Café con leche

Las imágenes tienen la finalidad de hacer que el mundo sea accesible e imaginable para el hombre. Pero, aunque sí sucede, ellas mismas se interponen entre el hombre y el mundo; pretenden ser mapas y se convierten en pantallas. En vez de presentar el mundo al hombre, lo re-presentan; se colocan en lugar del mundo a tal grado que el hombre vive en función de las imágenes que él mismo ha producido.
-Vilém Flusser

The image is not the duplicate of a thing. It is a complex set of relations between the visible and the invisible, the visible and speech, the said and the unsaid. It is not a mere reproduction of what is out there in front of the photographer or the filmmaker.
-Jacques Rancière

Como en el resto de los países “desarrollados”, donde la “democracia representativa” juega a tener un papel importante, las imágenes fotográficas de quienes se titulan como “líderes” intervienen en nuestros espacios públicos y privados con nauseabunda intensidad. 

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Ya sea impresas en anuncios de página completa en periódicos o revistas, en promociones por correo, en los billboards electrónicos, en gigantografías que cubren laterales arquitectónicos o en los famosos pasquines, estas fotografías y el diseño que les acompaña inundan la ruta diaria hacia el “porvenir” nuestro de cada día. 

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Así pues, la abrumadora e insistente presencia de estas imágenes en nuestro espacio visual busca legitimar en nuestra inconciencia el poder que “representan” y hacen real la omnipresencia que gozan aquellos a quienes se les permite el privilegio de tomar las decisiones por el resto de nosotros.

Estas imágenes fotográficas de corte publicitario cumplen un rol fundamental en la construcción de un referente. El cómo vemos y pensamos a nuestros “representantes”, depende en gran medida de cómo sus cuerpos, sus rostros y sus expresiones nos “hablan” a través de la imagen y de cómo ese monólogo permanece en la memoria colectiva, más allá del efecto que tienen sobre nuestras consciencias el peso de sus acciones, sus ideales, sus decisiones o sus “promesas”.

La aceptación pública de ese liderazgo dependerá además, no sólo de cómo se construye la imagen, pero también de la frecuencia e intensidad con que esas fotografías circulen en los medios masivos de “comunicación”. 

Después de Maquiavelo los politicos quizás han sabido siempre que el dominio de un espacio simulado está en la base del poder, que la política no es una función, un territorio o un espacio real, sino un modelo de simulación cuyos actos manifiestos no son más que el efecto realizado.
-Jean Baudrillard

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Estas imágenes fotográficas planificadas a priori o actuadas a conciencia, buscan fervientemente atraer votos, generar opinión pública y legitimar la convicción de que aquel cuya figura se re-presenta en la imagen es importante, fundamental e imprescindible para la sociedad que le mira.

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Así, se construye en la memoria colectiva la imagen pública de aquellos que por definición aspiran a tener o que tienen en sus “manos” el “futuro de todos”. 

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La representación fotográfica busca hacer valer y perpetuar en nuestras conciencias la opinión generalizada, el mito institucionalizado de que un hombre o una mujer es capaz de ejercer un liderato y transformar la realidad que compartimos como país.

De que en un solo individuo se pueden hacer posibles las “aspiraciones”, los “sueños”, los “deseos” o la “representación democrática” de toda una sociedad que, aunque plural, busca mirarse a sí misma como una “gran familia” bajo una misma “identidad”.

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Me pregunto una vez más cuán construida y re-construida está esa realidad nuestra y cuán presos o inmersos estamos en ella.

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La situación de aquellos que viven en la sociedad del espectáculo es entonces idéntica a la de los prisioneros atados en la caverna platónica. La caverna es el lugar en el que las imágenes son tomadas por realidades, la ignorancia por un saber y la pobreza por una riqueza.
-Jacques Rancière

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Así entonces, una buena tajada de dinero público se derrocha en la creación y difusión de estas imágenes fotográficas. El poco dinero que se dice nos queda, se bota en imprimir estas fotos en camisas, gorras o en botones, como gigantografías, como pasquines o como banners; en adherirlas al foam board o a la madera, en colgarlas en semáforos, en las verjas, en los postes, en las paredes, debajo de los puentes y al lado de las carreteras, en edificios abandonados y en los visitados también. En publicarlas en periódicos, a página completa, en revistas de moda, en enviarlas por correo o repartirlas en la calle acompañadas de música alta y de individuos que bailan cuando la luz cambia a verde y deseamos salir del tapón.

