Un hombre apuñaló a otro en las afueras de un estadio de fútbol. Una masa de gente se amotinó luego de que su equipo perdió el último juego de la serie final de hockey sobre hielo. Un grupo de fanáticos de béisbol le dieron una paliza tan grande a un fanático contrario que lo dejaron en coma. Todos estos eventos ocurrieron en países “desarrollados”. El primero en España, el segundo en Canadá y el último en Estados Unidos. Y es que la violencia en los deportes tiene manifestaciones diversas, pero no tiene fronteras.
Varios países han creado leyes dirigidas a reducir la violencia entre l@s fanátic@s en los espacios deportivos. Inglaterra, por ejemplo, un país con una historia muy larga de motines entre fanátic@s del fútbol, estableció listas de personas a las que les prohíben entrar a los estadios si tienen antecedentes penales relacionados a violencia deportiva. Italia ha seguido el mismo camino y ahora California pretende aprobar un proyecto de ley similar. Aunque el espíritu de estas leyes tiene buenas intenciones, la realidad es que, al igual que pasa en el resto de la sociedad, estas medidas punitivas nunca van a la raíz del problema: el deporte como un espacio en el que la violencia se tolera, se espera y hasta se celebra.
La agresión en muchos deportes (incluyendo aquellos que no son de contacto o de combate) es un elemento que se ha venido cultivando desde que se comenzó a desarrollar el deporte contemporáneo. El deporte tal y como lo conocemos hoy día se puede trazar al siglo 19 y a la llamada “crisis de la masculinidad”. Fue esta “crisis” la que dio paso a estos lugares como espacios en los que los hombres podrían reafirmar su masculinidad y su virilidad. Los juegos se veían como el lugar en el que los hombres podían practicar la violencia controlada[i]. Esta visión permanece hoy día. Dice Rodríguez Nogueras (2009),
“Russell (1993) menciona que el deporte es tal vez el único espacio social (sin incluir la guerra) donde la agresión no sólo se tolera, sino que es aplaudida por un segmento de la sociedad aumentando los niveles de tolerancia hacia la violencia en el deporte. Irónicamente, la agresión fuera del deporte es sancionada por la ley.” (p. 109)
Con la excepción de juegos un poco más tranquilos como el golf o el bowling, la mayoría de las competencias deportivas fomentan la agresividad de sus participantes. Aun juegos que no tendrían por qué ser violentos, como el fútbol o el baloncesto, se convierten en ambientes en los que se premia y se espera el juego agresivo, cuerpo a cuerpo, de interferencia o de confrontación. En teoría, existen en estos juegos reglamentos que pueden tener el efecto de limitar el potencial de la violencia y crear un juego “limpio”. Sin embargo, esto no existe en un vacío. Muchos de estos deportistas participan dentro de un entramado potente en el que las supuestas penalidades no solamente no son disuasivas, sino que son un precio pequeño a pagar cuando se compara con lo que el atleta puede ganar por romper las reglas.
Recientemente salió a relucir uno de estos entramados en el mundo del football americano. La National Football League (NFL) suspendió a varios oficiales de los Santos de Nueva Orleáns cuando descubrieron que el equipo tenía un programa dirigido a causar lesiones en los jugadores de otros equipos. Según la investigación de la liga, se ofrecían 1,000 dólares por lograr que a un oponente lo sacaran en camilla del campo y 1,500 dólares si lo noqueaban.
De la misma forma en el hockey sobre hielo de la National Hockey League (NHL), existen unos individuos en cada equipo a los que se les conoce informalmente como enforcers. Los enforcers son unos “guapos de barrio” que se dedican a buscar peleas con jugadores contrarios con varios fines: 1) proteger al jugador estrella del equipo y evitar que estos otros jugadores lo hostiguen o lo hieran, 2) sacar de carrera al jugador estrella del otro equipo o 3) intimidar al equipo contrario. Aunque pelear en un juego de hockey técnicamente se considera una falta, la penalidad es muy pequeña: 5 minutos fuera de juego. También podría haber suspensiones si los jugadores se salen de los cánones aceptados de las peleas, pero en la mayoría de los casos son suspensiones cortas que no tienen gran efecto[ii].
Cabe mencionar, además, que la violencia también se utiliza como herramienta promocional. En muchas campañas publicitarias de juegos o espectáculos deportivos importantes se crean narrativas que giran en torno a la hostilidad o la “mala sangre” que pueda existir entre los bandos competidores. En deportes como el boxeo o el fútbol, esto es parte normal del espectáculo. Dice Collins (2009):
“The ritualized stare-downs and trash talking that may occur on these occasions sometimes escalate into brief fights...Some of it is deliberately hyped to stir up interest in the commercially staged fight. All this fits the pattern of fighting as audience-oriented entertainment...As we shall see football games have the highest amount of pre-game scuffles (other than boxing weigh-ins); coaches do not object to this, since it is a way of establishing aggressive dominance...” (p. 499)
De acuerdo con el periódico canadiense The Globe and Mail en la medida que ha ido aumentando la violencia en los playoffs de la National Hockey League (NHL), igualmente han ido aumentando l@s espectadores/as. Según las estadísticas que muestra el periódico, el promedio de minutos de faltas en los playoffs del 2012 asciende a 34.2 mientras que en el 2011 fue 27.1. De igual forma han aumentado las suspensiones en un 100%. Los ratings comparativos indican que este año los ratings han aumentado entre un 36% y un 77%.
