La latita, ese envase que hizo posible la revelación profética de las salchichas, ha sido olvidada y desechada cual inútil bagazo. Y mientras flotaba en los vórtices basurales del Pacifico se preguntaba por qué. Confundida, no sabía si fue el ardiente sol en aguas de la Micronesia o tal vez el parpadeo nocturno y torturante de millones de estrellas lo que aceleró su desquicio. Quizás era el saberse clave en la difusión de los oráculos y aun así ser tan fácilmente dejada de lado lo que acosaba su pensar. Para consolarse durante las largas travesías marítimas, suele repasar sus tiempos de gloria.
En algún momento fui aluminio, y el mundo parecía a mis pies cuando especuladores bursátiles gritaban a galillo suelto sus ofertas de compra y venta. ¿Qué tanta adulación ahora por las ominosas salchichas, si las señales del fin ya estaban claras en los excesos de los que me codiciaban? De mis orígenes como bauxita recuerdo poco. Era muy niña entonces. Creo que son estas viejas y borrosas memorias las responsables de mis pesadillas en donde hombres de todos los continentes sudan, lloran, y hasta mueren para hacerme lo que soy.
Luego aprendí que mi pasado se adentraba aun mas profundo en el tiempo. Rayos cósmicos forzaron a mi abuelo argón a darme origen desde los principios del Universo. Tan antigua mi historia y tan larga mi formación, para ahora encontrarme aquí, flotando lentamente y en camino inexorable al fondo en donde varios siglos de lenta muerte me esperan en compañía de otros desechos de la modernidad. El reciclaje pudo haberme dado una segunda y hasta más vidas.
Pero mi destino de lata salchichera me llevo a una Isla donde esas prácticas no eran populares. Pero algún provecho le saque a mi destino. En el tiempo que paséen los anaqueles y alacenas en Puerto Rico aprendí a observar con paciencia, pues no tenía nada más que hacer, las idiosincrasias de los isleños. Casi desde un principio supe que terminaría como basura. Obsesionados con botar para comprarlo nuevo, los Isleños han hecho del desperdicio un arte.
Hoy en este vertedero acuático de la humanidad, de lo que originalmente era la orgullosa etiqueta de las Salchichas Carmela, solo quedan vestigios. Un poderoso viento del Mar de China terminó por arrancar un pedazo que llevaba suelto por varias semanas, pudiéndose ahora escasamente leer las sobrevivientes y dispersas letras “Sal…ela”.
Entonces, me emocioné al pensar que es quizás aquí, abofeteada por brisas de la antigua dinastía Han, donde mi vocación inicial de profeta finalmente se realice. Pues esta soledad es tan solo aparente. Satélites en órbita me fotografían, y sin saber de futuras consecuencias, imágenes de “Sal…ela”, dispersas por la cibernética actual, podrían darle la clave a los Isleños sobre el camino a seguir. Ojalá y que los soplos de origen tibetano hayan conservado el espíritu libertario, inmunes a la riqueza arrolladora de Beijing y Shanghai. No sea que la profecía que se cumpla sea la de aquel otrora vaticinador que vio los Isleños pasando de ser coamericanos a puros cochinos.