I
Se le debería prestar atención al 22%. Sí, a ese revoltijo de deseos, de posiciones atravesadas, de fantasías sobre la clase, un tanto estrechas, que en más de una ocasión en la galaxia facebukiana ha sido objeto de mofa, comentarios rapaces o la base de algún movimiento de histeria nacional y/o territorial. No debe perderse de perspectiva que dicho 22% (según ha sido reconocido por las empresas Ferré Rangel) o 24% (según una encuesta realizada por profesores y estudiantes del recinto de Arecibo de la Universidad de Puerto Rico) le impide al futuro vencedor de los comicios venideros declarar una victoria por mayoría.
Ese mismo 22% coloca en remojo uno de los supuestos que ha definido la política en Puerto Rico durante el presente siglo: el partido proestadidad (Partido Nuevo Progresista, PNP) es el partido de mayoría. Ese supuesto contiene, a su vez, dos corolarios importantes: el primero, que, para poder imponerse en cualquier justa eleccionaria, su archienemigo, el Partido Popular (PPD), requiere o del apoyo de los partidos minoritarios (primordialmente del Partido Independentista Puertorriqueño, PIP) o de una abstención masiva de los electores estadistas; y el segundo, que el boicot o la abstención de los electores del PPD sería suficiente como para condenarlo a una derrota de la cual ninguno de los escenarios incluidos en el primer corolario pudiera salvarlo. De este modo, el raquítico apoyo de 28% del cual goza el PPD al momento de la encuesta puede explicarse, en principio, a partir del segundo corolario: si en efecto el PPD es la segunda fuerza política, el abismal respaldo que exhibe a un mes de las elecciones generales es producto de la abstención de sus electores. Puede entenderse entonces lo siguiente: los escándalos de corrupción (y las más que sospechadas acciones de la fiscalía federal en Puerto Rico por inclinar la balanza a favor del PNP) son razón suficiente para provocar la abstención y condenar al partido a una aplastante derrota. Debe observarse que la abstención es suficiente como para tornar el primer corolario en un nulo, en tanto y en cuanto el apoyo a los partidos institucionales minoritarios (reducidos a un 3% el del PIP y 1% el del Partido del Pueblo Trabajador, PPT) sería insuficiente para alcanzar el 40% de respaldo del PNP.
En esta improvisada hoja de cálculo, salta a la atención una fórmula no contemplada: 28% + 22% = 50%. Ella cobra importancia en la medida en que el respaldo al PNP se coloca en un 40%, estimado muy por debajo de aquellos que lo ubican como la fuerza político partidista dominante en el país (resultado que prácticamente se replica en la encuesta UPRA). Claro, ese 22% no queda conformado por un bloque monolítico; es, en realidad, la suma del respaldo a los dos candidatos independientes Alexandra Lúgaro (13%) y Manuel Cidre (9%). Si en algo llama la atención el respaldo con el que cuentan hoy día estos, es en la manera en que indica un posible desgaste de los partidos que conforman la partidocracia nuestra de cada día. En principio, parecen capitalizar sobre el poder de convocatoria del PPD, pero cálculos matemáticos adicionales desmienten la premisa inicial: contando con un 50%, existe un equilibrio de fuerzas y, por tanto, el PNP no sería el partido mayoritario. En cambio, si se sostiene la veracidad de dicha premisa, debe entonces reconocerse que la base electoral del PNP también se ha visto perjudicada (aunque el grado de erosión sufrido quizás no sea tan marcado como el de su némesis electoral). Se explica así el intento de desacreditar a ambos candidatos independientes y/o de atraer no solo a los electores afines con los candidatos independientes, sino a la figura dominante dentro de esta categoría, Alexandra Lúgaro. Sumar su 13% bastaría para derrotar al candidato del PNP, aunque fuese por la mínima. O sea, aunque una coalición PPD/Lúgaro supondría la victoria, esta estaría muy lejana de la mayoría absoluta.
