumpió su rutina. Seguí separando frijoles, Mariela se sentó un minuto a mi lado y me confesó que quisiera tiempo para ella. Hablamos sobre las presiones del hogar, las montañas de ropa que lavar, comida que cocinar, pisos que limpiar. Yo compartí que tengo tres hijxs y que también me siento agobiada con las tareas domésticas.
Mariela me miró algo incrédula (por mi mente revolotearon pensamientos de culpabilidad, pensé que me juzgaba por haber abandonado a mis hijxs en Puerto Rico, ¿qué madre se va de viaje sola?). Exclamó: “¡¿Tres hijxs?! ¡¿Y cómo logras estar tan delgada?!” Me quedé patidifusa, no supe qué contestar. Me aseguró que ella perdería las libras que aumentó durante su último embarazo. Entró a su casa para buscar un álbum de fotos, evidencia de su antigua delgadez. Me dijo que se proponía comer menos y que intentaría hacer ejercicios. Todo esto se le facilitaría si tuviese una máquina de lavar ropa. Dirigió su mirada a la montaña de ropa que la esperaba debajo del palo de naranja. Me mantuve muda.
En esos instantes reconocí que aunque Mariela barría con una escoba hecha de un palo y un manojo de hojas amarradas por una soga, limpiaba una letrina con cubos de agua que recolectaba en un estanque, y cocinaba en un fogón, compartíamos cargas y presiones de género muy similares. ¿Cuántas veces me he mirado en el espejo y me he prometido hacer más ejercicios para mantener mi figura? ¿Cuántas veces a la semana hablo por teléfono con mi hermana y ambas enumeramos las múltiples tareas que tenemos que completar dentro y fuera de nuestro cómodo hogar? ¿Cuántas conversaciones concluimos con un “yo lo que necesito es tiempo para mí”?
No había tiempo para conversar sobre las cargas asignadas a las mujeres nicaragüenses, ni a las puertorriqueñas. El esposo de Mariela y su otra niña pronto vendrían a almorzar. Tenía que prender el fogón y cocinar los frijoles de inmediato. Para lograr esto, barrer los pisos de barro (con su escoba de hojas) y limpiar ambas letrinas y la ducha, María Fernanda tenía que tomar su siesta. En un instante supe lo que podía hacer, atender a la bebé. La mecí en la hamaca mientras Mariela corría vertiginosamente de un lado al otro del patio con escobas, leña, cubos, frijoles, fósforos, mapos, semillas de cacao (que debía poner a secar), ropa y biberones.
María Fernanda se tardó mucho en dormir. Cada vez que Mariela se acercaba a la hamaca le decía a la niña que si no se dormía pronto, no tendría tiempo para lavar la ropa. Las suplicas que le hacía a su bebé para que se durmiera me transportaron en tiempo y espacio a las suplicas que yo también le hice a mis bebés (que mecí por horas en un sillón) para que se durmieran, el cansancio que llevaba en mis hombros y el estrés que transmitía (al igual que Mariela) en mi rostro.
Salimos del Arenal cargadxs de impresiones, recuerdos y dos piñas que nos obsequiaron Mariela y su familia. Piñas que nos acompañaron a varios destinos. Una nos la comimos y otra se la ofrendamos en agradecimiento a Don Blás, quien nos dio un “ride” en la parte de atrás de su camioneta hasta Miraflores.
Araré, araré, araré el aire
Y sembraré el viento
Plantaré un sentimiento
Araré, araré, araré el aire
Sembraré un canto,
Plantaré la esperanza
Araré, araré, araré el alba
Y sembraré auroras,
Plantaré el horizonte
Hay el sentir, el querer, el soñar… [7]
Nicaragua y lxs nicaragüenses con quienes tuve la dicha de compartir rompieron con esquemas engranados en mi país (y en mi mente colonizada) en contra del independentismo político, económico, y hasta espiritual. Regresé a la isla del “encanto” en un trance, dando vueltas por espacios familiares, otra. Salí de la tierra de lagos y volcanes, como si el azufre me hubiese comunicado que a pesar de la distancia y de realidades políticas y materiales distintas, compartimos experiencias humanas, buscamos causas que nos posibiliten la felicidad, somos capaces del colectivismo y de ser solidarixs.
Notas:
[1] Fragmento del poema “Otra llegada” del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal.
[2] Fragmento de “Retorno”, poema de Rubén Darío.
[3] Fragmento de la canción “Dale Luz” del dúo nicaragüense Guardabarranco.
[4] “Nosotros iremos hacia el sol de la libertad o hacia la muerte; y si morimos, nuestra causa seguirá viviendo. Otros nos seguirán” cita de Augusto Cesar Sandino.
[5] Arroz blanco y frijoles.
[6] Fragmento del poema “A mi Nicaragua” de Nora Cedeño de Hernández.
[7] Fragmento de la canción “Araré el aire” del cantautor nicaragüense Salvador Cardenal.
* Fotos tomadas por Carlos A. Muñiz Osorio y Bernadette Feliciano.
* Título inspirado en una frase del Jesuita Xabier Gorostiaga plasmada en el Centro Cultural Guardabarranco, El Arenal. Gorostiaga fue un gran propulsor de la educación como medio liberador en América Latina.