Una bala en la pomarrosa

La poesía puertorriqueña sigue siendo la antesala de muchos lectores. A partir de ella es que se atreven a explorar nuevas lecturas, a hurgar un poco más allá en el quehacer literario que ocurre en estas latitudes. De edades variadas y contextos diversos, muchas veces estos libronáutas obtienen una impresión fuerte, como de sorpresa, al toparse con ejemplares maravillosos de versos isleños. Algunos llegan a atestiguar que no tenían idea de que se escribiera poesía de ese calibre en Puerto Rico.

Jeremy Geddes

En estos últimos años, han brotado poemarios que sobrepasan lo sublime en estos tiempos de contorsión política y desbarates económicos. De entre esta cepa de publicaciones resaltan algunos vates que, lejos de ser jóvenes experimentadores, se muestran como veteranos de la metáfora y la símil –entre otras–. A tono con esto, una amalgama de nuevas editoriales se abre paso en el enramado cultural de nuestros días recogiendo a muchos de estos conspicuos poetas nacionales.

Estas editoriales, más que afrontar el poder económico de las grandes firmas, las subvierten, dando a sus lectores una alternativa. Entre estas criaturas se destaca “Espejitos de Papel”: una editorial reciente con un trabajo de diagramación que deja mucho que decir y una nutrida colección de artistas y títulos.

Actualmente han publicado los poemarios A quemarropa de Edgardo Nieves Mieles y Los húmedos contornos de la fruta de Claudio R. Cruz Núñez. El primero es, quizás, la mejor colección de versos del vate de Hatillo; el segundo –de Arecibo– se explaya como una preciosa exposición de poesía erótica sin excesos ni sobresaltos.

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A quemarropa comienza con un locuaz ensayo publicado originalmente en el semanario Claridad, donde Nieves Mieles ataca el concepto de las llamadas “generaciones” por ser corrales donde se pretende encerrar a los escritores (como si su producción literaria viniera con sellos y estigmas). Por lo demás, el texto es poesía pura: se divide en 3 partes –acoto que, por conocimiento de primera mano, el autor tiene una fijación por los números impares– las cuales presentan un trabajo en verso libre donde predomina la ironía y un lenguaje único que no encuentra descanso ni en lo culto ni en lo prosaico, siendo más un vocabulario híbrido producto del lector voraz y el poeta callejero.

Si bien Nieves Mieles no deja a un lado los versos dirigidos a la pasión, este libro marca un hito en cuanto a los poemas que abarcan lo social y lo político. De esta forma en “Oda al positivismo” la voz indica que: “Yo no creo ni en el infierno/ni en las nalgas de miss universo./Yo creo en el desempleo.”

Además, el también autor de los poemarios El amor es una enfermedad del hígado y Las muchas aguas no podrán apagar el amor, obra con lucidez e inventiva en el poema “Enseñanza de un discípulo de Diógenes a un fanático de Lenon (Perlas cultivadas y aspirinas del tamaño del Sol)” donde el poeta conspira con el juego de “Simón dice…” para confeccionar unas liras bastante punzantes. A modo de ejemplo:

Simón dice que mire hacia atrás con alegría, pero sin nostalgia.
[…]
Simón dice que un hombre discreto es ya la mitad de un amigo. Simón dice que amigo es un hermoso animal en peligro de extinción.
[…]
Simón dice que no es lo mismo vainilla que villano.

Así, este poemario se expresa con atrevimiento y un cierto grado de sorpresa que recrea el elemento del disparo a quemarropa donde el arma se apega a la víctima y no sólo hiere, sino que chamusca las carnes. Nieves Mieles apunta hacia el lector que anda cansado de los versos sonámbulos y le reta a dejar en la palma de la mano una bala caliente sólo para ver qué pasa. 

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Por otra parte, vale decir que Claudio Cruz Núñez fue el autor del poemario Prólogo del olvido, el cual recibió una mención honorífica en el Certamen de Literatura del Instituto de Cultura Puertorriqueña (2010). Empero, su texto, Los húmedos contornos de la fruta, es una experiencia de sumo agrado donde no se encontrará una poesía erótica, banal y desmedida. Todo lo contrario, Cruz utiliza un verso sumamente limpio –rayando en lo casi minimalista– donde la poesía medita sobre el objeto amado a la vez que desea trabajar el cuerpo, cual finca de emociones para buscar el fruto del amorío.

Las imágenes de la fruticultura esbozan las más sutiles pulpas de estos climas tropicales. Abundan la quenepa, el anón, la pomarrosa, el café y los caimitos, razón que da un toque mucho más confiado a los versos que niegan el uso de frutas más comunes como la china, el mangó o la uva. Estos elementos hacen sentir los versos como si fuesen construcciones personalísimas y llevaderas. Además, Cruz es un poeta que no teme a conspirar con su media naranja. A razón de esto, su esposa está presente en múltiples poemas y es la voz que incita al poeta a escribir.

Además, bien apunta Miguel Fornerín al resaltar la presencia del agua en el poemario. El crítico arguye que, para Cruz Núñez, el aguacero es un evento mágico, lleno de asombro. Por lo tanto, escribe el poeta: “Me desahogo de la morriña de la hora/y migro entre el olor y lontananza/por la callejuela de tu espalda./Asumo que estás viva,/pequeña y descreída./Un suave desdén de llovizna/se detienen en tu vientre.”

Nótese que la relación entre la lluvia y los frutos crea el binomio vida/sabor: cosa que podría traducirse en que el fruto de la poesía es hija de la maravilla de la vida, o sea la precipitación (en sentido completamente atmosférico).

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En puridad, poco se puede decir de estos ejemplares en el autocontrol de un artículo de 1,000 palabras. No obstante, tanto Nieves Mieles con su A quemarropa y Claudio Cruz Núñez con Los húmedos contornos de la fruta presentan una visión madura del arte de hacer versos. Sus libros ofrecen una poética atrevida y estridente (Nieves) así como una sutil y jugosa (Cruz). Son publicaciones sumamente trabajadas, cada detalle calculado con maniática obsesión por lo bello: en fin, poemarios de veteranos vates en tiempos inciertos.

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