¿Quién manda aquí?

Las mujeres somos una mayoría que es, erróneamente, considerada una minoría. Eso ocurre porque aún no hemos usado nuestro poder político de forma masiva, contundente y estructurada desde una visión integradora de nuestras diversidades. Como muy bien decía la Lcda. María Dolores Fernós en la pasada Asamblea de Proyecto Matria, el poder de las mujeres es tal, que las estructuras tradicionales se han encargado de que nosotras mismas no lo veamos. Las mujeres, como grupo político concertado tras una visión de justicia y equidad somos temibles para algunos y una promesa de cambio para otros.

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A menos de un mes de las elecciones, es importante reflexionar sobre el tema de la participación política de las mujeres. Somos el 53% del electorado: 1,276,973 de votantes. Como dato curioso, según el Censo 2010, en Puerto Rico hay 1,940,618 mujeres. Eso quiere decir que el 65% de las mujeres de la Isla están inscritas y listas para votar. Sin embargo, somos sólo el 16% de las candidatas a puestos electivos a nivel de alcaldías, legislatura y gobernación.  

¿Por qué ocurre algo así?

Una de nuestras primeras búsquedas de contestaciones debe dirigirse al cuarto rosa de los estereotipos de género. Si consideramos que el mundo político es un mundo público por definición, no es raro que a las mujeres se nos mande para nuestras casas, que es, según muchos, nuestro legítimo lugar.

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En ese mismo cuarto rosa se guardan unos cuantos cachivaches sexistas que también marcan los límites de nuestra participación política.  La idea de que somos sumisas y emocionales es uno de esos cachivaches antiguos y perturbadores. Las mecedoras con correas para amarrarnos a la maternidad también. 

¿Será por eso que algunos partidos políticos no han hecho el menor esfuerzo para integrar mujeres a sus equipos electorales? Me atrevo a apostar que sí. Los partidos tradicionales prefieren sacar sus candidatos del vientre machista del cuarto azul. Ese cuarto que también está lleno de cachivaches que obstaculizan nuestra democracia. En él abundan los bates, las armas, los gritos y las botas de vaqueros decimonónicos. 

Para la mirada de quienes han asumido el reto de superar el machismo, es fácil identificar a las figuras políticas que caminan por ahí con la mancha que no es de plátano, sino de machismo ¿azul? Legisladores como Rivera Schatz, Carmelo Ríos y Georgie Navarro son sólo algunos ejemplos evidentes. Hay sin embargo, otros que son más disimulados… que no gritan ni manotean, pero siguen apoyando desde su palabra y acción las ideas que marginan a las mujeres y a otros grupos de los escenarios de una posible democracia participativa. La evaluación de las propuestas de los partidos hecha por Matria nos da buenas pistas al respecto.

Para las mujeres que asumen la tarea de insertarse en el mundo político los retos son muchos a nivel personal y a nivel de colectivo. 

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¿Qué retos enfrentamos las mujeres en el mundo político?

Sumando datos estadísticos a nuestro análisis, salta uno particular. Las mujeres lideran el 21% de los hogares de la Isla y de estas familias lideradas por mujeres, cerca de un 58% vive bajo el nivel de pobreza. Algunos datos apuntan a que algunas de estas familias pueden sobrevivir con tan sólo $11 al día.

Por otra parte, en el campo laboral las mujeres no hemos logrado quebrar el techo de cristal y la consigna de igual paga por igual trabajo aun no es una realidad para miles de mujeres que cobran menos que sus compañeros varones. La proliferación de empleos a tiempo parcial y sin beneficios marginales como planes de salud y acumulación de licencias, sumerge a las mujeres en un vórtice en el cual se acumulan varios trabajos, cero tiempo para descanso y pocas posibilidades de ascender económica y socialmente. La pobreza de tiempo y la privación de recursos se convierten, entonces, en un obstáculo gigante en la ruta política de las mujeres como grupo.

Esto quiere decir que cuando una mujer se plantea entrar en el ruedo político debe considerar algo más que factores de popularidad o de profundidad en el contenido de sus propuestas. A nivel personal, las dobles y triples jornadas de trabajo pesan. Hace falta algo más que voluntad para manejar trabajo, familia y activismo en un margen de 24 horas diarias.

