4 de enero de 2011
Tabaquismo
Desde mi pequeña muerte cotidiana declaro que me gusta fumar: es uno de los pocos placeres que me quedan con vida todavía.
El cigarro es como un caramelo para un adulto verdadero, que ha asumido a la muerte como única meta posible, digna por su propia existencia. ¿Cómo no podemos fumar quienes la amamos?
Alabado sea el cigarro donde quiera que esté. Su humo eleva mis plegarias por sobrevivir al difícil mundo de mis ensueños, al conflicto permanente con el deseo, a la aguja que me clavo en la nuca cuando me recuesto en el pajar buscando comodidad.
(Debes crear un estilo nuevo para cada libro, un nuevo concepto).
Llevo ya media década haciendo, histéricamente, poema tras poema, obstinado como una polilla en una falsa luz, en una ventana cerrada, sin saber qué realmente deseo para mi mala fama, para ser recordado por... ¿quién? Es difícil esta vida sin al menos un vicio. Y uno de los míos ha sido ese ídolo de poetas enfermizos, que mata a tantos y tantos miserables, como la mano de una enfermera compasiva y solícita, piadosa a más no poder.
No se diga más.
7 de enero de 2011
Piromanía
Siempre me atrajo el fuego. De niño solía aventar a sus garras toda clase de materias para mirarlas arder. Y confieso que más de una vez le entregué, tal vez como una ofrenda envuelta en afecto, algún animal vivo, por pequeño que fuera.
Yo a su lado me sentía enamorado. Mi corazón quería salirse de mí para calentarse en su cercanía. Era como un rapto su contemplación, como la sospecha de una verdad superior e inefable.
Pobre de mí: desamparado, tantas veces me quemé jugando en su aliento.
Lo veía como a un padre protector que podría ser capaz de destruir al mundo, si este se interpusiera entre mí y la fortuna.
Ignoraba, entonces, que mi destino sería el de arder. Arder hasta que incluso mi nombre quedara reducido a un rastro de ceniza.
Lista de imágenes:
1-2. Bert Koeck Studio, Ashes to dust, dust to mass