Un puente entre dos formas

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Durante casi medio siglo, la rivalidad entre los Estados Unidos y la Unión Soviética marcó la vida social y cultural de occidente. La alineación económica, política e ideológica polarizaba tanto el mundo conocido como el mundo por conocer. Durante esos años, la proliferación de estructuras de espionaje y vigilancia militar marcaron de manera casi permanente el espacio de lo visible y de lo imaginable: reactores nucleares, bases militares, búnkeres, satélites electrónicos,… la luna.

Temas como el espionaje tecnológico y la energía nuclear, entre otros, mantuvieron un ambiente de tensión entre las sociedades y sus individuos. El miedo al poder, a la vigilancia panóptica[1] y el control que el aparato estatal ejercía sobre la vida y la realidad marcaron la psiquis colectiva de varias generaciones. A su vez, las fronteras geográficas –algunas imaginarias y otras construidas- simbolizaron la demarcación de la identidad del yo, del nosotros y la identidad del otro o de los otros, y determinaron los márgenes de la seguridad y de la libertad así como los límites de las relaciones humanas y la fidelidad.

Paralelamente, en el espacio de lo social, el miedo a un poder desconocido y omnipresente se hizo popular. La afirmación de avistamientos de supuestas naves espaciales no identificadas desde aparatos militares disparó el nacimiento de una leyenda desde las entrañas mismas del poder. Y el proceso de darles forma y nombrarlas legitimó su presencia: OVNI. Era casi incuestionable la existencia de unos seres superiores quienes libre y misteriosamente pero con un poder inexplicable atravesaban la atmósfera, nuestra última frontera.

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Este meta-relato enviaba hacia fuera del globo terráqueo el miedo generalizado, socializado y distribuido por el aparato económico y estatal. El aparente poder desconocido e intergaláctico no sólo amenazaba con volverse absoluto, sino que tenía la increíble capacidad de coexistir en el mismo tiempo histórico y, peligrosamente, en el mismo espacio geográfico y social. La construcción de la leyenda del OVNI como una realidad con una base científica secreta contaba con la participación del estado. Toda la evidencia se mantenía archivada aparentemente bajo la tierra de manera poderosamente confidencial. Era el miedo al poder ajeno, extranjero, el poder del otro la raíz de estas leyendas escapistas individuales y colectivas que trastocaron comportamientos, construcciones dogmáticas y hasta fantasías sexuales.

Como si una historia de la psiquis colectiva fuera posible, la artista Rosell Meseguer se ha dedicado desde el año 2007 a mirar y a investigar mientras nos invita a observar detenidamente aquellas estructuras que hoy yacen silenciadas por el tiempo dentro de nuestro espacio de lo visible y que en su momento representaron la materialización del poder del aparato estatal y su presencia en la vida social. Los búnkeres que aún sobreviven al paso de los años evidencian en el deterioro de su estructura el olvido colectivo de lo que fueron aquellos años cuando la polarización ideológica justificaba el control sobre los ciudadanos y la convivencia de éstos con aparatos represivos y de vigilancia.

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En sus fotografías, la artista construye una representación del bunker y, al sacarla de su contexto histórico-geográfico-espacial, logra realizar un serio cuestionamiento desde su propia iconografía al aislar, re-significar y de-contextualizar su forma. En las imágenes fotográficas y en los archivos que las acompañan, así como en los dibujos y demás representaciones artísticas, Meseguer logra sembrar la duda en el espectador y retar el poder y el control que, sobre la sociedad, estas estructuras mantuvieron en un momento histórico particular. Gracias a una poderosa conexión visual con la forma de los platillos voladores popularizadas en la leyenda OVNI, la artista confronta ambas formas para cuestionar nuestra psiquis individual y colectiva, mientras nos reta a preguntarnos y evaluar si es en nuestras construcciones mentales donde en realidad se legitima el poder y sus alcances.

