A mis estudiantes a nivel superior y universitario,
que son mujeres y son mayoría.
“Una vez al mes”. La frase representa poco para los hombres pero para las mujeres es otro cantar. Una vez al mes es la norma, la herencia de todas: la regla. En mi caso, difícil es hablar desde esta ubicación física, sicológica y sociológica que me limita. No obstante, me aventuro en estas aguas (flujos) gracias a que la menstruación es el tema principal del más reciente texto de Dinorah Cortés Vélez.
Cuarentena y otras pejigueras menstruales continúa la tradición ecléctica de El arca de la memoria. Sin embargo, esta publicación de la editorial Isla Negra no se compara con su predecesora en dos aspectos principales. Primeramente, varía el tema, ya que en “El arca” tuvimos un encontronazo con las pasiones, miedos, vivencias y alegrías de la autora gracias a su concepto de la biomitografía. En puridad, el texto era una pieza de la vida de Cortés Vélez en donde se sinceraban pensamientos y secretos guardados como postales en un cajón debajo de la cama. En segundo lugar, la extensión del “arca” era mucho mayor: un libro de unas 225 páginas que contenía poemas, memorias, cuentos y reflexiones.
“Cuarentena” lleva el juego de la inventiva a otro nivel. Ahora aparecen haiku’s, microrrelatos y hasta teatro en un texto que no sobrepasa las 130 páginas. No obstante, a pesar de ser una pieza más corta, Cortés Vélez vuelve a la carga con el tema de todos los meses: la menstruación.
La publicación comienza con la narración de “Si Aristóteles hubiera menstruado: quimera filosófica en una descarga” en donde la técnica del texto encontrado, similar al recurso cervantino, deja claro la idea de que el varón nunca pensará los flujos menstruales con certeza. O sea, se produce la desmitificación del intelecto patriarcal y se critica a los “incapaces de menstruar”.
La presentación del tema no se limita a lo anterior ya que en “El martillo de las sangronas: abecedario menstrual que trata de los concomitantes necesarios de la sangronería, cuales son el demonio, una bruja y mucho de inmoralidad” se desenreda un abecedario que funge como campo semántico para la regla y sus sujetos. De esta forma, ambas piezas funcionan como un preámbulo para el remanente del libro, en el cual se de-construirá la menstruación y también a aquellos sujetos que incapaces de menstruar (que la totalidad de estos no es solo la población masculina sino también los menores y las menopáusicas).
El contenido tiene una afinidad por la pluralidad. Se hará referencia a los clásicos americanos e ingleses como los de Hawthorne y Virginia Woolf, los mitos griegos como el de Medusa y a la poesía de Reiner Maria Rilke y Julia de Burgos, sin sacrificar inventiva narrativa y libertad poética.
Por ejemplo, enyuntada con la lectura de Woolf aparece la historia de Ada, una mujer menopáusica que reflexiona su vida a través de uno de los ensayos de la autora y descubre que ha sacrificado su menstruación en pro del pater representado en su marido Diego. Para la mujer, ser “muñeca de fina porcelana” y reina de la casa (al estilo de la madre de Beny en La guaracha del Macho Camacho) se convierten en desgarro vital, en coágulo que se necesita botar.
Las historias de violencia y mutilación no son ajenas al texto. Además de anotar los rituales del corte del clítoris (mutilación física), la autora apunta a las mutilaciones morales (la agresión sexual). Ejemplo de lo segundo se encuentra en la reescritura del mito de Medusa. En este, la cabeza de Medusa espera pacíficamente el momento oportuno para convencer a su hijo Pegasus de llevarla devuelta a su cuerpo, reconectarse y volver a ocupar su destino. Es importante subrayar que Cortés Vélez aprovecha el mito griego desde la concepción feminista de la Gorgona como logos a la vez que hace una referencia al mito del Inkarri y al de Tupac Amaru II.
Sobre lo último, hay que repasar que a la muerte del líder revolucionario– mediante desmembramiento–, quedó en el pueblo la esperanza del retorno: de que su emperador regresaría porque sus miembros se unirían debajo de la tierra. De esta forma, el mito peruano construye el reaparecer del padre y el de la autora el reaparecer de la madre. Tanto poder contiene este relato que el regreso de la monstrua (que menstrua) se da con un poema que evoca a las grandes matronas de la idea: Sor Juana, Pizarnik y Julia de Burgos, entre otras.
Otra de las piezas que resalta es la de “Como un Etna privado: éranse dos a una nariz pegados” en donde la autora juega con el conceptismo quevediano para desarrollar un pequeño drama que reúne elementos del teatro del absurdo y la crítica a las aseveraciones sicoanalíticas de Freud.
“Cuarentena” tiene un brillo muy particular en el relato “Caer mala” el cual recuerda la lectura de Crónica del desamor de Rosa Montero, específicamente cuando la personaje de la novela española increpa (a otros personajes y al propio lector) la costumbre de pensar la menstruación como enfermedad física, sicológica y social– y se podría añadir la cuestión política – de la mujer. En el caso de Cortés Vélez, el elemento concretiza cuando se presenta el siguiente discurso de la voz narrativa:
¿De dónde viene entonces la popularidad de una frase como ‘caer mala’, que encasilla una de las funciones biológicas que más típicamente femeninas en un contexto ‘enfermizo’, así poniendo bajo una luz negativa buena parte de la vida natural de una mujer?” (105)
No me queda otra faena en este ejercicio de exploración más que la de recomendar este texto a las mujeres y en especial a aquellos hombres con la curiosidad de no solo leer buena literatura, sino la de comprender la naturalidad de las féminas. Al final, la menstruación queda domiciliada y familiarizada, se destrenza su clasificación de fenómeno, enfermedad, mal y misterio. Cuarentena y otras pejigueras menstruales le brinda poder a la mujer para que la regla sea discurso– muy a la Foucault–y normatividad: porque el mundo de hoy es de las mujeres y las mujeres menstrúan.