Praga

Cuando entré al salón de conciertos, supe que sería  una experiencia sublime. En las cuatro esquinas, unos inmensos titanes de mármol con fuertes brazos soportaban el techo, dejándolo caer sobre sus hombros. Las paredes estaban decoradas con pinturas de ángeles, cintas de oro, flores de lapis lázuli y hojas de esmeraldas. Arriba, en el centro, una enorme lámpara de cristales alumbraba el espacio. Las butacas acojinadas en terciopelo rojo recordaban que el país había sido comunista. Entré al balcón, muy cerca a la orquesta. Quería que este espacio fuera solo mío; cerré las cortinas para que nadie molestara.

La sinfónica comenzó a tocar la pieza más importante de Bedrich Smethana, Ma Vlast. Las cuerdas de los cuarenta y ocho violines, las arpas, los bajos y los chelos, me amarraron como en un torbellino. Las emociones me ocasionaron algo de llanto. Cerré los ojos por un momento, entregándome al embrujo de la música.

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Al abrirlos, éstos se clavaron en el primer violinista, que tocaba con una pasión extraordinaria. Era un hombre de mediana edad, de piel de porcelana, el cabello rizo, brilloso y alborotado. Los dedos largos, fuertes, subían y bajaban por el cuerpo de aquel violín que le daba sus mejores notas. Sentí que me llevaba río abajo como a las notas en el concierto, como hoja de otoño sucumbiendo a la fuerza del rio Muldava.

Esa noche soñé que caminaba por la Torre de la Pólvora y el Puente de Carlos a la hora del crepúsculo. La fría brisa y los colores anaranjados y rosados me conmovieron. Descansé por unos momentos frente a una de las estatuas del centro, para admirar nuevamente la ciudad llena de cúpulas doradas. De pronto, observé  que el principal violinista caminaba por el puente, y se acercaba. Se acercaba demasiado. Se paró frente a mí.

Quedé sin respiración. Sin decir nada, muy lentamente tomó mi cabeza entre sus manos, sentí sus largos dedos en mis mejillas. Inclinó su cabeza y me dio un beso en el cuello, fuerte, muy fuerte, casi hasta sentir una sutil mordida. Volví a cerrar los ojos. Sentí los cuarenta y ocho violines, las arpas, los bajos y los chelos como si los tuviera justo al frente. Mi cabeza se inclinaba hacia atrás, como perdiendo los sentidos. Sentí la preocupación de que me dejara una marca, que alguien lo pudiera haber visto... Me miró por unos segundos, como si quisiera entregarme su alma, y con una sonrisa en los labios me dijo:

arte

Nos conocimos ayer, sin que nadie nos presentara. Tuve el placer de verla  desde mi silla en la orquesta. Vi las emociones que le procuraba y solo toqué música para usted. Pero, como vio, yo también tengo mis pasiones.

Lo empujé suavemente, separándolo, confundida. Pensé que probablemente necesitaba taparme la marca que este hombre de seguro me había dejado. Subí el cuello de mi chaqueta, me abrigué del frio y tapé mi cuello como quien esconde la marca de un pecado, una vergüenza. Continué camino arriba, entre la historia y los castillos viejos, pero esta vez, iba muy despacio, entregada a la pasión de Praga.

Lista de imágenes:

1.  "One Flea Spare" por Wieslaw Walkuski, 1999.
2.  "Danton" por Wieslaw Walkuski, 1983.
3.  "Los Idiotas" por Wieslaw Walkuski, 1998. 

Publicado en Letras

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