Ecofeminista en minivan

La situación precaria medioambiental nos afecta a todos y todas.  Sin embargo se debe de reconocer que hay grupos que corren un mayor riesgo, como los son  los niños y niñas, las mujeres, y los pobres.[1]  -"Las mujeres y el deterioro medioambiental” Alicia H. Puleo (2008)

 Around the world, women are managers and primary caretakers of natural resources, and thus have a critical role to play in ensuring a safe, sustainable, secure future for planet Earth.  -WEDO[2] boletín abril 2010

El ecofeminismo y sus vertientes liberales y socialistas me apasionan. El asunto éste de que las mujeres representan a la madre tierra, o de que somos todas esencialmente más sensibles a los ecosistemas me parece trillado y manipulado. Lo que sí encuentro muy acertado del ecofeminismo es cómo las mujeres, por nuestra categoría de género, estamos más cerca de los recursos naturales de los que dependemos (agua, suelo, aire).

Algunas nos damos cuenta de los cambios en el flujo del agua en nuestras comunidades, del ir y venir de las aves, incluso de la calidad de aire que respiramos. No tenemos que ser hidrólogas, ornitólogas, meteorólogas, ni ecólogas, para percatarnos de que algo anda mal en nuestro medioambiente. Sólo necesitamos analizar cuantas veces nuestros niños y niñas se nos enferman y reflexionar sobre las condiciones de salud que nos aquejan a nosotras y a nuestros familiares envejecientes que también cuidamos. El ecofeminismo evidencia el conocimiento que han adquirido las mujeres a través de generaciones sobre su entorno natural y sostiene la importancia de que las mujeres sean integradas, escuchadas y consideradas en todo proyecto que promueva la preservación de nuestro ambiente natural. 

Esta pasión hacia los vínculos que existen entre las mujeres y el asunto ecológico se la debo en gran parte a mi abuela materna. Oriunda de Barranquitas, y la mayor de siete hermanos, me enseñó desde temprana edad el valor de las plantas y cómo estas nos nutren con sus frutos y su magia. Su comunicación con el suelo, semillas y retoños era tal que era capaz de cultivar en cualquier espacio urbano o rural. También heredé la preocupación medioambiental de mi abuelo paterno, quien a pesar de ser fiel creyente de la ecuación modernizadora de su época: abandonar la tierra + sembrar cemento = a progreso, sembró en su entorno citadino; plantas de parcha, arbolitos de limón y de papaya. Todos florecían a pesar del escaso suelo y el abundante concreto. 

Ambos dialogaban con la tierra: mi abuela del campo escuchaba a la tierra como lo aprendió hacer desde niña, mientras mi abuelo, residente de Santurce y luego de Hato Rey, atendía sus cultivos como experimentos de ingeniería (carrera que estudió a principios del siglo pasado en el Colegio de Mayagüez). Así, entre las dicotomías del campo y la ciudad, la tierra y el cemento, los supuestos retrasos y progresos, el conocimiento generacional y la experimentación científica, surgió mi interés en la ecología y en las mujeres y sus saberes. 

Mis vivencias me impulsaron a investigar cómo otras mujeres se acercaban (o no) a los asuntos medioambientales. A través de diez años de indagación, de charlas y entrevistas, conocí a múltiples mujeres (y hombres) que luchan por la preservación de nuestro entorno natural, luchas que comenzaron por defender su entorno natural inmediato y prontamente las llevaron a una conciencia ambiental más allá de nuestras costas. Durante mis entrevistas no solo me interesó saber cómo se aproximaron a la lucha por los recursos naturales, sino cómo ellas, cómo mujeres de fines del siglo XX y principios del XXI, experimentaban la lucha. Quería saber si su condición de género definía sus experiencias como líderes de organizaciones comunitarias y qué implicaciones tenía este rol en sus otros frentes de batalla (como madres, esposas, hijas y mujeres trabajadoras).    

Mis hallazgos fueron los siguientes: todas las mujeres entrevistadas mencionaron cómo sus experiencias como cuidadoras las ayudaron a organizarse y motivaron sus acciones. Comentaron cómo se les hacía difícil a muchas de ellas encontrar un balance entre la lucha y la familia, y cómo lograron (o no) integrar a sus hijos e hijas y otros familiares para poder continuar con su activismo. Algunas eventualmente crearon o se unieron a otras coaliciones o alianzas que integran asuntos más amplios como la injusticia de clase, raza y género. 

