'Más de Sodoma' de Miguel Ángel Náter

hombre


¡Es el odio de Dios hecho belleza,
una lámpara oscura que ilumina
la sombra del pecado y la tristeza.

¡Es la carne de Dios que nos acecha
con esa tentación de la lascivia
con que vive Sodoma aunque perezca.
—Miguel Ángel Náter, “Debajo de las sedas”
 

El amor es el tiempo y el espacio en el que el “yo”
se concede el derecho a ser extraordinario.
—Julia Kristeva, Historias de amor


 

Leer a Miguel Ángel Náter siempre supone una empresa activa, este poeta no se conforma con brindarnos metáforas complejas y una búsqueda trascendental con el lenguaje, sino que las referencias a los mitos clásicos y el uso precioso de un léxico exquisito y elegido con extremo cuidado exigen una mirada atenta y cautelosa —muchas veces asistida por un buen diccionario—. También requieren una actitud o recepción que sepa degustar cada verso como manjar sensorial y conceptual.           

Más de Sodoma (Editorial Tiempo Nuevo, 2015) nos asalta con un juego críptico que hay que descifrar, es la continuación de la rica producción poética de este artista, y a su vez, es una reescritura del preciosismo modernista, una conversación con una serie de mitos que de un modo u otro definen nuestros conceptos sobre la sexualidad, el erotismo y el amor, sobre todo, el amor no correspondido —y sobre esta coordenada enfocaré mi lectura—.

Podemos entrever una exploración sobre el deseo y sobre lo oculto. El primer poema comienza declamando:

Los ángeles tuvieron una sed indecible…
y bebieron. Bebieron… (11)

portada

Es ese eje discursivo el que me sedujo, el tratar de recuperar lo indecible; eso unido a la pasión amorosa y al dolor de la carencia, generan un campo semántico en torno al cuerpo y sus fluidos de extrema delicadeza y belleza, que hacen tanto de la voz poética como del objeto del deseo, unos entes asombrosos. Además, como se fusionan con los seres mitológicos griegos y los bíblicos-hebreos, hacen de la figura de esos amantes unos arcángeles, y es que el amor realmente nos hace extraordinarios, como cité de Kristeva en el epígrafe.

Esta es la historia del amor, del deseo, de la carencia: Eros y su hermano, Anteros se abrazan en Sodoma que como sabemos, arderá; pero arde también el texto mismo y queda la caricia del amor como una quemadura en el cuerpo/texto que lo clama con nostalgia. Entonces, los entes malditos: vampiros, gárgolas, dragones, y los entes preciosos: ánsares, bulbules, son testigos de un amor hermoso y enfermo, encantador y oscuro; poderoso como un dios. Este poemario es triste como toda buena historia de amor, que las mejores son generalmente sobre amores frustrados. En estas dimensiones el poema se reinserta en la tradición modernista, la cual carecía de un discurso como este. El texto le añade tardía, pero gustosamente, unos arquetipos amorosos que le faltaban a esa estética: el amor visto desde el cuerpo masculino y para el cuerpo masculino con una libertad y un goce no censurado, sino enaltecido con la belleza preciosista. Ese retomar, ese volver a un estilo que nos recuerda al parnasianismo y neoclasicismo es una apuesta atrevida que subraya la propuesta poética de Náter y que a su vez muestra la necesidad que tiene el corpus literario de volver plurales y diversas las distintas manifestaciones artísticas que ha tenido en su historia.

En ese paradigma de la carencia (del amado, de figurar en los discursos míticos de modo explícito, de contar con una poética que cante sus amores y sus cuerpos), el tiempo es una constante:

Un reloj caído
—infinita arena desangra Teseo—.
Pasa el tiempo, pesa
la arena, es una araña etérea
que va creciendo aciaga en mi sendero. (18)

El tiempo es parte también de ese laberinto que nos propone el texto, y por ello, quiero retomar la idea de lo críptico en el poemario. De entrada nos topamos con un índice que sospechamos ser un mensaje cifrado; leemos: “Bebieron desde el atrio, Cantar de los cantares, Sulamita, oasis, la caverna, tarde transida, vacío presagio, luciérnagas de plata [y así siguen los títulos como si fuesen un mismo poema]”. Luego vemos que tales títulos no son títulos en el sentido tradicional, sino que son palabras en negritas que corretean por entre los poemas sugiriéndonos que miremos más allá, que este poemario tiene múltiples mensajes, algunos muy escondidos. La presencia de múltiples referentes de la Biblia judeo-cristiana y de la Antigüedad Clásica le otorgan una riqueza polisémica a los poemas, que se engalanan de imágenes cargadas de movimiento, textura, aroma y color.

