"Lo que más me ha interesado explorar son los secretos", nos confía Lourdes Vázquez en una entrevista, y esto de cierta manera es lo que hace casa en su escritura; casa en el sentido bachelardiano de "caja", es decir, "de necesidad de secreto, de inteligencia del escondite", pues solo desde tal certeza puede dibujarse el perfil de una obra, intensa y extensa, que encuentra lugar sólido en las páginas donde se consignan los relatos aquí reunidos.
Y es que sus textos no le deben tanto al mirar per se o a lo que ese mirar haya podido retener como información, sino a lo que queda impreso por el poder del lugar donde se acoge, ya sea Nueva York, Miami, Puerto Rico, Maracaibo o Cayo Hueso. Parajes de la memoria involuntaria que estallan, como las flores del trópico, sin aviso ni concierto; solo por el placer de nombrarlos y ahuecar en ellos las confidencias que una narradora perspicaz y lúcida le hace a un lector cómplice.
Es así como Adagio con fugas y ciertos afectos teje una red semántica, donde quien se ubica al otro lado de la cuartilla se imbrica, para abandonarse a la seducción de la voz poética, cuyas cadencias calcan el movimiento ondulante del agua perennemente cercana en la narración, ya sea por su proximidad a las playas caribeñas, o a los ríos que mantienen a Nueva York a flote de un borough a otro.
Este deslizamiento por puentes, cielos y corrientes marinas tiene en Lourdes Vázquez el poder de urdir un vínculo profundo con sus asuntos, siempre espinosos y complejos; porque no es ésta una literatura gratuitamente feliz sino comprometida con cuestiones de género, temas políticos, desplazamientos migratorios, y las consecuencias de todo ello en quienes parten o llegan a una tierra ajena.
Esto como espejeo de las andanzas de la escritora misma, a caballo entre Puerto Rico y Nueva York, con muchas escalas en geografías diversas que igualmente permean la selección, haciendo del lugar y el secreto paradas estratégicas en el conjunto de idas y venidas. especie de doble movimiento mediante el cual, como nos indica Deleuze a propósito de Proust, "un paisaje exige ser desenrollado en una mujer, lo mismo que la mujer exige desarrollar los paisajes y los lugares que ella 'contiene' encerrados en su cuerpo."
Tal operación la efectúa este libro con ingenio y humor, no exentos de crítica al machismo vernáculo y a la alienación, producto del colonialismo que los Estados Unidos ejercen sobre Latinoamérica, lo cual se agudiza en Puerto Rico y en Nueva York donde el bilingüismo ha creado una cultura híbrida, que el exceso sentimental nuestro y el racismo norteamericano llevan de lo sublime a lo grotesco sin transiciones.
Aferrarse al objeto kitsch, evadirse a través del sexo en todas sus variantes, refugiarse en autores esenciales o cineastas de culto, lanzarse a la vida del underground urbano, mantenerse en línea de fuga, o simplemente salir de compras y hacerse las uñas son tácticas que las protagonistas emplean para conservar su independencia y la sanidad mental, en un mundo que se les hurta, las acosa o se desintegra bajo sus pies —perfectamente manicurados—hay que reconocerlo.
De ahí que ampararse en un lugar y un secreto sean la mejor terapia para subsistir y germinar bajo condiciones adversas, pues el yo puede reconstruir lo vivido partiendo de fragmentos que la evocación ha logrado rescatar al naufragio de la existencia. Restos de casas, piscinas, jardines, ideologías, cuerpos y gestos salvados al tiempo, que al pasar arrasa con el ser, cual si se tratara de una de esas tormentas tropicales que de tanto en tanto llegan y barren con todo.
“Cosas extrañas se ven en el trópico” comentan quienes se acercan hasta la isla de “De cómo terminó el carnaval Juan Ponce de León”, por ejemplo, a fin de que nosotros podamos hacernos con un territorio y una intimidad prestados donde familias, amigos y pretendientes navegan entre bailes y deseos, desde una narradora que cuenta, y al contar se cuenta a sí misma para recobrar fiestas, ambientes y colores cuya magia se vuelve eterna una vez la voz poética ha logrado consignarlos como literatura.
“He aprendido a vivir en una sociedad donde el enfrentamiento se pospone y no se habla de lo esencial”, apunta también la madre de “Betty Page” en otro momento de la historia; no la grande sino la otra, la pequeña, que no obstante moviliza el devenir de aquélla y la alimenta.
Entre estas dos reflexiones producto de su desterritorialización fluctúa indistintamente el yo narrativo, en su intento de anclar en algún lugar la nostalgia y desmantelar el secreto que ampara su evocación de lo vivido, soñado e inventado al moverse de la isla a tierra firme y viceversa. Viajes de ida y vuelta entonces que fertilizan el contenido de estos cuentos y convocan los paisajes hechos cuerpo desde la mujer, como quería Deleuze, a fin de que quienes tengamos el privilegio de recorrer las páginas siguientes, encontremos en ellas conjunciones posibles con nuestra propia manera de sentir y estar en el mundo.
Lista de imágenes:
1. Fritzner Alphones, Fleurette, 1993C.
2. Gerald Valcin, Simbis Voyageurs.
3. Carlo Valtrain, Small birds in Foliage.
4. Lourdes Vázquez.