Notas sobre 'Arcadian Boutique' de Mara Pastor

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Hay una afirmación del poeta estadounidense Christian Wiman que dice así: “[N]o puedes pasar la vida cuestionando si el lenguaje puede representar la realidad. En algún punto u otro tienes que creer que las deficiencias de las palabras que usas serán trascendidas por la fe con la que las usas”. A mi parecer, las palabras claves son deficiencias y fe. No es que el lenguaje nos sea suficiente para hacer lo que queremos hacer con él, porque muy pocas veces lo es; no es que las palabras en sí nos satisfagan o nos llenen, porque no necesariamente lo hacen; pero son lo que tenemos. Al aceptar eso —al tener fe, en primer lugar, en el hecho de que sí las tenemos y luego en el hecho de que sí las podemos usar para hacer algo que nos alimente—, aceptamos también la posibilidad de establecer un vínculo real con el mundo que nos rodea. Intentamos hablar, escribir y vivir el mundo a través del lenguaje, con todo y las limitaciones que esto implica.

Pienso en las palabras de Wiman al leer Arcadian Boutique, el más reciente poemario de la poeta puertorriqueña Mara Pastor (1980), un luminoso libro que va explorando, entre muchas otras cosas, las limitaciones de las palabras como una sustancia real, como algo que nos nutre a pesar de todo. Es decir, es un libro que existe, con sus ojos bien abiertos, entre las tensiones generativas que encontramos en la afirmación de Wiman. Cito unos fragmentos del poema “Líquida”:

Regar no arropa
lo que debe
agradecer la planta
si la riegas.

Planta no parece
la manera adecuada
de nombrar todo
el verde de las hojas.

(…)

Qué maroma
inventarse un verbo,
que haga justicia
a su accidente. (pp. 17-18)

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Este poema, así como los demás poemas de Arcadian Boutique, se acerca con atención, con cuidado y con cariño tanto al accidente como a la justicia. El libro contiene poemas de viajes, de casas habitadas y recordadas, de álbumes familiares, de conversaciones entre amantes, de niños observados desde la ventana mientras juegan, de cicatrices adquiridas en la infancia que se vuelven a enrojecer muchos años después. Son poemas de encuentros, de puntos de contacto, entre seres que se tocan, se hablan, se recuerdan. Lo que surge cuando lo hacen puede ser un eco, un parpadeo, una imagen con lo momentáneo y lo espontáneo de una foto Polaroid.

En un poema como “Moho”, que citaré en un momento, Mara va narrando escenas fragmentarias de un paisaje, un país y una infancia, desenrollando largas listas de cosas y lugares que nos llegan y nos escapan, como si las miráramos a través de un coche en movimiento.

En los carros mohosos se hicieron pequeñas revoluciones
amorosas y escolares, pronuncié correctamente la palabra periódico,
conduje rápido por las autopistas y la ruta panorámica,
me escapé al grito de Lares y a veces vi fantasmas (p. 50).

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Este poema nos da vistazos que forman parte de un todo que nunca alcanzamos a ver como un ente íntegro, sólido. Y ¿a poco no vemos así al mundo en general, dejando que nos pase, que se derrame sobre nosotros, y que nos aparezca en esos destellitos que suben hasta la superficie de la corriente, antes de desvanecerse de nuevo? La corriente que dirige este poema es rápida, imprevisible, narrada por un “yo” poético que brinca entre momentos dispersos y edades inciertas, viviendo las “pequeñas revoluciones”un juego de palabras que se puede referir tanto al movimiento de las ruedas como a los cambios vitales, a veces como pasajera en el asiento trasero y a veces como conductora—.

“Pronuncié correctamente la palabra periódico”, dice este poema: volvemos nuevamente al lenguaje, al impulso de situarnos en el mundo a través de lo que sabemos decir. Los niños, al aprender a hablar y luego a decir palabras cada vez más complejas, también aprenden nuevas formas de estar en un entorno que van descifrando cómo percibir. En los poemas de Mara, se registra esa percepción, ese aprendizaje y esas palabras como acontecimientos, como contacto físico, experiencia visible. Al mismo tiempo, los poemas nos recuerdan que todos esos sucesos también se van: porque se van disolviendo dentro de todo el resto de lo que somos.

Aquí pasa algo curioso. En general, la disolución nos preocupa. El olvido nos llena de ansiedad. Lo que no dura, o sea, casi todo —los amores, las convivencias, las certezas, hasta los recuerdos— nos perturba. La pérdida nos pesa, y la nostalgia va saturando las mismas cosas que añoramos. Entonces, algo que me llama la atención de los poemas que conforman Arcadian Boutique es la manera tan directa y sosegada en que asumen lo efímero como el estado fundamental de las cosas. Con eso no quiero decir que sea un sosiego ingenuo o simplista o sin dolor: al contrario, es valiente, e impulsa estos poemas con una fuerza discreta. (Supongo que a eso se refiere Christian Wiman cuando habla de la fe: es confiar no solo en que se puede rescatar algo de lo perdido o lo no alcanzado, sino que se puede generar algo nuevo, real).

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El poema “La contraseña” contiene un verso que me encanta: “Estas pestañas despiertas que soy (p. 11). ¿Qué hacen las pestañas despiertas? Parpadean. Mara describe la existencia misma como una intermitencia, un movimiento constante. Se afirma un estado de percepción que se vuelve un reflejo, algo que hacemos y somos sin poder gobernarlo por completo.

Otro poema que muestra el parpadeo (esto es lo que hice, esto es lo que pasó, esto es lo que soy, esto es lo que somos) empieza con una pequeña sacudida: “Borré a mi madre narrando mi infancia. / Ella lloró” (p. 62). La mirada se fija en los lazos que les conectan a las personas que se quieren y que por lo tanto son capaces de lastimarse. La mirada parpadea, pero no se quita. En eso, quizás existe la posibilidad de verdaderamente percibir las cosas, aunque sea por un instante, y de nombrarlas como se pueda. En eso existe la posibilidad de mantener nuestra cercanía y convivencia con el pasado, es decir, y cito del poema “Debajo de la lluvia”: “[e]l pasado (…) donde / vive la gente más linda que conozco” (p. 28).

El tema del control en general es otra cosa que me interesa en Arcadian Boutique. Los poemas, en su mayoría cortos, son ágiles, estrechos, con mucho cuidado al corte de verso, con pausas esmeradas entre estrofas, con finales contundentes; es decir, son poemas logrados con mucho control. Al mismo tiempo, demuestran y priorizan una consciencia de todo lo que no se puede y no se debe controlar.

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Concluyo, con el poema “Nota de viaje”, que es un reto, una invitación, una bendición, y no ignora la posibilidad del dolor, sino que lo toma como un elemento esencial, una intensidad felizmente imborrable, la fortuna de tener algo que contar y de poder contarlo, compartirlo.

Querido hermano,
te quería obsequiar una brújula
pero te fuiste
con tanta prisa al aeropuerto.
Esta vez
no traigas coordenadas,
cuéntame de algún amor,
llega con una cicatriz
que borre todos los planos
de tu habitual ingeniería. (p. 47) 

 


Lista de referencias:

Pastor, M. (2014). Arcadian Boutique. México, D. F.: UNAM.


Lista de imágenes:

1) Portada de Arcadian Boutique (Ediciones Punto de Partida, UNAM) de Mara Pastor, 2015.
2-4) Todas las ilustraciones pertenecen a Lorraine Rodríguez y forman parte del poemario Arcadian Boutique.

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