El nacimiento del ser humano

Contrario a lo que las humanidades tradicionales plantean, el nacimiento del ser humano no comienza con el australopitecos, ni mucho menos con el Homo erectus (ni en la periferia ni en occidente), ni tan siquiera pertenece a la lógica de Charles Darwin y la teoría de la evolución. Su surgimiento es tan reciente como los procesos que coinciden con el nacimiento de occidente (el acontecimiento debe localizarse entre el siglo XIV al XV), el nacimiento de las ciencias en el siglo XIX y más tarde, en el siglo XX, con el discurso del desarrollo en vez de los 2.5 millones de años que las humanidades otorgan al primer descendiente humano.

De esta manera, el ser humano es mucho más y mucho menos que una descendencia biológica, es más bien un objeto de conocimiento cuyo surgimiento es mucho más reciente y distinto a lo que tradicionalmente pensamos. Si éste es el caso, podemos no solo entender al ser humano hoy de forma distinta sino que, a principios del siglo XXI podemos, de igual forma, replantearnos que es nuestra humanidad, su ética, su extensión y sus posibilidades.

Desde las humanidades y las ciencias sociales se ha montado una discursividad que es cónsona con el surgimiento del objeto que éstas estudian, que a su vez lo es con el nacimiento del ser humano tal y como lo conocemos hoy.

El nacimiento del ser humano es algo distinto a un desarrollo lineal desde la pre-historia hasta el presente con antecedentes en el australopitecos y el Homo erectus. Ha sido, en vez, una forma de antropologizar la experiencia, un proceso que es mucho más reciente que los orígenes tradicionales del ser humano que plantean las humanidades y su cuerpo teórico. Tradicionalmente las humanidades plantean que existe una etapa formativa, la pre-historia y la historia. A su vez, que el período histórico está comprendido por la antigüedad, la edad media, la modernidad y la posmodernidad. Uno de los mayores recursos que tiene el pensamiento crítico contemporáneo para establecer la relación de las ciencias con su objeto de estudio es Madness and Civilization, un texto que si bien no habla del nacimiento del ser humano, habla de las relaciones que existen entre la ciencia y el objeto que estudian.

Madness and Civilization fue la forma que encontró Foucault para buscar en la locura un objeto independiente de las ciencias que la estudiaban (en este caso la psiquiatría). La conclusión, que no es distinta a la historia de las ciencias humanas, es que el objeto de las ciencias es parte esencial del surgimiento de una ciencia. Es decir, las ciencias nacen al mismo tiempo en que surge su objeto aunque el asunto, cabe señalar, es un tanto más complejo que uno de coincidencia histórica.

El asunto es que las ciencias son cómplices con la aparición del fenómeno que estudian, por lo que es necesario decir que el objeto de las ciencias es creación de éstas así como éstas son creación de su objeto. Mowitt en TEXT: the emergente of an anti-disciplinary object ha llamado a los objetos de la ciencia una “ficción regulativa” que tiene efectos reales pero que no deja de ser parte esencial del surgimiento histórico de las ciencias como tal. Si fuéramos a entender este proceso, el del nacimiento de las ciencias con relación al ser humano, tendríamos que decir que su nacimiento está muchísimo más cerca del de las Ciencias Humanas en los siglos XVIII y XIX que con el australopitecos o el Homo erectus hace 2.5 millones de años.

Es desde el siglo XVIII que se establece todo un andamiaje discursivo sobre el ser humano. El asunto no es solo la conciencia del ser humano, que estaba ausente en el australopitecos y el Homo erectus, sino que el andamiaje discursivo se centra en una positividad que tiene el privilegio de establecer relaciones con el pasado, el presente y el futuro. Ese proceso se instaura y se crea con el nacimiento de Occidente, el nacimiento de las ciencias en el Siglo XIX y más tarde, en el Siglo XX, con el discurso del desarrollo.

Lo que se llevó a la palestra pública, a las cartas de derecho y las constituciones de la Revolución francesa y, en algún sentido la de los Estados Unidos, es un objeto que viene tomando forma discursiva en las ciencias y en la interacción europea con el resto del mundo desde el descubrimiento de América. Es desde ese momento histórico que se sitúa en la historia al ser humano y que se vincula con un pasado y con un futuro. Por eso es que las humanidades cuentan su cuento como lo cuentan. No es por otra razón que la que provee la posibilidad de contar al ser humano como actor de una historia que, evidentemente se puede estudiar como científica.

El punto, claro está, no es que no hubiera previo interés con el ser humano ni con su historia. Es que antes no había un objeto ‘empírico’ que gobernara sobre el reino de la historia como lo hubo después del siglo XVIII. Si es que fuésemos a preguntarnos, el ser humano si es una invención europea, una invención que se hizo a expensas de otras formas y maneras de ocupar la tierra. Esa exclusión no solo yace en el seno de la ciencia y su modernidad, sino que es parte esencial de los humanismos del Renacimiento europeo, cuando no de los derechos, haberes y posibilidades de la Revolución francesa y la de los Estados Unidos. 

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Para Greenblat, Dussell y Todorov la propia subjetividad europea se gestó con el descubrimiento de América. Es más, el descubrimiento de América fue parte esencial en la articulación de la modernidad europea, aunque ésta necesitó algunos siglos para solventarse. En términos epistémicos, el descubrimiento tuvo el efecto de, finalmente, hacer posible una diferenciación entre una identidad europea y una no-europea. Esa diferenciación se formalizó con las ciencias humanas y las ciencias sociales unos siglos más tarde. 

