Siervos libres

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El hombre nace libre y por doquiera está encadenado. 
-Voltaire

Un elefante adulto es capaz de arrancar un árbol de cuajo. Sin embargo en el circo los amarran por una pata a una simple estaca clavada en el suelo. El animal tranquilamente, libremente, lo tolera. Al nacer los amarran así. El animalito primero forcejea, hasta que se convence que no puede zafarse, lo acepta y se tranquiliza. Después crece, mas no cuestiona esa convicción de su infancia. Ya no sabe ser libre. El pitirre, por otro lado, no sabe cuán pequeño es cuando defiende su nido ante el guaraguao. El pitirre no sabe no ser libre. 

No se pide permiso para ser libre. Se es. La libertad radica en el espíritu que la reconoce y la desea, no en la circunstancia. Se puede encarcelar a un hombre libre; tristemente, será un hombre libre cohartado de vivir su libertad. Al anverso, no se puede optar libremente por la servidumbre. No se elige ser siervo para otros; quien lo hiciera ya era esclavo buscando amo antes de optar. Y aún más triste es aquel que se convence de que es libre aunque debe pedir permiso para todo.

Para ser digno y libre, ¿a quién esperas? Lo serás, si es que quieres, cuando quieras.
-Luis Muñoz Rivera

Es irónico que el citado Muñoz Rivera se convirtiera más tarde en adalid de una “autonomía” muy distinta a la que él defendió ante España como un punto medio —que hoy día llamaríamos de “soberanía con libre asociación”— entre la servidumbre colonial de hasta entonces y el total rompimiento propugnado por los patriotas antillanos en Cuba. Claro, la recién instalada soberanía se volvió un tecnicismo cuando en 1898 llegaron los estadounidenses a Puerto Rico y se quedaron con todo. Les dimos aún así la bienvenida, pues ante las promesas constitucionales del General Nelson Miles pareció claro que aspiraríamos o a una libre asociación con un nuevo socio o una total incorporación a aquel cuerpo político mucho más próspero que la madre España. Total, entre el amor y el interés... 

Pero no pasó. El interés de los nuevos amos venía por otro lado, por las bases navales recién capturadas en Guantánamo y San Juan, por el Atlántico, y Hawaii y Filipinas por el Pacífico, todas para proteger los intereses (y el canal) bi-oceánicos de la nueva potencia mundial.[1] A la Cuba revoltosa e ingobernable se le otorgó un protectorado sujeto a intervención para cuando las cosas se salieran de la mano.[2] A Filipinas aún insurrecta se le aturdió a golpes por cuatro años más con una guerra de tierra abrasada que dejó incontables muertos y al país de rodillas y sometido. Al Hawaii ligeramente poblado se le incorporó como territorio constitucional anticipando una colonización demográfica que al final convirtió a sus autóctonos en una novedad turística. Y a Puerto Rico, tranquilo como Hawaii pero repleto ya por boricuas, sencillamente se le ocupó y se trató de civilizar enseñándole inglés y buenas costrumbres cívicas.[3] 

Con su limitada autoridad los partidos criollos siguieron abogando respetuosamente por las garantías ofrecidas por el General Miles —integración o soberanía— ante la sordera de un gobierno colonial que en comunicaciones con su metrólis recibía instrucciones de desalentar lo uno y lo otro.[4] Dicha indefinición continuó por medio siglo y se formalizó en 1952. Con libertad para moverse dentro de los confines de la cadena con que tiene amarrada la pata, Puerto Rico abrumadoramente aceptó su servitud según la definió el dueño del circo. Y lo llamó “autonomía” mientras Muñoz Rivera probablemente daba vueltas en su tumba.

Somos libres; seamos. Seámoslo siempre; seamos.
Del Himno Nacional del Perú

La pregunta que Puerto Rico debe hacerse es si se puede ser libre sin gobernarse. Puerto Rico aceptó libremente pero sin gobernarse las condiciones que le puso otro. Y no pretendo caer en la polémica del status. Para cualquiera de las opciones aplicaría igual. Ningún estado o provincia de un país más grande, ningún país libremente asociado a otro, y por supuesto ningún pueblo independiente, aceptarían condiciones para su gobierno sin haberlas negociado. Pero Puerto Rico no negocia; Puerto Rico pide. Porque no se gobierna.

Puerto Rico pudiera tener éxito bajo cualquier acuerdo que libremente decida: irse por su cuenta, incorporarse a otro país, o llegar a acuerdos de soberanía compartida. Mas podrá ser exitoso bajo cualquiera de esos acuerdos siempre que el poder sea suyo y que se gobierne. Pero ahora no lo hace y por eso fracasa. Y la tragedia de este país es que mientras su presente y su futuro se le hacen sal y agua, piensa que es libre para aceptarlo y quejarse, mas no sabe que no es libre para corregir lo que hace falta. Porque le han dicho que es libre, pero que prefiere no serlo. Como el elefante, opta por no hacer nada; se siente libre para aceptar la amarra. Y sin embargo, pudiera.

El poder de hacerse libre lo tiene Puerto Rico; siempre lo tuvo. Y vuelvo a la cita de Muñoz Rivera: “... cuando quieras”. La cadena no es lo que aprisiona al elefante; lo aprisiona su propio engaño, causado por la atrofia de su propia historia. La culpa inmediata de nuestra condición de incapacidad es claro en dónde cae: cae en nuestra herencia autoritaria, en nuestra pequeñez geográfica, en nuestro insularismo, en los dos imperios que nos colonizaron y nos usaron y nos convencieron de que no podíamos por nosotros mismos.   

Todo eso es cierto, pero sigue siendo sólo un estorbo atado a la pata. Las crisis de Puerto Rico todas—la económica, la social, la gubernamental, la institucional y la familiar; la política, la partidaria, la religiosa, la de desconfianza, la de indecisón, la del status—todas, serían resolubles por una sociedad libre. La primera tarea de todo hijo de Borinquen debería entonces ser repetirnos unos a otros el mantra del himno peruano: “somos libres, somos libres, seamos” hasta que nos convenzamos. Nos asombrará como todo lo enrevesado lo iremos resolviendo. Todo.

La vida te da sorpresas...
-Pedro Navaja

Notas:

[1] Ver: Gregg Jones, Honor in the Dust: Thodore Roosevelt, War in the Philippines, and the Rise and Fall of America’s Imperial Dream (New American Library/Penguin, 2012).

[2] Ver: Ivan Musicant: Empire by Default: The Spanish-American War and the Dawn of the American Century (Henry Holt & Co., 1998).

[3] Dos clásicos de la época justificaban el esfuerzo civilizador de la metrópolis y el posterior intento de los criollos por presentarse como civilizados. Ver: William S. Bryan, ed., Our Islands and Their People, dedicado al Maj. Gral. Joseph Wheeler (ND Thompson Publishing Co., 1899) y E. Fernández García, ed., The Book of Puerto Rico – El Libro de Puerto Rico (El Libro Azul Publishing Co., 1923).

[4] Ver: Truman Clark, Puerto Rico and the United States, 1917-1933 (University of Pittsburgh Press, 1975) para transcripciones, entonces clasificadas, de comunicados oficiales a este respecto.