Si usted hace un poco de análisis historiográfico tanto de las agendas políticas locales como de las internacionales, notará que muchos de los discursos preocupados por “erradicar” la pobreza han estado teñidos de una dosis excesiva de juicios sobre moral. La pobreza ha sido un significante muy útil para la producción y resignificación del Estado en su esfuerzo por legitimar su razón de ser: gobernar.
Se legitima prodigando su función de buen padre proveedor, sobretodo en tiempos de elecciones. Pero, en su empeño, no deja de intervenir el constante tutelaje y la invectiva moralista como tecnología que procura distanciarse de un hecho tan contundente como pocas veces explícito: la asistencia gubernamental responde al requisito indispensable de crear prácticas de consumo, necesarias para evitar la crisis de demanda efectiva y las fatales consecuencias en una economía de producción de masas. El Estado liberal es siempre el del Capital.
Es de esta forma cómo se explica que, aún en medio de las denominadas crisis fiscales, se anuncie que habrá un aumento en los beneficiarios del Programa de Asistencia Nutricional. Hace algunas semanas, el comisionado residente de Puerto Rico en Washington hizo el anuncio. Y enfatizó que, como parte del aumento en estos fondos, se eliminaría el derecho de estos clientes del Estado Plan, a tener un porciento (25%) de estas partidas en efectivo, como hasta ahora venía ocurriendo.
En la prensa entrevistaron al azar algunas personas que utilizan el PAN, y estas expresaron la importancia que tenía para ellas esta parte del dinero en efectivo. Los usos son variados: la gente compra gasolina, paga la luz y el agua, pagan el servicio de celular, productos de higiene personal, como toallas sanitarias, entre otros más.
Llama la atención que prominentes periodistas y escritoras del país, bajo la idea equivocada y moralista de que estos no son bienes necesarios, elaboraran una sarta de opiniones cargadas de duros prejuicios clasistas. Que si “el papel toalla es un lujo”, que si cómo es posible que usen los fondos para pagar celular, que si la enajenación, que si nadie les ha explicado que el PAN es para comer. Si yo fuera beneficiaria del dichoso PAN, también reclamaría el derecho a una parte del fondo de comida para otras cosas que, aunque no se comen, no constituyen un capricho sin más. Son más bien otra forma de la necesidad, a tono con el tipo de cultura que nos ha tocado encarar.
En una sociedad de la comunicación, no se puede tratar de convencer diciendo que pagar el servicio de celular es un lujo, mucho menos si pensamos y constatamos que las beneficiarias del PAN son mayoritariamente mujeres que tienen hijos que cuidar. Indispensable por demás es el dinero para gasolina en un país que no ha podido resolver eficazmente el transporte público y colectivo. Difícil sostener en pleno siglo veintiuno que las toallas sanitarias o el papel toalla sean un lujo para cualquier mujer, no importa su procedencia de clase social. Si el argumento fuera el daño ecológico, entonces es un lujo para todos sin distinción. ¡A prohibirlo ya!
Siempre que se habla de los clientes del Estado Asistencial en Puerto Rico, hay un lugar demasiado común y familiar que apunta siempre a hacernos creer que el mal llamado mantengo es moralmente inaceptable. Que la gente que recibe ayudas del gobierno es vaga, y sus estilos de vida reprobables. Me distancio totalmente de ese discurso en extremo familiar.
Lo que por el contrario plantean los estudios más serios en torno a las transformaciones del capital es que las sociedades contemporáneas van hacia una mayor eliminación del trabajo asalariado. Que los puestos de trabajo escasean dramáticamente y que, los que se puedan conseguir, están bajo la categoría de trabajos chatarras. Estamos frente a un problema estructural y endémico al capital.
Tanto es así que algunos países de capital punta elaboran propuestas sociales sobre la urgencia de ampliar el salario social y el ingreso, por el mero hecho de ser un ciudadano frente a esta falla estructural del Capital. En Puerto Rico, sin embargo, se demoniza bajo la constante sospecha y vigilancia de las conductas individuales, los usos que los beneficiarios de PAN hacen con estos fondos.
Pero, en el fondo, es pura especulación moralista, falta de pensamiento y de sentido de lo que debe ser lo justo en una sociedad como ésta. Así lo demuestra el dato nada desdeñable de que la industria alimentaria en Puerto Rico, particularmente los supermercados han sobrevivido la crisis gracias a estos fondos que la gente utiliza para la compra de alimentos. De otro modo, señalan, también se hubieran ido a pique.
En un contexto en el que el Estado es incapaz de generar trabajo y el mercado laboral privado no tiene trabajos dignos que ofrecer, cuesta mucho aceptar la reformulación de un moralismo tan clasista y arrogante sobre cómo debe la gente utilizar la miseria que reciben en efectivo.
Las ausencias en los discursos son otra forma de enunciación. Por qué, me pregunto, no se explica cuáles son las razones para que un aumento en los fondos del PAN, signifique la eliminación de ese porciento de dinero efectivo. Cuáles fueron los argumentos que se esgrimieron para llegar a esta decisión. Francamente no lo sé. Puede que la moralina también nos llega importada desde Washington. Aunque, en este terreno estaríamos, como los demás, especulando, no más.
Lista de referencias:
María Milagros López, “Feminismo, dependencia y Estado Benefactor: relaciones de desasociego en la sociedad post-trabajo”, en Más allá de la bella (in)diferencia, editado por Heidi Figueroa Sarriera, et. al. (Publicaciones Puertorriqueñas, 1994).
Giovanna Procacci, “Social economy and the government of poverty”, en The Foucault Effect, Studies in Governmentality, editado por Graham Burchell, et. al. (Chicago: Chicago University Press, 1991).
Lista de imágenes:
1. Samuel Collazo, "Supermaniquí", 2011.
2. Luis Avilés, "Librería de viejos", 2011.
3. abnelphoto.com, "Freedom", 2007.
4. Mary Jenkins, "Santurce mercado", 2009.
5. Samuel Collazo, "Hombre y cigarrillo", 2011.