'Anoxia' y el oxígeno

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Te recibe el espacio del segundo piso de la Casa Ruth en Río Piedras a oscuras, se clausura y dos mujeres a media luz se asisten; una está pariendo, la otra funge como comadrona, y luego intercambian papeles. La historia de Juana Matos, sector de Cataño, se inicia en esta pieza desde las generaciones que nacieron allí e intervinieron en el espacio y lo convirtieron en su hogar. El sopor que invadía la sala —de ventanas y puertas cerradas— nos subrayaba el título de la obra que incorpora la danza y el movimiento escénico: Anoxia, esto es falta de oxígeno. Sin embargo, el desarrollo de la trama, las historias que se ventilaban en medio de un escenario que nos remontaba al manglar, al espacio inhóspito inundado, a la manipulación de dichos pantanos, ofrecía un aire que nos hermanaba, que hacía hermosa la experiencia. Anoxia nos lleva a las casas que improvisadamente se levantaron en Juana Matos, y con un tendedero suspendido del techo nos recordaron la belleza de la gente en sus momentos más cotidianos, a pesar de los infortunios. Así, esta pieza nos manifiesta las carencias de equidad social, de una residencia digna, de aire…, y de un discurso histórico que integre a todas las comunidades con su complejidad mediante la inclusión.

Hay historias fundacionales que subyacen —a veces sin aire— en las esquinas del discurso oficial, quedan apocopadas bajo fanfarrias históricas como el Proyecto Manos a la Obra. Mas tales memorias ninguneadas ante las “maravillas” institucionales forman parte del inconsciente colectivo y se convierten en síntomas estéticos que se perfilan en el arte y, en este caso, el arte reescribe la historia de modo inclusivo y liberador. Este es el caso del dramaturgo, guionista y actor puertorriqueño, Joaquín Octavio, quien entrevistó[1] a Pedro Carrión, residente de Juana Matos, como parte de un proyecto con el Programa del Estuario de la Bahía de San Juan y de la Maestría en Comunicación de la Universidad de Puerto Rico[2]. De esa conversación surgió esta pieza. Los diversos personajes (humanos y microbianos), que interpretaron las actrices y bailarinas, Marili Pizarro y Cristina Lugo, sirvieron de portavoces de esas historias que probablemente ninguno de los que estábamos allí habíamos escuchado, pero que en cierta manera nos parecían familiares porque de algún modo esa era también nuestra historia, y esa sensación de lo sublime que nos hermanó y dejó con un asombro oxigenante fue el mayor acierto de la obra.

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Asimismo, esta puesta en escena nos presenta de modo indirecto las vivencias de una comunidad marginal que se autogestó en medio de la miseria: que construyó, a pesar del espacio y de la falta de los recursos más básicos, un lugar propio. Es decir, el relato de Carrión se convirtió en un discurso dramático que hizo de su vivencia íntima la memoria histórica del sector. Los juegos infantiles, el modo de subsistir económicamente, de sobrellevar la falta de sistemas sanitarios, y de vivir en comunidad, son escenificados desde los diálogos teatrales hasta representaciones de movimiento en las que el cuerpo se volvía símbolo y discurso que ofrece justicia al imaginario que tenemos sobre el desarrollo de las barriadas y barrios de Cataño. La maestría escénica de Pizarro y Lugo fue evidenciada en su actuación, el manejo del espacio, el uso del cuerpo desde la gracia, la fuerza y lo grotesco, así como la interacción con el público —que se vuelve mangle en un momento de la obra—, y la capacidad de integrarse a la música como un elemento que enlazó y creó la atmósfera de la pieza.

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Precisamente, la atmósfera, forzada por el calor provocado; la música (colaboración de Raúl Porro), que en sí misma podía considerarse arte sonoro; y la escenografía, que aprovechó las vigas del techo para crear un escenario alterno encima del público, fue una parte oxigenante de los paradigmas discursivos de la pieza. Justamente, el posicionarnos a los espectadores abajo es una revisión al posicionamiento de las clases sociales, una problematización sobre cómo nos ubicamos con respecto a estas comunidades. Desde arriba la mujer, representada por Pizarro, lavaba su ropa y nos hacía la historia de la Nene, y nosotros, el público, desde abajo mirábamos la sorpresa del tendedero allá montado, la cualidad casi divina, casi fantasmal de la cotidianeidad de esta señora que con cariño relataba la carencia y la vecindad. Desde la ternura y melancolía, Lugo interpretó a esa jovencita (la Nene) arrebatada de la educación formal para dedicarse a vender jueyes como medio de subsistencia para su familia, que bien nos sirve de modelo de esa niñez que vive en austeridad y privada muchas veces de los derechos más básicos como la educación y el juego. Mas a ella le vimos desde la horizontalidad, estábamos tan cercanos a ella que su relato se volvió nuestro, ella estaba a nuestro mismo nivel visual y nos forzó a estar con ella también cogiendo jueyes, obligados de un modo estético a sufrir la carencia suya. Fueron estos elementos los que elevaron a Anoxia a lo mítico. Una de las escenas alude a Juana, espiritista que estuvo en Juana Matos hasta su muerte y ese fue sin duda de los momentos más cargados de energía de la pieza. Pizarro encarnó a este personaje y sus movimientos fuertes y tétricos creaban un vínculo directo con ese elemento sobrenatural tan importante en nuestro folclor y en la formación de las comunidades.

De este modo, podemos decir que se escenificó la energía vital de los seres que conforman la historia fundacional del sector. En esa misma coordenada la obra dialogó con el discurso del progreso, según lo interpelaba la posmodernidad puertorriqueña, y desde el sarcasmo, la brea se ve por los personajes como sinónimo de un futuro que no les resulta real ni pertinente porque en su inmediatez tienen que encargarse de evitar que sus casas se inunden. Vemos que la conformación de los espacios y de las identidades que se perfila en esta pieza es un acierto y una gesta necesaria para obtener perspectivas plurales y con conciencia social sobre el país que vivimos y compartimos. Además, engrandece el imaginario social al incluir aquello que siempre había sido opacado por la oficialidad. También nos brinda modos alternos de cuestionar, enunciar y ejecutar los discursos que nos forman y definen desde el arte, desde el deleite estético, desde lo sublime.

Anoxia es producto del programa de residencia para artistas, La Espectacular, en Casa Ruth de Río Piedras. Este proyecto lleva a sus participantes a profundizar, explorar e investigar en torno a su propuesta escénica asistidos por un mentor; en el caso de Anoxia, el mentor invitado fue Freddie Mercado. Como todo proyecto en proceso, Anoxia es una pieza que apenas comienza, veremos más de ella y auguro que será conmovedora y llena de oxígeno.

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Notas:

[1] La entrevista en profundidad formará parte de un libro que publicará El Estuario de San Juan sobre historias de vida en la “Ciudad de las Aguas”. 

[2] Surge en el curso “Retratos: la entrevista creativa y en profundidad”, impartido por el Prof. Mario Roche.


Lista de imágenes:

1-4. Ricardo Alcaraz, ensayo de Anoxia, de Joaquín Octavio, en la La Espectacular de la Casa Ruth, 2016.

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