Como sostiene Deleuze, Foucault convirtió la fenomenología en epistemología y así da con el origen de las ciencias humanas. Excavar el origen de las ciencias humanas es entender la formación de los mecanismos que hicieron inteligibles (entendibles, pensables, teorizables) a las ciencias humanas en tanto que ciencias. Es decir, es excavar la figura del Hombre al aislar un ser que trabajaba, vivía y hablaba. Dentro de esa triada es que se encuentran las verdades de las ciencias humanas con todas las dificultades epistémicas de las que sufren al lado de las ciencias naturales.

Es desde el Siglo XV con el descubrimiento de América que se comienza el proceso, a nivel de la historia de Occidente, que fragua la positividad que las Ciencias Humanas estudiarán. El Hombre como figura filosófica debe situarse en este momento y no en ninguno anterior. Claro que el triunfo final de esa figura, el Hombre, se logró con la Revolución francesa y la de los Estados Unidos entre los Siglos XVII y XVIII. Este proceso, en lo que es hoy la periferia de occidente, se afianzó durante el Siglo XX con el discurso del desarrollo.

El discurso del desarrollo, sostiene Arturo Escobar en Encountering Development: the Making and Unmaking of the Third World nace en las postrimerías de la Segunda Guerra mundial y existe como un forma de crear y gobernar al tercer mundo. Históricamente han existido otros formas de nombrar, según sostiene Escobar, otras partes del mundo y así sostenerlas bajo regímenes de producción de conocimiento. El orientalismo, como ha dispuesto Said, es una forma de nombrar y actuar el oriente, así como ha demostrado Mudimbe, África es una invención del mismo tipo. 

El discurso del desarrollo ha sido una forma de crear y dirigir al tercer mundo, de mantenerlo dentro de una normativa occidental y occidentalizante. Si para Juan Jinés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas en el Siglo XV, los nativos de las Américas estaban faltos de humanidad, durante el Siglo XX, esa falta se midió con respecto al desarrollo. La posibilidad de esa ecuación, sin embargo, surge por la normativa en que se convirtió, desde sus inicios, la humanidad europea entre los siglos XIV y XV. Es desde ese mismo momento que yace como el monumento de las divisiones normativas que imperan en gran parte del mundo contemporáneo. 

El humanismo y la modernidad han aspirado a mucho más que eso. Desde la óptica del nacimiento del ser humano y sus proclividades discursivas, es necesario decir que lejos de ser totalmente inclusivo, la modernidad de esa institución ha resultado en todo lo contrario. De él emanan las exclusiones y disjunciones más fervientes de la historia de la modernidad.

Fijémonos en las diferencias entre metrópolis y periferia, en las distinciones entre el oriente y el occidente, en el uso y desuso de África. Cuando no en el fascismo europeo, en el coloniaje. Claro que cada uno de estos fenómenos tiene su historia. Sin embargo, cada uno de ellos refiere a ese ámbito epistémico, al episteme moderno para ser más precisos, del que habló Foucault.

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Leer el nacimiento del ser humano en contra de la corriente, en contra de las disposiciones de las Humanidades, puede probar ser controversial. Sin embargo, debemos detenernos a considerar la posibilidad no solo del análisis que sugiero sino sus implicaciones.

¿Estaremos así preparados para un nuevo humanismo? ¿Será que el planteamiento multicultural nos lleve exitosamente a través de este proceso? ¿En qué medida se podrá articular una ética a la luz de las experiencias de la humanidad a partir del Descubrimiento de América, el nacimiento del ser humano y el de la subjetividad europea y su historia? ¿De qué forma, las distinciones de la modernidad se quedan sin solución ante los discursos y la naturaleza de la posmodernidad? 

Ésas son el tipo de preguntas que deben imperar ante el hecho del nacimiento del ser humano durante los siglos que van desde el XIV al XIX y que en el XX se unes al discurso del desarrollo.

Proceder como sugiero, no es sólo una manera de replantear el humanismo sino la naturaleza de las ciencias, la del poder y la de las disciplinas. Es una forma de, más allá de eso, entender las relaciones que existen entre la producción del conocimiento y el poder, el ser humano y sus otros en tiempos en que la modernidad misma hace crisis. Esta es una agenda de cambios y de planteamientos que nos llevan a reconsiderar la ciencia y sus funciones, incluso, que nos lleva a repensar su naturaleza como objeto y como sujeto. 

Mi sugerencia, de ninguna forma, es el que abandonemos la producción de conocimiento en la posmodernidad, siquiera por sus consecuencias. Mi invitación es una invitación a la reflexión sobre nuestra humanidad, sus parámetros dentro del conocimiento, en fin, acerca de los propósitos, maneras y formas del pensamiento crítico dentro de las humanidades contemporáneas. Estudiar al ser humano, debe quedar claro, no es un ejercicio fraguado en la entera inocencia, por el contrario, es un ejercicio que ha motivado un tipo de mundo, unas realidades y unas verdades que hoy, ante la posibilidad de replantearnos lo que es el pensamiento crítico, podemos abandonar o dejar sin efectos.

La historia del coloniaje, el racismo, el imperialismo, la del desarrollo y la del humanismo, hacen esta búsqueda una imperativa para el Siglo XXI. ¿Habríamos, a la luz de los hallazgos que aquí planteo, de buscar una forma de la ética y la humanidad que no propenda a la dominación que es parte del andamiaje moderno de donde emanan las Humanidades contemporáneas?