Ajustes de una vida en transición

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Caía en delicioso y acelerado deslizamiento, hacia el paquete que veía en el fondo, envuelto y sabiendo guardaba mis experiencias matutinas. Iba en mi viaje acompañado de un subconsciente, deseoso de abrir y decantar el contenido, en insospechadas permutaciones que, de extraña manera, usarían mi siesta de temprana tarde intentando darle algo de sentido al mundo de los despiertos.

A punto ya de comenzar a saborear los ocultos entendimientos del reino de los inconscientes, la ventana, obviamente al lado de mi oido, nítidamente se encarga de hacerme llegar un revolú de desgarradores gritos humanos que, parejamente distribuidos entre voces adultas e infantiles, se intercalaban con misterio entre lo que parecían ser sincopados graznidos e histéricos cacareos. Casi imperceptible, pero imposible de descartar, como el sonido del bajo en una orquesta que, aunque parezca no existir, dicta el tempo a los músicos, el gruñido de un pequeño cerdito se perdía, atrapando en su polvorienta estela a todos los personajes de la escena.

Desorientado y balanceándome sobre la arista que divide el sueño del rápido y despavorido despertar, falto de antiparras, oigo el conjunto de previos sonidos paulatinamente disminuir, en un continuo caos que se desarrollaba cada vez más alejado de mi cuarto. Todos, excepto el ruido de mi niño. El cual, en su ya acostumbrado y altamente emotivo frasear, “daddy, daddy,” corría hacia la habitación.

Sentado sobre mi cama lo siento entrar, mientras en las manos carga un anacrónico objeto rectangular, el cual de inmediato entiendo debe haberse colado, sin querer, en el metálico túnel multidimensional que nos transportó, tanto a él como a mí y a toda nuestra pequeña familia, desde la metrópoli urbana y futurista, cuyo nombre no quiero recordar, atravesando océanos y glaciares, hasta hace poco eternos milenios de acumulada cultura y lenguas de antigua sintaxis, depositándonos en esta desconocida zona del tiempo, donde todo ocurre con sobria lentitud y perspicaces cerditos velan perennemente hambrientos, en siniestra emboscada, a los recién nacidos patitos para comérselos. Agitan así en desbordante pánico tanto a humanos como a las bandadas de pequeños dinosaurios que merodean picoteando la llanura y que ahora veía en la película que reflejaba aquel enmarcado cristal liso en la falda de mi niño. Una tableta, iPad Apple, destinada a trastornar este, mi más recién hallado mundo feliz.


Lista de imágenes:

1. Artsdesireable, Etsy

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