Por el portón de la Gándara

Dicen que la tercera es la vencida y debe ser cierto, porque esta vez no cancelé mi graduación, finalmente le di el uso correspondiente a esos 27 pesos. Han pasado ya seis años desde que entré por el portón de la Gándara después de caminar desde el terminal de guaguas públicas del casco de Río Piedras. No estaría pensando en esto ahora si no fuera porque el sábado pasado tuve que ir un momento al pueblo de Canóvanas y caminar justo por la calle donde está la Luis Hernaiz, frente al caserío y justo al lado del cementerio, a pasos del Mc. Donalds y el Burger King. Fue entonces que me di cuenta de que el tiempo realmente había pasado.

Luego de un semestre viajando en la guagua y entrando a las 7 de la mañana me mudé a Río Piedras. Llegué perdidísima a Resi Campus, el mismo sitio en que habían vivido mis hermanos y al que entraba a escondidas cuando tenía 7 años y mi hermana se hacía cargo de mí algunas horas mientras mami estaba en el hospital con Pancho. Me llevó papi y me hizo una compra antes de irse. Fue la primera y la última noche que papi me llamó a ver si estaba todo bien. A mami la llamé yo voluntariamente y seguí haciéndolo por un par de semanas. Viví allí los siguientes dos años. Al tercero me fui, aunque regresé al cuarto. A finales de mi segundo año ocurrió aquel evento que aunque suene clichoso nos cambió a todos. El teatro estaba repleto, yo tenía poca o ninguna información, pero los estudiantes que tomaban turnos al micrófono sonaban muy convincentes. La cosa estaba fea, podían hasta quitar las exenciones, una de las cuales yo recibía, eso no se podía permitir.

Durante los próximos dos meses viví en una caseta de camping que creo que no pertenecía a nadie, comí muchas salchichas, coditos con carne molida y la ensalada de papas que una pareja de ancianos traía cada domingo especialmente para nosotros en el portón de la Barbosa. Esos días conocí a Myselis, Sonia Isis, Bobby, Meme, Escarabajo y muchas otras personas. Sin duda, la gente más hermosa y que más admiro en el mundo. Cuando tuvimos que levantar los campamentos y desalojar el recinto, montamos otro campamento en la sala del apartamento de Meme, duró cerca de dos semanas, hasta que poco a poco todos fueron volviendo a sus casas. Entonces me percaté de que yo no tenía una.

Mami me había pedido que recogiera todas mis cosas porque había tenido que sacarme del contrato del apartamento y tendría que mudarse a uno de un cuarto. Por suerte, varios de los muchachos y muchachas del portón estaban buscando hospedaje y así surgió el apartamento del CAN, en el segundo piso frente a “Le Chateau”. Allí pasé mi tercer año de Universidad, en el que obtuve las peores notas de todo mi bachillerato, en el que pinté decenas de pancartas y en el que me arrestaron dos veces. Posiblemente el mejor año de todos. Al comenzar mi cuarto año ya no podía pagar un apartamento, así que regresé a la Resi. Ese año conocí a Gelpí, así como a Ariel y a Don Segundo Sombra. Después de eso, la onceava edición de Advanced Accounting de Floyd A. Beams se volvió insufrible. El primer semestre de mi quinto año suponía ser el último, entregaría mi tesina de Estudios Hispánicos y listo, pero me dio por aprender portugués así que me quedé otro semestre. Ese año llegué también a Torre Norte.

pintura

De pronto estaba comenzando mi sexto año en la Universidad y ese semestre definitivamente sería el último. Me engañaba, se acercaba diciembre y no tenía un plan definido para enero, así que me quedé hasta mayo. Cuando entré por el portón de la Gándara, vivía con mami en Santa Catalina, detrás del Tribunal de Carolina, pero aquel solo era un techo relativamente seguro, mi hogar durante estos últimos años ha sido mucho más grande, abierto, con gente hermosa que ha entrado y salido, a veces hasta sin techo. Todavía no sé cómo me voy a ir este mayo. 

Lista de imágenes:

1. Alexej Ravski, Student and the House of Cards, 2013.
2. Jean-Simon Chardin, una de las versiones de Boy Building a House of Cards, 1735.
3. Zinaida Serebriakova, House of Cards, 1919.

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