Tal coalición no es nada novel para este partido: este ha hecho ya costumbre propia fagocitar sobre las demás agrupaciones independientes/alternativas que han surgido en la política local en los pasados 15 años. Puede argumentarse incluso que la naturaleza del PPD siempre ha sido esa. Desde la frágil coalición que le llevó al poder en el 1940, el PPD siempre ha dependido del apoyo de sectores no afines a sus posturas políticas. Lo que no puede negarse es que sus márgenes de victoria cada día se tornan más diminutos (de ahí que muchos piensen que el PNP es la fuerza política mayoritaria). Lo que este fenómeno, ese 22%, anuncia es el fin de la partidocracia (solo que bajo premisas muy diferentes a las imaginadas en el pasado reciente).
II
Un escenario como ese, donde el PPD logre absorber el 13% de Lúgaro, es poco probable; queda muy poco tiempo para gestionar tal coalición. Pero de igual modo, quienes apoyan a Lúgaro (o Cidre) lo hacen por su condición exógena en cuanto a los partidos tradicionales. No son, en esencia, ni rojos ni azules; ven los partidos tradicionales como una parte fundamental de los problemas del país y como un impedimento a la hora de adentrarse en el futuro. Por tanto, estos son seducidos por la voluntad tecnocrática de Lúgaro y Cidre, que se “abre paso” (como el partido de los “trabajadores” no logra hacer) colocando en jaque lo que ha sido la política por demasiado tiempo: la reducción de los antagonismos propios del territorio a una estúpida e insípida batalla campal entre opciones de “estatus”.
Esta voluntad tecnocrática reduce el debate de ideas a opciones sobre cómo administrar la sociedad (pues lo que está en juego es mucho más que el presupuesto o la deuda). Se nutre del apoyo incondicional de una clase profesional gerencial tallada desde la figura del experto, en cuyo seno cohabita una cierta desconfianza al capital, con la fe ciega en la ciencia y la aplicación práctica de la razón (Ross, 1990). No carecen de fe estos “expertos”, es solo que su mundo se reduce a categorías morales: las cosas están bien o mal hechas. Aquello que está “bien hecho” se rige por principios racionales asistidos por el conocimiento científico acumulado (Mouffe, 2005). Tómese de ejemplo el Centro para la Nueva Economía (CNE): puede que sus miembros no apoyen ni a Lúgaro ni a Cidre, pero estos son sus engendros (y muy merecidos, por cierto).
De la manía del CNE de reconstituir la gestión de lo político como simple conjunto de decisiones de corte tecnocrático, emana (entre tantas cosas) un ofuscado rechazo a los partidos tradicionales y un desbocado apoyo (aunque minoritario) a las candidaturas independientes. Se cuece aquí la posibilidad de perpetuar la reducción del gobierno a la política, entendida como “conjunto de prácticas e instituciones cuyo objetivo es organizar la coexistencia humana”, dando al traste con lo político, o sea, con “la dimensión ontológica de los antagonismos” (Mouffe, 2014, 16). Por tanto, la figura del tecnócrata supone el fin de la política concebida en la época moderna, dando paso a un modelo cuyos objetivos se basan en la regulación y estabilización del sistema. Lúgaro y Cidre, entonces, son síntomas de una mutación que ocurre a nivel del conocimiento (como advirtiera Lyotard), y cuya finalidad no es otra que “optimizar” el funcionamiento del sistema político.
Y es que este respaldo independiente se retoza ante el sufrimiento que crea la inconmensurabilidad: la imposibilidad de determinar objetivamente qué es lo que está bien de lo que está mal hecho, y la experiencia de injusticia que emana de tal contrasentido (Negri, 2003). Echan de menos la medida como fundamento del ser y, como consecuencia, añoran los tiempos de una meritocracia que nunca existió, en un territorio donde el biopoder articuló el espacio de lo “político” a imagen y semejanza de la “política” y el mérito como medida solo puede ser una quimera, un agente de desvarío. Puede que los “independientes” miren al futuro, pero su inspiración proviene y conduce a una infatuación fatal con el pasado.
