El fin de la política

El pasado 14 de abril, Venezuela llevó a cabo una elección muy especial, las primeras elecciones después de catorce años de presencia de Hugo Chavez, el carismático presidente venezolano que murió el pasado 5 de marzo después de una batalla contra el cáncer.

La contienda se decidió entre los candidatos Nicolás Maduro y Henrique Capriles, con la victoria del candidato oficialista. La denuncia por parte de la oposición de numerosas irregularidades durante la jornada electoral provocó el no reconocimiento de la victoria por parte del candidato de la oposición. La proclamación de Nicolás Maduro, el candidato chavista, como presidente electo, las trabas puestas por el gobierno para un efectivo recuento de los votos podría suponer la gota que colme el vaso de la paciencia de los opositores que amenazan con desestabilizar el país y la región. La cuestión no es para dejarla pasar desapercibida, y es que, una de las reglas del juego democrático reside precisamente en que los distintos actores políticos acepten los procedimientos e instituciones que validan el acceso al poder, en este caso los resultados de las elecciones.

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Mi propósito no es discutir aquí la legitimidad o no de los resultados de estas elecciones, mi propósito es desvelar uno de los legados más peligrosos del “chavismo” y del cual hoy vivimos su máxima expresión.

Chávez encabezó un movimiento de inspiración nacionalista, a menudo tildado de populista, que arremetió en numerosas ocasiones contra el gobierno de Estados Unidos (el imperio), y que logró consolidar su poder manejando las reservas de petróleo del país como una herramienta para “su inspiración socialista” del cambio. Sin embargo, la revolución “bolivariana” ha dejado algo más que un discurso izquierdista, nacionalista y políticas anti-mercado. El problema es que en este proceso ha presentado una visión maniquea, en la que sólo hay amigos y enemigos.

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Pero el “fenómeno Chavez” no es solo resultado de un carisma y una capacidad comunicativa excepcional, que lo es, sino que se apoya, aunque no solo en una serie de actitudes, sentimientos, expectativas y valores de una sociedad harta. El triunfo de Chavez fue la máxima expresión de un creciente sentimiento de hartazgo, de la falta de confianza en las instituciones y de la imagen de impunidad ante la corrupción. Por poner solo unos datos anecdóticos del Latino-barómetro sobre las valoraciones de los venezolanos hacía el sistema político entre los años 95 y 99. Un 84,1 % desconfiaba de los partidos políticos, un 95,7% de los venezolanos consideraba que la corrupción había aumentado, ¿qué cabía entonces esperar? Desaparecida la confianza, es terreno fértil  para el surgimiento de  líderes capaces de hablar en nombre del ‘pueblo’, capaces de mostrarse como los portavoces de los intereses de todos, y proyectando un difuso ideal, que tanto anhela el ciudadano y al cual pretenden conducir a la sociedad.

De acuerdo con este discurso, las élites políticas (ya sean de la izquierda o la derecha moderada) son representadas como corruptas y centradas sólo en intereses personales y despreocupados por el país y la gente común. El problema es que también, desde esta perspectiva, los detractores o los propios seguidores descontentos son frecuentemente calificados como “enemigos de la patria”; enemigos que como veremos no solo han sido externos (Estados Unidos) sino más peligroso todavía, también son internos. ¡Cuántas veces no hemos escuchado en la política venezolana calificativos como “traidores”, “fascistas” o “enemigos de la patria”! Nada extraño por otra parte. La propia lógica de constitución de una nueva fuente de identidad colectiva, sale reforzada necesariamente del enfrentamiento y el conflicto de un enemigo, de un “exterior constitutivo” que diría Mouffe.

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De este modo, los opositores no son sólo personas con diferentes prioridades y valores, sino que son vistos como peligrosos[1]. El problema real es que parte del éxito de estos líderes radica en que los adversarios políticos, son concebidos como traidores o enemigos de la patria, que quieren derrocar al sistema, de modo tal que son excluidos, o peor deben serlo, de la comunidad política. Y claro, al enemigo “de la patria” no se le respeta, se le combate. El resultado la construcción de este “Nosotros”, entendida como una identidad política construida en torno al liderazgo carismático de estos políticos, se hace a costa de la exclusión de la comunidad de todos aquellos que no compartan ese ideal.

Pero lo más peligroso es su carácter beligerante. Y es que como citando a  Hannah Arendt “cuando una es atacada como judía, una debe defenderse como judía”[2]. El resultado no es por tanto una sociedad armónica y más madura, sino la persistencia y el auge de profundas y agudas divisiones que dificultan el progreso.

Es en estos momentos de crisis cuando se hace más evidente que nunca los peligros de los ideales políticos, que asumidos como verdades absolutas y reivindicados fanáticamente, son peligrosos cimientos de violencia, como ya denunció el fallecido maestro Rafael del Águila[3]. Pero son también el momento, en el que es preciso acudir a lo que Rawls llamó «reinvigorate the public sense of justice»[4] una tolerancia pragmática donde lo público aparezca como lo que debe ser, un ámbito de tolerancia mutua.

Notas:

[1] Mudde, Cass. Populist radical right parties in Europe. (Cambridge: Cambridge University Press), 2007. Pág: 544.

[2] Arendt, Hannah. “’What Remains? The Language Remains:’ A Conversation with Günter Gaus,” Essays in Understanding, ed. by Jerome Kohn (New York: Harcourt Brace & Company), 1994. Pág: 12.

[3] Del Águila, Rafael. Critica de las Ideologias: El peligro de los ideales. (Madrid: Taurus), 2008.

[4] J. Rawls. A Theory of Justice. (Harvard University Press, Cambridge Mass), 1971.

Lista de imágenes:

1. El dedo marcado de un votante. Miles de venezolanos se presentaron a las urnas para elegir al nuevo presidente del país. 
2. Un joven pinta un mural, tras la repentina muerte de Hugo Chávez.
3. Henrique Capriles (derecha) y Nicolás Maduro (izquierda), al revelarse el resultado de las elecciones venezolanas de 2013.
4. Nicolás Maduro muestra un folleto en el que aparece la imagen de Hugo Chávez, en el Palacio Presidencial de Miraflores, Caracas, 18 de marzo de 2013.
5. Maduro y Capriles tras terminar su campaña luego de 10 días de actividad proselitista.