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Los cachivaches del sexismo tienen mucho que ver en esto, pero además, en nuestro sistema electoral actual hay varias intersecciones de desigualdad que van más allá del machismo. Una de ellas es la de clase. Una persona sin acceso a capital tiene pocas posibilidades de adelantar su candidatura.

El acceso a capital es necesario por dos razones básicas: pagar espacios de publicidad y sostener la familia mientras se consume tiempo familiar y de trabajo para hacer campaña política. 

Nos encontramos, entonces, ante dos obstáculos importantes para concertar un movimiento político en el cual las mujeres logren paridad en candidaturas y poder para obligar a los partidos a atender sus necesidades.

Pero, ¿podemos cambiar esta realidad?

Esta pregunta me atrevo a responderla con una expresión brujística y una sonrisa. Estoy convencida de que podemos cambiar esta realidad y otras compañeras feministas también. En la Asamblea de Matria, Fernós ayudó a alimentar ese convencimiento con datos importantes traídos de experiencias internacionales. No sólo es posible aumentar nuestro nivel de participación política, sino que la paridad de géneros es algo alcanzable mediante acciones afirmativas y planificadas.  El resultado de la implantación de estas estrategias tiene un efecto multiplicador pues logra que las expectativas sociales y políticas de las mujeres aumenten para potenciar su desarrollo.

Tal y como la Oficina de la Procuradora de las Mujeres recomendó en el año 2007, una estrategia importante sería la revisión de los reglamentos internos de los partidos políticos para establecer la paridad de géneros en sus candidaturas. Pese a los años transcurridos, la propia Lcda. Fernós expresó dudas en cuanto a la posibilidad de que los partidos existentes en ese momento hayan adoptado la recomendación. Los nuevos partidos, por su parte, hicieron un esfuerzo para incorporar mujeres candidatas en sus equipos de candidaturas. Ese esfuerzo logró un 26% de mujeres candidatas en algunos de ellos. No lograron el 50% anhelado, en parte porque hubo mujeres que declinaron participar como candidatas. 

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¿Por qué algunas mujeres dijeron no a la posibilidad de ser candidatas de esos partidos en estas elecciones?

Entre las múltiples razones que podría tener una mujer para decir no, están algunas como las siguientes: falta de tiempo para compaginar roles, falta de capital para sostener sus familias, miedo a los ataques sexistas a su persona, falta de confianza en los procesos internos de los partidos y la ausencia de una garantía de espacios de diálogo dentro de ellos.

 Esto implica que los partidos aún tienen una tarea que hacer para fomentar la participación de las mujeres como candidatas: Revisar no sólo sus reglamentos, sino la forma en la cual trabajan sus espacios cotidianos. ¿Será necesario pensar en cuidos, en grupos de apoyo para las madres, en acercar reuniones a zonas geográficas donde hay mujeres que carecen de transportación, en levantar fondos para las campañas de manera que ellas puedan concentrarse en obtener el sustento de sus familias? Hay cosas que pensar y hacer y sé que estamos en camino de adelantar en esta área, al menos en los partidos emergentes.

En cuanto a otras estrategias, es importante considerar  legislación que obligue a los partidos a la paridad de géneros en sus candidaturas.  Probablemente aún con esa paridad se nos cuelen mujeres tan machistas como los hombres en los puestos políticos. Basta con ver a Evelyn Vázquez, Migdalia Padilla y Brenda López. Pero eso tendrá remedio con la suma de otras estrategias como la siguiente, que es mi favorita.

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La educación es, en todas las ligas, la mejor estrategia para lograr cambios sociales importantes. Por eso, la educación popular dirigida a promover la reflexión de las mujeres y su posterior movilización es un recurso importante para adelantar nuestra equidad en el campo político y social. En ese sentido, la experiencia de la Ruta de las Mujeres (Matria) fue enriquecedora.  

Las estrategias de avance político de las mujeres no pueden elaborarse desde una mentalidad excluyente o clasista. Si reconocemos que las mujeres somos diversas, también debemos reconocer que al día de hoy existen brechas de desigualdad entre nosotras mismas y que es imprescindible establecer espacios de reflexión en los cuales nos encontremos desde una mirada de respeto y empatía.

Así que, ¿quién manda aquí? Hasta ahora ha mandado el machismo y el poder económico. ¿Quién mandará a partir de ahora? De nosotras depende que esa pregunta encuentre la mejor respuesta: Manda el pueblo, mandamos nosotras, manda una aspiración de equidad.