III
¿Puede un partido en cuyo nombre aparecen tanto “pueblo” como “trabajador” ser una opción viable de futuro? Evocar a ambos sujetos como protagonistas de lo político es remontarse al siglo XIX. Ello solo puede lograrse mediante una de esas operaciones al estilo de Back to the future, que ve cualquier manifestación presente de la política y lo político como repetición maligna de un libreto hartamente conocido: en este caso, la centralidad de la clase como único vehículo por medio del cual hacer frente al capital. Si en esta fórmula aparece el pueblo, es porque se alude a la variante colonial de dicho discurso, donde se homologa "clase trabajadora" con la categoría constitutiva de "lo nacional" en el siglo XIX. No se debate que el capital se encuentre en el centro de la crisis. En eso el PPT no se equivoca, pero la centralidad y protagonismo que le brinda a la clase en su concepción de lo político es, a lo mínimo, forzada.
Si en efecto lo político ha sido reducido a la práctica de organizar la coexistencia, los efectos que provoca trastocan significativamente la experiencia de clase de los sujetos. Claro, ante tal panorama se puede intentar recuperar lo político como categoría gnoseológica, y lo único que lograría salvar la discrepancia entre principios y experiencia es la enajenación como manifestación de la verdad contradictoria del sujeto. Aparece, entonces, la ideología como modo de dar cuenta de las discrepancias entre los principios y la experiencia. Esto conlleva a suponer que existe una verdad que le es inaccesible al sujeto (mientras se coloca la “infraestructura económica” por encima de cualquier otra consideración de carácter social y/o político). Estamos, entonces, en territorio de la Segunda Internacional, en su variante leninista, donde la interpretación de la vanguardia, más allá de la contrariedad explícita de lo social, se impone por encima de la experiencia de los sujetos (Kolakowski, 1978; Laclau y Mouffe, 1987). Cuenta aquí la validez y convencimiento de los primeros en su discurso sobre la experiencia concreta de los segundos. Entonces, es la clase la que, como dispositivo capaz de precisar (y situar) los antagonismos, define el entorno de lo político.
Por tanto, debe asumirse que el proyecto del PPT no puede ser otro que el de insistir en el carácter clasista de la crisis, y para ello requiere que los sujetos tomen consciencia. He aquí otra variante de la inconmensurabilidad. No se trata tanto en insistir en la centralidad de la clase; vale más recuperar la clase como categoría axiomática de lo real. Pero su dependencia del discurso de la Segunda Internacional no se reduce solo a esto: resulta medular el imaginario socialista, en tanto y en cuanto el mismo permite delirar con la posibilidad de recuperar la ley del valor y, con ello, reinstaurar una medida que sea cónsona con el ser. El PPT insiste en una apreciación de lo político heredada del siglo XIX. Quizás no se trate en mirar atrás, sino en que, a pesar de todo, no parece haberse movido ni un céntimo de aquellas posiciones dogmáticas de antaño.
Lista de referencias:
Kolakowski, L. (1978). Main Currents of Marxism. The Breakdown, 3. New York: Oxford University Press.
Laclau, E. y Mouffe, C. (1987). Hegemonía y estrategia socialista. Madrid: Siglo XXI.
Mouffe, C. (2005). Política y pasiones: las apuestas de la democracia. En L. Arfuch (Comp.), Pensar este tiempo (pp. 75-97). Buenos Aires: Paidós.
___. (2014). Agonística. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Negri, A. (2003). Job: la fuerza del esclavo. Buenos Aires: Paidós.
Ross, A. (1990). Defenders of the Faith and the new Class. En B. Robbins (Ed.), Intellectuals: Aesthetics, Politics, Academics (pp. 101-132). Minneapolis: University of Minnesota Press.
Lista de imágenes:
1. Designtube, Infographics elections
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