Estas mujeres, a pesar de ser expertas en el problema medio ambiental de sus comunidades, experimentaron ser marginadas de maneras distintas. Encontraron que las estructuras de poder de la esfera pública no les hacían caso a sus observaciones y reclamos. Muy pocas retaron de manera directa el patriarcado, sin embargo, sí pude observar diversas maneras en que se opusieron a las diversas formas de dominación patriarcal dentro de sus organizaciones y frente a las agencias públicas y privadas.

Las que se identificaron como ecofeministas hablaron directamente sobre cómo el patriarcado (y sus vínculos con el capitalismo) eran los causantes de las opresiones de mujeres y del medio ambiente. Una de las mujeres mencionó de manera clara cómo había sido discriminada directamente por ser mujer dentro de su trabajo asalariado y cómo esto la preparó para la lucha ambiental. Todas se auto educaron acerca de los temas que desconocían, científicos, jurídicos, económicos, entre otros. Utilizaron diversas estrategias para entender y transmitir la información necesaria sobre los contaminantes que les afectaban y sobre los recursos que intentaban preservar o los proyectos que planificaban diseñar.

Al finalizar esta investigación me quedó claro que en tiempos de crisis económica y ecológica, son las mujeres las que llevan la mayor carga para asegurar la sobrevivencia de los suyos y de sus comunidades. Esto como resultado de asignárseles tradicionalmente a ellas las tareas principales de la reproducción social. Además quedó evidente que hay que hacer conexiones entre nuestros espacios geográficos y físicos, entre hombres y mujeres, al igual que entre lo natural y lo material.

A pesar de mis hallazgos y conclusiones, han aflorado algunas incertidumbres. Por ejemplo, ¿cómo negociamos las labores domésticas con nuestras parejas para integrar la responsabilidad ecológica dentro de nuestros hogares? ¿Cómo persuadimos a aquellas mujeres que ven la responsabilidad medioambiental como otra carga que se espera asumamos como mujeres?

Estas (y otras) preguntas surgieron luego de que una mujer, líder de una oficina municipal que atiende asuntos de las mujeres, me confesara que ella utiliza platos, vasos y utensilios plásticos en su casa. Ella mantuvo que su marido no la ayudaba a fregar y que ella se rehusaba hacerlo, por eso recurrió a usar todo lo desechable. Argumenté el asunto de la basura que estaba generando y la situación crítica de nuestro país en lo que respecta al manejo de desperdicios sólidos. No se conmovió, me dio cátedra sobre el patriarcado y las maneras en que su esposo no contribuía en las labores domésticas. Ella tenía que facilitarse la vida y esa era la manera de hacerlo.

No me pude superar del shock, ni de su intransigencia, para ella la preocupación ambiental era otra carga que como feminista no estaba dispuesta asumir. Compartí que a mi esposo no le gusta lavar ropa y a pesar de eso yo tomé la decisión de no tener una secadora de ropa para minimizar mi/nuestra huella ambiental, que a pesar de vivir en un apartamento, tendía un mínimo de 42 medias a la semana, entre otras múltiples piezas de ropa. Insistí que mi compromiso con el planeta iba (va) más allá del patriarcado y las categorías de género.

Aunque logré (luego de varias conversaciones con otras ecofeminsitas) que la compañera al menos reciclara el plástico que utilizaba, tuve que ponderar su argumento; el movimiento medioambiental ¿toma en consideración las múltiples cargas que tienen las mujeres? ¿Cómo podemos lograr entrelazar nuestras convicciones feministas con las ecológicas? ¿con nuestras necesidades económicas del diario vivir? ¿Estoy siendo completamente responsable con el uso de los recursos naturales? ¿Cómo una ecofeminista justifica poseer una minivan (devoradora de combustible no-renovable)?

Mientras me cuestiono y repienso estas complejidades, continúo calculando mi huella ambiental, tendiendo medias, reciclando y reusando, minimizando mi consumo, sembrando, limpiando costas con mis hijos y manejando una minivan


[1] Postulado ecofeminsita parafraseado por la autora de este ensayo. En estudios realizados a los residentes de Vieques y otros municipios de la Isla apuntan a que la contaminación medioambiental afecta más a las mujeres. Algunos investigadores sostienen que las mujeres se ven mayormente afectadas por la contaminación al tener una mayor proporción de tejido graso en su organismo donde sustancias químicas tienden a fijarse. En el 2002, la Red Medioambiental de Mujeres, denunció altos niveles de cáncer de mama que han ido incrementando en los últimos 50 años. Dicen que esta alza se debe a químicos tóxicos en los productos de limpieza, plásticos, pinturas y pesticidas. Además la contaminación de los alimentos, del agua y aire son las principales causas de enfermedades crónicas en las mujeres. 

[2] Women’s Environment and Development Organization.