Llanuras del (pantano) lago

Olimpio Ramos, Primera Hora. 2008

“Santa Urbanización”. Ese fue el pseudónimo que la antropóloga Ivelisse Rivera Bonilla usó para designar la urbanización del área metro donde hizo su trabajo de tesis doctoral. El nombre es apropiado, y se refiere a una de las fórmulas más comunes para nombrar (¿bendecir?) esos espacios: San o Santa seguido del nombre de pila del santo en cuestión. Esa fórmula no es la única. Otras igualmente comunes incluyen la palabra compuesta y descriptiva del sitio (por ejemplo, Miramar) o algún nombre propio endilgado al espacio por razones históricas (como es el caso de mi propio hábitat, Mendoza).

Pero esas son urbanizaciones de alguna edad. Entre las nuevas, veo cada vez con más frecuencia otra fórmula para nombrar, no única pero ciertamente común. Contiene una referencia topográfica, sumada a otra geográfica, que resulta en una imagen que pueda parecerle atractiva a un potencial comprador. 

Por ejemplo: Llanuras (topografía) del Mar (geografía.)

Usar esa fórmula genera unos nombres bastante monos, pero a la vez obliga a los desarrolladores y/o sus publicistas a decir, hasta cierto punto, la verdad. Porque supongo que si una urbanización está en una colina en Camuy, no puede llamarse Llanos del Sur, ¿o sí? De modo que con un poco de maña y esfuerzo, una compradora aguzá puede sacarle información comprometedora a la más poética de las direcciones. A ver:

* Praderas del Sur – Éste me recuerda a los ‘perros de la pradera’, unos animalitos de lo más lindos y sociables que cavan túneles en las llanuras así llamadas. El nombre sugiere muchas casitas de cemento pegaditas en un cuadrángulo plano y bajo el sol candente de los llanos de la región de Ponce, Guánica, o similar.

* Campo del Mar – Ajá...esto es un campito, o mejor dicho un espacio más o menos verde y “rural”, cerca de una zona de playa.  Pero no muy cerca, porque si fuese pegado al mar no incluiríamos la referencia al verde. El lugar tenía algún nombre histórico e histérico como Culo Prieto, La Cuchilla, o Camino de las Cabras. Las casitas solían ser de madera, de esas con dos cuartos y techo de zinc. Viene “el desarrollador” y paga por las casitas lo que en ese momento y lugar habrá parecido mucho dinero, para luego romperlas y construir otras de cemento, tres cuartos y marquesina doble. Les pone acceso controlado, y voilá: La Cuchilla se convierte en Campo del Mar.

* Campo Escondido – Ese nombre nos habla también de un sitio más o menos verde, pero no está cerca de la playa...de hecho no está cerca de nada. Estamos en el proverbial middle of nowhere. Destinados para siempre al commute. Si se nos daña el carro estamos fritos, y lo que nos ahorramos de hipoteca nos lo gastamos en gasolina. A menos que nos espeten un canto de autopista y un peaje. O un mini mall. O ambos. Las casas aquí tienen tres cuartos y marquesina sencilla. El acceso controlado es un portón maltrecho. Si el desarrollador le hace un upgrade al concepto, con casas de cuatro cuartos y marquesina doble, una fachada interesante, y un guardia de palito, entonces le cambiamos el nombre a Mansiones del Secreto.  

* Laderas del Monte- Ladera. Zona de derrumbes por excelencia. AKA jarda o jalda. Aquí el desarrollador, ese personaje tan folklórico nuestro, compró las cuerdas baratitas, porque no eran planas. Con la maquinaria adecuada logró aplanar el asunto suficientemente en menos de ná. Construye las casitas, usted y yo las compramos, nos mudamos contentos...Los derrumbes comienzan justo después de la entrega de la última casita, la firma de la última hipoteca, y la desaparición de la compañía que la construyó, que ahora no existe y por ende tampoco responde.

* Valle del Oeste (o Valle Hermoso, Valle del Río, Valle del Bosque, o cualquier variación por el estilo) – Aquí la palabra clave es “valle”. Casi invariablemente, la misma indica que estamos atrapados en una zona inundable. Si el valle es “del río” o “del lago”, prepárese para una interacción incómoda con su agente de seguros, que solamente accederá a venderle una póliza de...incendios. Si se llama Valle Escondido, entonces prepárese porque estamos en zona inundable... in the middle of nowhere.

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No se fíe con esta guía  rápida, que los nombres no  siempre son así de  honestos. Ayer, por  ejemplo, vi unas Estancias  de la Sierra... sin una loma  cerca. Nada de relieve. Le  juro, aquello era ab-so-lu-  ta-men-te plano.

 Al final, estamos hablando  de nombres atractivos para un  producto que debería ser difícil de vender en estos tiempos. Un  producto caro que casi invariablemente trae consigo una deuda  enorme. La fórmula aquí descrita parece cobrar particular relieve  ahora; el periódico y el paisaje están repletos de urbanizaciones  nuevas. Cosa curiosa, en momentos de crisis económica, cuando  las clases medias lo piensan dos veces antes de hacer el upgrade a la marquesina doble o los cuatro cuartos, y evitan la compra de segundas viviendas. Me limito a las “medias” porque tal parece que las “altas” siempre compran,  y que para las “bajas” nadie construye.

 En un mundo más lógico, una esperaría que se le aplicase a la compra de viviendas la recomendación ambientalista que intentamos aplicarle a productos tanto más modestos, como envases y papeles: Reducir, re-usar, reciclar. Que, en otras palabras, nos quedáramos en la casa que estamos, compráramos una casa usada, o construyéramos/remodeláramos en los centros urbanos o en las urbanizaciones que han pasado de moda.

Pero los que toman las decisiones de política pública subsidian los “proyectos nuevos”, para que el desarrollador no pierda. Porque proteger la economía del país siempre se traduce, insólitamente, en la protección del desarrollador esmandao y nunca en la del ciudadano común que quiere cantar:

yo tengo ya la casita, que tanto te prometí, cubierta de margaritas, para ti...