Si nos descuidamos mucho, el resultado de las próximas elecciones no dependerá de las personas votantes, sino de la astucia de las compañías de publicidad a cargo de las campañas de los partidos políticos. Veremos anuncios, escucharemos rumores, leeremos noticias y soportaremos escándalos gestados desde la mente de un grupo de personas que toman decisiones a base de estudios de mercado y no de estudios sobre las necesidades del país o de modelos de desarrollo exitosos. Presenciaremos debates -¡y hasta tal vez participemos en ellos!- en los cuales el tema puesto sobre la mesa sea tan irrelevante a nuestra realidad nacional como la decisión de tomar Coca-cola o Pepsi con la tripleta que se pide en la guagua de la esquina al medio día: Los dos refrescos son iguales de dañinos, la diferencia en sabores no justifica el desperdicio de un segundo de nuestros pensamientos y quizás lo más sabio sería tomar agua.
El problema estriba en la delegación que se hace del derecho que todas y todos tenemos a decidir… y los partidos políticos que por años se han repartido el país lo saben. También saben que como parte de esa delegación, muchas personas renuncian no sólo a su derecho a decidir, sino a su deber de pensar. Prefieren mirar a lado y lado para luego apoyar lo que creen que apoyará la mayoría. Apuestan a la idea de que la mayoría manda, la mayoría sabe lo que es mejor y la mayoría les protege de meter las patas. Es así como, en la carrera mediática para ganar una elección, las campañas políticas se concentran en tres cosas: crear una imagen del candidato que responda a las expectativas sociales percibidas a través de los estudios de mercado, crear la sensación de que la mayoría les apoya y concentrar la atención del electorado en asuntos que apoyen valores e ideas de fácil manejo como por ejemplo “dios es bueno, por lo tanto si digo que actúo en su nombre, yo también soy bueno”.
- ¿Coca-cola o Pepsi, señora? -le preguntará el muchacho de la guagua de tripletas.
- Agua -dirá la señora.
- No tenemos agua -contestará el joven.
- Pues dame Coca-cola -podría resolver la señora luego de mirar las mesas bajo las sombrillas y ver que la mayoría de los comensales toma Coca-cola.
Algo así pasa con la política. Se puede llegar al punto en el cual nadie cuestione la oferta de los partidos, porque, al fin y al cabo, se piensa que los mismos están ofreciendo lo que el consenso social es capaz de ofrecer. Ese consenso, sin embargo, no es real. Es el resultado de las decisiones de un grupo que se ha erigido como líder de opinión gracias al apoyo de una estructura de partido y de gobierno que por ratos parece infalible… pero no lo es. La manipulación de la percepción pública debilita cualquier democracia. Lograr desmantelar ese sistema de manipulación y traer ante el país un debate serio sobre ideas, propuestas y acciones sociales debería ser la respuesta que se esté cuajando desde los movimientos comunitarios y políticos emergentes.
¿Qué necesitamos para apoderarnos del proceso político y eleccionario del país? La verticalidad y compromiso de todos los sectores del país con la búsqueda del bienestar común. Al decir “todos los sectores”, incluyo a TODOS los sectores.
Uno de ellos es el de los medios de comunicación. No podemos eximirles de responsabilidad cuando corren tras la noticia fácil y sensacionalista y le pasan de lado a la información veraz que reta las mentes del pueblo. Me parece increíble la cobertura que se brinda a donas, tiendas de sexo y a otros chismes de poca monta para ganarse una audiencia a cuenta de la “percepción” de que eso es lo que al pueblo le gusta.
Como en un juego de sombras chinescas, una cosa lleva a la otra, se percibe una cosa, se alimenta la percepción de otra, se retorna a la primera y luego se toman decisiones a base de esas mismas percepciones. ¿Me entendieron? No se supone, porque es una incoherencia. Así de incoherente puede ser la política partidista unida a la cobertura mediática y sumada a la percepción popular sobre lo que el país necesita, lo que ofrecen los partidos y a lo que debemos resignarnos a vivir. Los medios de comunicación deberían ser un canal abierto para el flujo de información seria que permita el debate profundo y la toma de decisiones colectivas.
Por otra parte, los sectores profesionales, sindicales y comunitarios no tienen que esperar a que alguien les llame. No tienen que esperar a que un partido político les invite a presentar ideas, no tienen que mendigar una reunión con una agencia, no tienen que actuar servilmente ante el gobierno o la legislatura para mantener abiertos los canales de un mal llamado consenso que nos ha aplastado por décadas. Ese consenso no existe (recuerden, es una percepción) y nos toca construir un consenso real desde el pueblo sin la intervención de los políticos tradicionales.
Si algún consenso real existe en el país en este momento, es la conclusión general de que el modelo bipartidista eleccionario que tenemos ya no da para más y que los políticos de moda no nos sirven ni nos representan. ¿Queremos, entonces sentarlos en nuestra mesa y darles espacio para que boicoteen los procesos ciudadanos? Cuando construyamos un consenso genuino, sin miedo y por encima de las ya desgastadas luchas de clase social, quienes estén en el gobierno estarán obligados a obedecernos.
No me atrevo a dar respuestas absolutas sobre los que debería incluir el consenso social que tanto necesitamos porque creo que hay líderes y lideresas respetables en toda la Isla que probablemente ya tengan muy buenas ideas que compartir. Mi invitación concreta, en esta columna es a contestar “agua” cuando se nos quiera obligar a elegir entre la Coca-cola o la Pepsi. Mi invitación es a generar foros de discusión, coloquios comunitarios, espacios de debate en los cuales podamos escucharnos y encontrar nuestras propias propuestas de acción… no para sugerirlas a los partidos, sino para comenzar a ponerlas en práctica desde el propio pueblo y a exigir el apoyo del gobierno en las áreas a las que está obligado a responder.
Si de percepciones se trata, si de consenso social se trata… construyamos un consenso genuino, logremos que se perciba cuál es nuestro poder real y luego vivamos en el país que nos merecemos de verdad.