Me gusta jugar con la idea de que hay un mensaje ulterior, un código que se asoma y teje su discurso. Juegos con los vocablos como ‘espa(l)da’ —escrita con la ‘l’ entre paréntesis— nos lleva a igualar espada y espalda, así como místico y mítico, sagrada y sangrada, segmentada y sementada. Así que hay releer los versos y ver sus posibilidades; ver esa configuración enigmática que se levanta con su multiplicidad de sentidos (desde la acepción emocional, lógico y direccional del término) y que adquiere proporciones míticas.

dibujo

El texto nos obliga a mirar la entrelínea y la entrepierna, porque el texto es como el mar y el mar es el cuerpo del amado; el cuerpo en un sentido metafórico, pero también físico. El cuerpo del amado es un espacio donde la voz poética se reinventa, donde goza plenamente y se ensueña. Leemos en el poemario:

—Mi Amado se extravió la última noche,
Pero yo iba acunándome en su pecho.
Me llevó por castillos de amatista,
me dio del vino oscuro de sus besos.
Mi Amado me escribió versos de ámbar.
Mi Amado es un arcángel en mis sueños. (15)

Las alusiones al gozo sexual y al cuerpo del amado, a ese tú que siempre va en mayúsculas, adquiere dimensiones pictóricas y cromáticas; los tonos azules, violetas y dorados del sol lo enmarcan con belleza, el semen mismo es metaforizado a piedra preciosa o semipreciosa: nácar, carbunclo, rosas de amatista (gesto que nos presagia la estatua de sal sodomita). Por su parte, la rosa será el símbolo que se levanta a lo largo del poema y nos lleva al cuerpo, pero también al amor y a lo enteramente sensorial. Resalta así la pérdida —esa angustia de vacío—, la nostalgia, la carencia que llenan al corazón de tiempo, que solo es abolido con la presencia del otro:

Si Tú te aparecieras
en medio del camino…,
en este corazón lleno de arena,
crecerían palmeras en mitad de la carne y del desierto,
nacerían magnolias a tu paso
y no me importaría el tiempo. (19)

Julia Kristeva en Historias de amor (1987) plantea:

La espera me hace dolorosamente sensible a mi estado incompleto, que antes ignoraba. Pues ahora, en la espera, “antes” y “después” chocan de frente en un temible jamás.  El amor, el amado, borran la cuenta del tiempo… (5)

La presencia del Amado tiene la luz de los dioses, del sol, tiene la infinitud del amor y convoca los versos más hermosos, como por ejemplo:

¡Esta noche mía
tan tuya,
que crece desde mí por tu recuerdo
un jazmín de oro con aroma oscuro y tiritar de luna (28)

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Es allí, en el temible jamás del que nos habla Kristeva, donde Anteros surge como vengador del amor no correspondido, antesala de las hogueras que harán de Sodoma un puñado de cenizas. Leemos:

Esta lenta batalla en las palabras…,
en tu carne de finos arabescos…
…y en esta sed sedienta en mis recuerdos
verás arder tus páginas de nácar. (35)

Son versos dolorosos y de un preciosismo que nos llena de imágenes legendarias, cargadas de color y texturas —como mencioné—. Se nos presenta un amor legendario, vigoroso, pero que se sabe perdido. Dentro de toda esta poética vemos cómo el poemario se inserta en esa larga conversación de los grandes amores; en este caso, de los amores ocultos, oscuros, aquellos que no necesariamente figuran en el gran libro. Por eso la voz poética establece:

También hay un Cantar de los cantares del amor oscuro. (14)

Más de Sodoma nos plantea que hay más allá del mito bíblico, más allá que el mito bíblico, más allá de las estéticas modernistas; es una reescritura de proporciones también cosmogónicas, es un conjuro. Hay, pues, una mirada al mito desde la alteridad como también hay una mirada al amor, a la historia del amor no correspondido —al amor como mito— y de allí que nuevamente recurra a Kristeva:

El amor es una muerte que me hace ser. Cuando la muerte intrínseca de la pasión amorosa se produce en la realidad y se lleva el cuerpo de uno de los enamorados, es la intolerable suprema; el enamorado superviviente mide entonces el abismo que separa la muerte imaginaria que vivía en su pasión de la implacable realidad de la que el amor le había siempre apartado, salvado… (31)

siluetaAsí este poemario es el abismo que surge entre el orgasmo y la carencia amorosa. La voz poética extraña/desea a niveles mitológicos a su amado, al que sabe que olvidará eventualmente, pero no quiere olvidarlo, antes lo eterniza en versos nacarados, lo sentencia, lo eleva a poesía y lo despide declamando:

Cuando vuelvas a verme no veré tu rostro,
no veré sino escaras
y no veré en tu adentro mi bálano de oro
como no me verás en las palabras. (55)

Estos versos bellos, tristes, enérgicos y poderosos nos proponen una exploración al amor; a lo precioso, como estética y discurso; al mito mismo del deseo; y nos muestran la fuerza con la que podemos ser amantes extraordinarios al tiempo que nos amenazan con volvernos estatuas de sal.

 


Lista de imágenes:

1. Vladimir Yankilevsky, "Anatomy of Feelings", 2009.
2. Portada de Más de Sodoma (Editorial Tiempo Nuevo), de Miguel Ángel Náter, 2015.
3. Vladimir Yankilevsky, "Mutants (Sodoma and Gomorrah): Every Day...", 1978.
4. Vladimir Yankilevsky, "Light and Darkness", 1978.
5. Vladimir Yankilevsky, "Aphrodite", 2008.

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