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Y así, para que no se nos olvide que vivimos en una democracia, las 'fotos' de nuestros políticos bombardean con insistencia nuestro diario vivir y se convierten en una especie de “atracón” colectivo, destinadas a bajar de manera forzada a través de la garganta pública cuyos ojos no tienen ya espacios libres hacia donde más mirar y cuyo inconsciente está saturado de publicidad.

Miradas directas, persistentes y de pretensiones profundas, sonrisas cordiales e incesantes, cuerpos bien posicionados, maquillajes digitales, cabellos rubios y estirados, vestimenta adecuada, mangas enrolladas o corbatas de colores son algunas de las bien pensadas estrategias comunicacionales que, integradas a la imagen, construyen en torno al sujeto retratado una mitología propia.

Entre todos los candidatos, el retrato frontal de fácil lectura y de simple interpretación abunda pues resulta ser la “foto” muchas veces requerida por las plataformas tradicionalistas de publicidad o información. 

Una “foto” simple que “muestre quién es” aquel que sólo necesita de nuestro consenso para formalmente pasar a ser parte de esa minoría autorizada a “representarnos” en  esa plataforma de poder llamada “democracia”.  

In America, the photographer is not simply the person who records the past but the one who invents it.
-Susan Sontag

Para otros publicistas y estrategas, la foto tradicional no basta. A falta de un mito propio, algunos deciden hacer uso de imágenes que parecen formar parte de un álbum familiar colectivo. Imágenes que nos recuerdan ciertos próceres, que apelan a ciertos “valores” que una vez como “pueblo” conservamos, o a ciertas representaciones fotográficas que previamente y con notoriedad lograron buenos resultados.

Estas fotografías, creadas como todas bajo el mito de la objetividad mecánica, recrean momentos cotidianos de la gestión populista donde el “líder”, quien antes solía ser un rostro que miraba fijamente a los ojos del espectador desde lo alto de un billboard, se humaniza gracias al contacto con su público y se convierte en leyenda.

Estas imágenes muestran a ese “líder” moviendo multitudes, abrazando a su “gente”, haciendo uso de su poder de oratoria o caminando junto a su “pueblo”, compartiendo con quienes le dieron o le darán el voto y para quienes “trabaja”. 

Entonces me pregunto si la presencia de la cámara les indica que llegó el momento de actuar. O si la circulación de tantas y tantas fotografías nos ha condicionado ya la manera como nos relacionamos con su presencia.

Y así se dejan “ver”, como un padre o una madre que nos abraza, porque “nos quiere”, y porque va a “velar” por nosotros, “trabajar” por nosotros: la gran mayoría indefensa. Un “hombre” o una “mujer” que con sus “manos” y “esfuerzo” va a construir nuestro “futuro”. Entonces se da cuenta uno de que es a la imagen, no necesariamente al líder, a quien le damos nuestro voto.

No es poderoso quien posee la fotografía, sino quien produce la información que contiene. En otras palabras, el poder no está en las manos del propietario de la fotografía, sino en las del programador de información.
-Vilém Flusser

Hace ya un tiempo que leí este fragmento de la novela Cien años de soledad y hoy regresa a mi memoria con el mayor cinismo pero con todo el poder del realismo mágico de García Márquez:

“El letrero que colgó en la cérvix de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con café y hacer café con leche. Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita”.

No nos queda de otra. Ante la abrumadora cantidad de fotografías que cuelgan de la cérvix de la vaca colectiva, no olvidemos el poder de la mirada crítica y retomemos el valor de la palabra. Es importante decidir críticamente si habremos o no de ordeñar la vaca o cuántas veces herviremos la leche. El poder para ofrecer o disfrutar de esa taza de café debe ser sólo nuestro…
e inmanipulable.