Muñoz Rivera: discurso, política y periodismo

Pronto se cumplirán 97 años de la muerte de Don Luis Muñoz Rivera, el 16 de noviembre para ser exacto. Esto aflora en un momento en que la llaga económica pica como un mal que desespera e irrita. Además, ha explotado un debate –luego de que cuatro publicaciones extranjeras de suma importancia dijeran prácticamente lo mismo– acerca de si Puerto Rico tiene un problema estructural que redunda en una seria deficiencia de herramientas políticas.

Con esa escena en mente, hoy llamo la atención para apuntar algo acerca del libro La pluma como arma: La construcción de la identidad nacional de Luis Muñoz Rivera de José A. Calderón Rivera. Un texto denso, de unas 400 páginas que recoge en sus líneas un análisis acerca de la figura de Muñoz Rivera y su rol como escritor y periodista entre el siglo XIX y XX. No obstante, lo crucial que ofrece el libro es acerca de cómo el prócer de Barranquitas se enfrentó a uno de los cambios políticos más difíciles de la historia de Latinoamérica utilizando lo que más sabía hacer: escribir.

Primeramente, Calderón Rivera apuesta a un libro de corte explicativo no para justificar las acciones de Muñoz Rivera, sino para expandir un estudio sobre su función como prosista en la historia política del país. De esta forma, para el autor– quien evidentemente sigue una entrelínea foucaultiana –el prócer de Barranquitas asumió un cambio radical en su forma de acercarse al problema político de Puerto Rico de primeros del siglo XX ante la transmutación de paradigmas que conllevó la invasión estadounidense en 1898. Así, Muñoz Rivera se presenta como un lector de las relaciones políticas de ambos imperios: si por una parte el gobierno español reposaba en las almohadas del inmovilismo y la dejadez con respecto al tema de Puerto Rico; por la otra, el gobierno estadounidense llegaba como una animal ansioso e inquieto, con una sed de reformas e intervención con el fin de borrar la huella peninsular de los asuntos administrativos de la Isla.

Con esto en mente, el autor deja entrever que Muñoz Rivera estuvo consciente de estos cambios y que luego de la invasión reconoció una permutación en las dimensiones del poder y el saber del gobierno central. Este elemento lo obligó a reformular su estrategia política dentro de las filas del Partido Autonomista. Por esa razón, si en primera instancia el político había ideado el famoso pacto Muñoz-Sagasta como un mecanismo de propulsión para su agenda autonomista, la transformación traída por la invasión estadounidense lo impulsó a abandonar la poesía para dedicarse de lleno a la cosa pública desde las imprentas de “La Democracia”.

Hay que destacar que Calderón Rivera no mitifica ya que reconoce que Muñoz Rivera no comprendió cabalmente las relaciones del gobierno federal con los estados dentro del sistema federalista. Esto, a causa de haber realizado una lectura de la política estadounidense con la misma lupa que usó para estudiar el autonomismo canadiense. Además, el autor subraya que la intensión de alcanzar un gobierno propio para Puerto Rico fue muchas veces el catalítico para que la oposición política de Muñoz Rivera lo tildara de “antiamericanista” sin que este proporcionara un (contra)discurso efectivo para defender el hecho de que consideraba al autonomismo ser parte de una libertad que la democracia estadounidense debía garantizarle a los puertorriqueños. Así, Calderón Rivera subraya que:

“La independencia era el ideal de todos los puertorriqueños de acuerdo a Muñoz Rivera, aun cuando la historia de dominación de la isla no le había permitido expresar sus sentimientos patrios. La fuerza de dos imperios había logrado reprimir el deseo de libertad de la mayoría de los puertorriqueños, pero el germen de la soberanía absoluta se encontraba presente en la mente y en el corazón del pueblo. Sus expresiones recogían lo que realmente representaba su vida política: una búsqueda de libertad bajo unas condiciones controladas y cercadas por las fuerzas de la metrópoli”. (313-314)   

Relacionado a esto, Calderón Rivera subraya -cerca de las páginas finales de su libro– que la interacción de Muñoz Rivera con la política estadounidense durante su puesto como Comisionado Residente lo acercó a la idea de un Puerto Rico independiente y soberano producto de la concesión de la autonomía por parte de Estados Unidos. En torno a esto el autor señala que Muñoz Rivera “…situaba sus esperanzas en lograr un régimen autonómico que sirviera de base para evolucionar hacia la independencia”. (342) Más adelante apunta que el prócer demostraba una latente “confianza en lograr la independencia de la isla en algún momento”. (342) Por tal razón, Calderón Rivera concluye que durante el periodo que duró hasta 1914, Muñoz Rivera anhelaba la autonomía “primero que cualquier otra conquista” y de no lograrla no era ajeno al concepto de la lucha revolucionaria.  

Como se puede apreciar La pluma como arma: La construcción de la identidad nacional de Luis Muñoz Rivera de José A. Calderón Rivera es un libro que invita a observar no a la figura de Muñoz Rivera sino a su capacidad de desarrollar discurso en miras a un cambio en la Isla. Este ejemplo cae bien luego de que en estas últimas semanas se haya planteado que Puerto Rico está sumamente deprimido y con pocas esperanzas de salir del atolladero económico-político que parece esparcirse como un hambriento comején.

La revisión de las ideas y las estrategias de aquellos líderes que vivieron en el ojo de la tormenta puede ser un faro confiable. Por esto no quiero que se me malinterprete, no aconsejo el enfoque en las ideas, sino en la forma en que los líderes deben ponerlas en praxis. De esta forma, vale poco el debatir si el autonomismo, la estadidad o la independencia son mejores en un “todos contra todos” pero sí es meritorio (re)considerar el valor que tiene el discurso y su ejecución en la política puertorriqueña, elemento este que, al parecer, los políticos contemporáneos han olvidado o, mejor dicho, sustituido por el buen “pitching” mediático y los “slogans”.

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Gabinete autonómico1898:Sentados de izquierda a derecha: D. Luis Muñoz Rivera, Gobernación y Gracia y Justicia, D. Francisco Mariano Quiñones, Presidente y D. Manuel Fernández Juncos, Hacienda. De pié de izquierda a derecha: D. Juan Hernández López, Obras Públicas y Comunicaciones D. José Severo y Quiñones, Agricultura, Industria y Comercio y D. Manuel F. Rossy, Instrucción Pública

 

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