Sería ilusorio pensar que esta actitud que prolifera en muchos de estos deportes no se sale de los campos de juego. Esta violencia se desparrama de varias maneras. Primero, afecta a las mismas personas cuya vida depende de esa agresión. Escribe Nixon II (2001):
“Michael Clay Smith… argued that athletes are more involved in violent behavior than their peers because they are physical people who are expected to be physically aggressive” (p.387).
Si es cierto que muchos de estos espacios son violentos y se espera que quienes los habitan sean seres violentos, entonces hay que imaginarse que despojarse de esas actitudes agresivas no es cuestión de prender y apagar un botón. Cuenta John Niland (2010), ex jugador de los Vaqueros de Dallas:
“We’re paid to be violent. We’re paid to beat up on the guy across from you. When you’re in the game and your emotions are so high ... the aura of the whole environment is so unbelievable. When the game’s over, technically, it’s to be turned off. But you can’t...”
Segundo, estas actitudes también afectan a aquellas personas que consumen este discurso constantemente. Como bien dice Collins arriba, las peleas son parte de un entretenimiento que va dirigido hacia las audiencias. Esto implica que muchas de las personas que ven y participan de este espectáculo deportivo pueden ser susceptibles a estos ambientes de agresión y confrontación.
Igualmente habría que pensar que para muchas personas el deporte no es una simple diversión o un simple gusto, sino una obsesión que forma parte de quiénes son, de cómo se presentan a los demás y de cómo se ven a sí mism@s. Para esta gente sus deportes favoritos son como sus religiones, sus equipos favoritos como sus congregaciones y los estadios locales como sus iglesias. Ante esta mezcla explosiva de emociones extremas, elementos identitarios y una cultura general de agresión, no es difícil imaginarse que la mecha para muchos es bastante corta.
Sacar a las personas que tienen pasados violentos de los parques puede que rinda algunos frutos a corto plazo. Sin embargo, la meta debería ser buscar estrategias para comenzar a de-construir y erradicar la cultura de violencia y agresión que permea en los deportes contemporáneos. Esto, por supuesto, no es tarea fácil. Pero también hay que tener voluntad para meterse con los grandes intereses. Atacar el problema en el nivel de los fanáticos es partir la soga por lo más fino. ¿Por qué no atacar las ligas cuyas reglas permiten y hasta fomentan la violencia? Cuando los representantes del pueblo se atrevan a poner sus miras sobre los verdaderos responsables entonces, quizá, marcharemos por mejores caminos.
Lista de referencias:
Collins, R. (2009). Violence: A Micro-Sociological Theory. New Jersey: Princeton University Press.
Nixon II, H. (2001). Gender, Sport, and Aggressive Behavior Outside Sport. En Yiannakis, A & Melnick, M. (Eds). Contemporary Issues in Sociology of Sport. Champaign: Human Kinetics.
Rodríguez Nogueras, E. (2009). "Aspectos psico-sociales de la agresión en el deporte". En Aybar Soltero, F. (Ed).Fundamentos Psico-sociales del deporte y la actividad física. San Juan: Publicaciones Gaviota.
Tuohy, B. (2010). The Fix is In: The showbiz manipulations of the NFL, MLB, NBA, NHL and NASCAR. Port Townsend: Feral House.
Notas:
[i] Para una historia fascinante que explica la conexión entre la “crisis de masculinidad”, la llamada feminización de la crianza y el desarrollo de los deportes, recomiendo el capítulo 2 del libro de Varda Burstyn, The Rites of Men: Manhood, Politics, and the Culture of Sport. También puede leer el artículo de Riess, “Sport and the redefinition of American middle class masculinity” en International Journal of the History of Sport, 8, (1), 5-27.
[ii] El documental “The Code” de la serie investigativa canadiense The Fifth Estate entra a fondo en el rol de los enforcers y la controversia que existe alrededor de esta modalidad en el hockey sobre hielo. Para verlo, vaya a "The Code: Documentary on Fighting in Hockey".
Lista de imágenes:
1. Pelea de Hockey, previo a los disturbios de Vancouver, 2011.
2. Violenta discusión entre los jugadores de la NBA de New York Knicks y Denver Nuggets.
3. Pelea entre los jugadores de fútbol de Valencia y el Inter de Milán.
4. Un intercambio violento se sucita en un partido de football entre Andre Johnson de los Texans y Cortland Finnegan de los Tennessee Titans.
5. Nolan Ryan y Robin Ventura se van a los puños en medio del campo de pelota.
6. Un partido de tennis, en Australia, termina a los puños.