En el 1975 el pensador francés Michel Foucault publica un libro revelador titulado Vigilar y castigar: el nacimiento de la prisión. En este extenso ensayo, Foucault realiza una profunda disertación sobre el castigo de los cuerpos y de las almas a través de la historia como mecanismos institucionalizados para la consecución, legitimación y perpetuación del poder sobre los sujetos y las sociedades. Las cárceles, como una metáfora de las fronteras sociales, de los límites, de la disciplina, de la vigilancia, la manipulación y el control se reproducen estructuralmente en la forma de escuelas, hospitales y en el desarrollo de las ciudades. La construcción de las ciudades legitima dentro de nuestro espacio de convivencia y de nuestra propia subjetividad las jerarquías y facilita el movimiento del poder en tanto y en cuanto permite un espacio para la existencia prepotente de esas estructuras que le albergan y que le materializan.

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El mismo pensador francés lo describe con estas palabras: “El ejercicio de la disciplina supone un dispositivo que coacciona por el juego de la mirada; un aparto en el que las técnicas que permiten ver inducen efectos de poder y donde, de rechazo, los medios de coerción hacen claramente visibles aquellos quienes le aplican. Lentamente, en el transcurso de la época clásica, vemos construirse esos ‘observatorios’ de la multiplicidad humana para los cuales la historia de las ciencias ha guardado tan pocos elogios. Al lado de la gran tecnología  de los anteojos, las lentes, de los haces luminosos, que forman cuerpo con la fundación de la física y de la cosmología nuevas, ha habido las pequeñas técnicas de las vigilancias múltiples y entrecruzadas, unas miradas que deben ver sin ser vistas; un arte oscuro de la luz y de lo visible ha preparado en sordina un saber nuevo sobre el hombre, a través de las técnicas para sojuzgarlo y de los procesos para utilizarlo”[2].

No debe ser una casualidad psicológica que la forma popularizada del OVNI coincida con la estructura de los búnkeres retratados por la artista. Ese espacio destinado al control y a la vigilancia social no necesariamente estaba destinado a mirar al de afuera. Al habitar nuestro espacio visual, esa redonda fortaleza militar, nos recordaba a quién pertenecía nuestra existencia, hacia dónde dirigir nuestra mirada, cómo debía ser nuestro comportamiento y hacia qué aparato institucional comprometer nuestra fe y fidelidad. El OVNI era, al igual que el bunker, una construcción desde el poder para redirigir las inquietudes, los miedos y las inseguridades colectivas, individuales y subjetivas. 

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Meseguer, en su práctica artística, establece un paralelismo entre la fantasía y la realidad como construcciones similares entre sí pero apoyadas desde diferentes herramientas. La artista eleva al plano de lo fantasioso el ejercicio del poder y su legitimación al exhibir recortes de periódicos y documentos de archivo junto a diferentes representaciones artísticas como  dibujos, pinturas y serigrafías del OVNI, puras reflexiones pictóricas en torno a la forma. En OVNI Archive, Meseguer abre la metáfora y establece un puente entre lo racional, lo irreal y lo subjetivo, entre lo manipulable de esta amplia y, ¿por qué no? ficticia, imaginaria y engañosa realidad nuestra.

Notas:

[1] Panóptico es el término que utiliza Michel Foucault en su libro Vigilar y Castigar: el nacimiento de la prisión, para describir el sistema de vigilancia carcelaria desde el cual el reo no sabe si es o no vigilado y en qué momento y cuyo mayor efecto es el de “inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder”.

[2] Foucault, Michel. (2005). Vigilar y castigar: el nacimiento de la prisión. Siglo XXI, Editores.

* Todas las imágenes son cortesía de la artista, Rosell Meseguer, y pertenecen a la serie OVNI ARCHIVE: Vestigios de la Guerra Fría en el siglo XXI. La exhibición está abierta al público en la Galería de Arte Francisco Oller de la Universidad de Puerto Rico -Recinto de Río Piedras- hasta el 12 de abril de 2013.

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